Por Ian Bremmer, presidente de Eurasia Group y de GZero Media.
La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, el miembro más poderoso del Congreso de los Estados Unidos, acaba de regresar de un viaje a Asia, que incluyó una escala en Taiwán. Las consecuencias de esta visita no han hecho más que empezar.
Cuando los medios de comunicación informaron por primera vez de que quería ir, el gobierno de China empezó a lanzar advertencias sobre las graves consecuencias. Los funcionarios chinos insistieron en que Estados Unidos estaba jugando con fuego. Además, Joe Biden, el asediado presidente de EE.UU. y líder del Partido Demócrata de Pelosi, dejó claro, a través de sustitutos y de filtraciones a los medios de comunicación, que pensaba que una parada en Taiwán era una idea innecesariamente provocadora y poco oportuna. Su administración está tratando de enfriar las crecientes tensiones con China, y Biden sabía que el viaje de Pelosi haría lo contrario.
Pelosi decidió ir porque sabe que se acerca al final de su carrera política y quiere ser recordada como una líder que no teme defender una democracia decidida y atrapada en la sombra de un gigantesco matón autoritario.
Los partidarios de Pelosi señalan que existe un precedente de esta visita. Hace un cuarto de siglo, el entonces presidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, hizo caso omiso de las estridentes advertencias de Beijing y fue a Taipei. Pero mucho ha cambiado en 25 años. El poderío militar mundial de Estados Unidos sigue siendo inigualable, pero el propio poderío militar de China, al menos en su vecindad inmediata, es ahora mucho mayor que antes. En la década de 1990, China tuvo que aceptar que las amenazas de enfrentarse directamente a la Armada de Estados Unidos no añadirían mucho músculo a su capacidad de negociación. Hoy, el equilibrio de fuerzas está mucho menos claro.
Y el momento es mucho más delicado, porque China está a semanas de un histórico congreso del partido en el que el presidente Xi Jinping, arquitecto de la agresiva política exterior china, coreografiará su propia coronación para un tercer mandato que rompe con la historia de gobierno institucional de la China moderna. No es un momento en el que el líder chino se encogerá de hombros ante un acto de asertividad estadounidense que ya ha denunciado.
Lo más importante que ha conseguido la escala de Pelosi en Taiwán es subrayar una vez más el absurdo insostenible del acuerdo entre Estados Unidos y China sobre Taiwán. El gobierno chino sigue fingiendo que tiene derecho a obligar a 23 millones de ciudadanos de la democrática Taiwán a aceptar el derecho del Partido Comunista de China a imponerles un estado policial. Washington sigue fingiendo que le importa el futuro de Taiwán tanto como a China. La política oficial de Estados Unidos es reconocer que sólo hay “una China” en teoría, pero dejar abierta la posibilidad de que luche en una guerra para impedir que Beijing utilice la fuerza para crear “una China” en la práctica.
El Presidente Biden ha aumentado la confusión al insistir en tres ocasiones distintas en que Estados Unidos lucharía contra China para proteger a Taiwán, una declaración que han evitado cuidadosamente los anteriores presidentes. A pesar de sus claras declaraciones, los representantes de su Casa Blanca han intentado proteger la ambigüedad estratégica de Estados Unidos insistiendo en que Biden no ha cambiado la política estadounidense. Mientras tanto, el ministro de Asuntos Exteriores de China calificó la visita de Pelosi a Taiwán de “maniática, irresponsable y altamente irracional”, antes de que China respondiera a la misma lanzando misiles balísticos al mar, una muestra de furia frustrada digna de un hombre fuerte norcoreano.
Lo más preocupante es que la visita de Pelosi ha sentado nuevos precedentes. Los ejercicios militares con fuego real de China en aguas que Taiwán considera dentro de su territorio harán mucho más probables provocaciones aún mayores en el futuro. Ahora es más probable que Xi utilice el Congreso del Partido para establecer nuevas líneas rojas sobre Taiwán que los futuros funcionarios estadounidenses estarán tentados de poner a prueba.
Estados Unidos y China no están al borde de la guerra. Ambos gobiernos reconocen que, en el mundo globalizado de hoy, no existe un muro de Berlín que proteja la seguridad y la prosperidad de una parte de la posible agitación de la otra. Ambos viven con la amenaza de una destrucción económica mutuamente asegurada. Pero el provocador viaje de Pelosi permite a los militares chinos ensayar para una futura guerra, empuja a los líderes chinos a salvar la cara trazando nuevas líneas rojas de Taiwán y plantea nuevas dudas sobre la estabilidad a largo plazo de la economía taiwanesa. La respuesta beligerante de Pekín, a su vez, anima a los halcones de China en Washington a seguir presionando con fuerza a Taiwán, sin un plan de respuesta creíble si un día se llega a las manos.