Columna de Moisés Naím: El Ártico y sus revelaciones

Ártico
Foto: Archivo


Por Moisés Naím, analista venezolano del Carnegie Endowment for International Peace

Considerado durante mucho tiempo como una frontera remota, desolada e irrelevante, el Ártico se está convirtiendo en un microcosmos de las principales tendencias estratégicas de nuestro tiempo. La competencia por el Ártico dice mucho sobre las fuerzas que moldean al mundo en estos tiempos. Allí están los renovados intereses de Rusia y Estados Unidos, la disminución de la influencia de Europa y el creciente peso geoestratégico de China, todo ello nutrido por la la inestabilidad climática. En muchos sentidos, el Ártico encapsula las líneas de la política global moderna.

Uno de los aspectos más llamativos de esta competencia es la creciente ambición de Rusia y su renovada determinación de acumular y proyectar poder. Moscú ha invertido en instalaciones militares, buques rompehielos de propulsión nuclear que abren camino a través del denso hielo, y en infraestructuras destinadas a dominar la Ruta del Mar del Norte (NSR), un corredor que pronto podría rivalizar con las rutas marítimas mundiales tradicionales. Este apetito expansionista se alinea con la postura geopolítica más amplia de Rusia, y que se extiende desde Ucrania hasta Oriente Medio. Allí busca el Kremlin recuperar la antigua esfera de influencia soviética y reafirmarse como potencia mundial. El Ártico, rico en petróleo, gas y minerales estratégicos enterrados bajo el permafrost, presenta un escenario en el que Rusia se siente envalentonada para retar el dominio occidental con una confrontación directa.

Más allá de Rusia y Estados Unidos, China ha ampliado discretamente sus ambiciones en el Ártico bajo su autodeclarada situación de «estado cercano al Ártico». A través de inversiones en puertos de aguas profundas, buques de vanguardia endurecidos para el hielo y asociaciones económicas, Pekín busca afianzarse en la gobernanza y la extracción de recursos del Ártico. Esto concuerda con la estrategia más amplia de China de asegurarse el acceso a minerales críticos y reservas energéticas en todo el mundo.

Estados Unidos ha respondido con una creciente asertividad en los asuntos del Ártico, impulsado tanto por preocupaciones estratégicas como por una creciente conciencia del potencial económico en juego. Bajo la administración Trump esta asertividad dio un giro abiertamente conflictivo, no solo hacia Rusia sino también hacia aliados tradicionales como Canadá y Dinamarca. Trump cuestionó abiertamente el papel de la OTAN en el Ártico, desafió las reivindicaciones territoriales canadienses e incluso propuso comprar Groenlandia a Dinamarca, una medida que hace temblar a los planificadores de defensa europeos. Es un momento audaz, que deja claro que incluso los aliados ya no son inmunes a las exigencias estadounidenses. La volatilidad estratégica de Trump y los frecuentes enfrentamientos con sus socios, han disminuido la viabilidad de una estrategia unificada para el Ártico occidental.

Sin embargo, incluso cuando Washington se impone en la geopolítica del Ártico, la capacidad de Estados Unidos para proyectar poder en la región se ha visto obstaculizada por décadas de desindustrialización. Estados Unidos, que en su día fue líder mundial en la construcción naval, ya no puede producir rompehielos pesados sin ayuda extranjera, y depende en cambio de una flota envejecida, empequeñecida por la armada rusa de buques de propulsión nuclear. El declive de la producción nacional de acero y de la capacidad de ingeniería especializada ha erosionado aún más la capacidad del país para mantener las operaciones en el Ártico, lo que ha obligado a los planificadores militares a adaptar la infraestructura obsoleta a las necesidades estratégicas.

Mientras tanto, los investigadores climáticos advierten con creciente alarma sobre las posibles consecuencias del rápido calentamiento del Ártico. La pérdida de hielo marino no solo acelera el cambio climático, sino que también amenaza con desencadenar una cascada de fenómenos meteorológicos extremos que se extenderán más allá del Ártico. Sin su escudo reflectante de hielo, el oscuro océano se traga el calor como un espejo negro, lo que aumenta aún más el calentamiento y desestabiliza las corrientes. Esta alteración puede hacer que el aire del Ártico se dirija hacia el sur, transformando Texas en un páramo cubierto de hielo durante un invierno y dejando al Medio Oeste reseco bajo implacables olas de calor veraniegas.

El Ártico ya no es un remanso helado sino un escenario geopolítico dinámico, donde las grandes potencias mundiales compiten por influencia, recursos y seguridad. La evolución de su importancia estratégica refleja conflictos globales más amplios: entre estados autoritarios asertivos y democracias liberales, explotación económica y gestión medioambiental, y entre cooperación y fragmentación. A medida que el hielo se derrita, la importancia del Ártico no hará más que crecer, obligando al mundo a enfrentarse a las tensiones más profundas que revela.

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