Por Sergio Cesarin, coordinador del Centro de Estudios sobre Asia del Pacífico e India (CEAPI), y Pamela Aróstica, directora de la Red China y América Latina: Enfoques Multidisciplinarios (REDCAEM).
Es indudable que el despliegue del renovado poderío chino hacia el mundo moviliza recursos, despierta voluntades, reconfigura alianzas, inquieta a líderes occidentales, reorienta estrategias y modifica percepciones tácticas y estratégicas por parte de actores estatales, comunidades de negocios e, incluso, moldea la opinión pública mundial dividiendo voces a favor o en contra. Bajo este escenario de reordenamiento global que China provoca, una nueva generación de conversos, particularmente en Europa y Estados Unidos, se ha dado cuenta como un efecto eureka, que el poder chino disperso por el orbe no es neutro a nivel político, social, económico y amenaza sus intereses. En América Latina y el Caribe (ALC), particularmente, la presencia de China a través de empresas, institutos de formación, redes académicas y medios de comunicación, ha incrementado su influencia en lo público y privado regional al provocar una profunda atracción sobre su exitosa trayectoria económica basada en un rígido sistema político unipartidista y epicentro de un orden “heliocéntrico” alrededor del cual giran naciones en desarrollo y desarrolladas; algunas en órbitas más cercanas y otras más lejanas.
Desde esta perspectiva, la III Cumbre entre la Unión Europea (UE) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) de Jefes de Estado y de Gobierno en Bruselas los días 17 y 18 de julio de 2023, luego de un vacío de 8 años (la II Cumbre UE-Celac se llevó a cabo el 2015), es un claro indicador de la simultaneidad de efectos eureka que China ha producido. En primer lugar, sobre la misma Europa que ha modificado su posicionamiento global y sobre China; la Europa comunitaria parece querer recuperar un perdido status como “actor global” luego de atravesar profundas crisis económicas, desgajamientos como el Brexit y actualmente la guerra en Ucrania. El “despertar europeo” ha sido –y es– traumático; luego de décadas de intentar un modus vivendi con la Rusia de Putin, la permisividad de su avance hacia el oeste (la anexión de Crimea y la invasión a Ucrania) demostraron claramente el fracaso de la “estrategia de apaciguamiento” dejando en evidencia la vulnerabilidad y dependencia europea de gobernantes autocráticos, quienes en reiteradas ocasiones en la voz de estrategas e intelectuales exponían como parte del imaginario chino como “potencia emergente” con ansias de restauración, el “debilitamiento de la Europa comunitaria”, léase la OTAN.
El epicentro de este efecto eureka parece ser la Alemania de la ex canciller Angela Merkel. La primera potencia económica europea y primer socio comercial de China en la Unión Europea parece despertar de su largo letargo y reconocer, mediante la publicación de su Strategy on China, la necesidad de combinar prudencia estratégica y garantías de seguridad (alimentaria y energética) con una pragmática gestión de negocios con el dragón asiático. Un enfoque que reafirma estrategias sobre de-risking (eliminación del riesgo a través de la restricción de vínculos con ciertas contrapartes, en lugar de gestionar el riesgo) pero no de-linking (la disociación consiste en desvincular un parámetro de otro). Para la Alemania post Merkel, China es ahora un competidor sistémico y un socio comercial de primer orden sobre el cual es necesario adoptar una nueva estrategia con el fin de preservar su “seguridad económica”: China ha cambiado, por lo tanto, la visión sobre China también debe cambiar.
Otros países europeos comparten esta visión. Se han dado cuenta (como efecto eureka!) que China se ha vuelto más poderosa y asertiva en política exterior, controla sectores estratégicos en sus economías vía alianzas, fusiones y adquisiciones (Gran Bretaña) de empresas, circuitos logísticos críticos bajo el amparo de la BRI (Grecia) y, por su competitividad, amenaza sus intereses estratégicos en ALC. Complementa esta visión el efecto Eureka que proviene de Estados Unidos, el cual retroalimentan la noción de una “amenaza china”, aún más intimidante al apoyarse en la alianza “sin límites” con Rusia, integrando así una coalición de “Estados autoritarios” anti occidentales.
Por todo lo dicho la reacción europea y su revinculación con ALC, puede interpretarse desde varios ángulos. Revalorizar el interés por ALC como proveedor de materias primas, recursos minerales, energéticos, de seguridad alimentaria, sostener la institucionalidad democrática, contener el avance chino sobre gobiernos y líderes sociales, recuperar espacios de influencia cedidos por “distracción y/o desinterés” ante actores gubernamentales y no gubernamentales, y reafirmar la importancia de ALC en la lucha contra el calentamiento global y el deterioro medioambiental son factores asociados al cambio (quizás tardío frente al sostenido avance de China) en la perspectiva europea sobre la región. Un indicador del “redescubrimiento europeo” consiste en sus pretensiones por concretar la firma de un Acuerdo de Libre Comercio (ALC) entre la UE y el Mercosur. Un acuerdo que se está negociando desde hace poco más de dos décadas, aún sujeto a controversias por evidentes asimetrías económicas, diferenciales sobre desarrollo, presiones proteccionistas en materia agrícola en socios europeos y sectores industriales suramericanos, e imposición de estándares medioambientales que, según la UE, las “sociedades europeas” imponen a sus representantes; medidas que, intra bloque Mercosur tal como lo ha expuesto el Presidente Lula de Brasil, son consideradas inaceptables entre “socios estratégicos”, en consecuencia, si la UE no las modifica probablemente el acuerdo no sea aprobado por los parlamentos regionales.
Pese a los disensos económicos, ante la actual coyuntura global y regional sin dudas siguen vigentes mutuas aspiraciones sobre una más profunda interdependencia entre la UE y ALC, sin embargo, esta no se ha de lograr sosteniendo una reiterada narrativa europea (mantra) sobre desarrollo, democracia, valores humanos y lazos históricos; conceptos que hoy no seducen a decisores políticos y agentes económicos latinoamericanos en un contexto post pandemia de evidente empobrecimiento, aumento de la informalidad laboral, precariedad financiera, carencias sanitarias, e incremento en niveles de inseguridad ciudadana; reconocer estas condiciones así como la diversidad de intereses latinoamericanos, es un pre requisito para recuperar espacios perdidos de poder por parte de la Unión Europea. A ojos latinoamericanos, en general, China aparece como un socio más “eficiente” y pragmático en tanto avanza con proyectos de infraestructura, inversiones en sectores industriales, acuerdos en telecomunicaciones y planes de acción conjunto de cooperación en áreas claves China-Celac desarrollados cada dos años; adicionalmente, China ha firmado varios Tratado de Libre Comercio (TLC) en la región, el más reciente con Ecuador.
Durante la última década, la Unión Europea ha perdido posiciones ante China en el plano de la divulgación cultural, y los estudios sobre la realidad europea con base regional en América Latina. En particular, se observa cómo han perdido protagonismo los centros de estudios europeos en los países latinoamericanos versus la prioridad otorgada a publicaciones e impulso a numerosos estudios sobre la realidad china en ALC. De esta forma, China ha ganado espacios de reconocimiento por medio de su soft power, cooptado intelectuales y difundiendo modelos e interpretaciones (posiciones oficiales) mediante pregoneros emisores de las bondades de un modelo autoritario de poder, caro a los oídos de movimientos de izquierda vernácula y partidos progresistas. Ante este cuadro de situación, tal vez el “efecto eureka” europeo sirva para revertir procesos ofreciendo una versión “aggiornada”, no de la “vieja Europa” sino de una renovada Europa del siglo XXI que aún puede actuar como modelo a emular por los países latinoamericanos.
¿Aún hay tiempo?, Europa puede recuperar espacios perdidos aplicando una visión pragmática, adaptando una narrativa con ALC que no esté centrada en “valores y simbología” pretérita y difusa, sino asentada en bases reales que contemplen objetivos multinivel y mutidimensional conjunto (y no paternalista como en el pasado) sobre desarrollo compartido, impulso industrial, alianzas tecnológicas, apertura de mercados, educación digital, know how, joint ventures e intercambio universitario entre otros puntos. Acciones concretas y sostenidas en el tiempo, que requerirán un trabajo de “base” más proactivo e inclusivo con actores subnacionales y actores no gubernamentales. En una región compleja donde las democracias no han resultado ser eficientes en términos de mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, el discurso meramente axiológico puede sonar vacío. En síntesis, será bienvenida la Unión Europea del siglo XXI a la región mediante el diálogo, la concertación para enfrentar desafíos comunes y conjuntos, el impulso al desarrollo y la formación de recursos humanos; a muchos nos hubiera gustado un despertar, un efecto eureka más temprano, pero… más vale tarde que nunca.