Toda Venezuela estuvo pegada a la televisión durante la noche del domingo pasado. Después de una tensa y larga espera de más de seis horas, sobre la madrugada del día siguiente, el presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) apareció en las pantallas de todo el país y, sin mediar mucho discurso, dio los resultados de la elección: Nicolás Maduro había ganado con un 52% de los votos ante el 44% obtenido por el candidato opositor, Edmundo González, con el 80% de las mesas escrutadas.
La oposición calificó ese recuento, casi de inmediato, como un fraude electoral. Al día siguiente, la líder opositora, María Corina Machado, inhabilitada para participar en los comicios, señaló que González había triunfado con 3,5 millones de votos de diferencia sobre Maduro con las actas electorales en su poder, que sumaban en aquel momento un 40%.
Ese fue el pistoletazo de inicio a una nueva crisis política de grandes dimensiones en Venezuela, similar a las que tuvieron lugar en 2014, 2017 y 2019.
Miles de opositores salieron a protestar el lunes denunciando ese fraude electoral y desataron una feroz reacción gubernamental que se ha saldado, hasta este viernes, con 11 muertos, según la organización Foro Penal, y 1.200 detenidos, según las cifras oficiales dadas por Nicolás Maduro.
La gran pregunta es qué va a pasar ahora y esa partida se juega en múltiples tableros dentro y fuera del país. Mucho dependerá de que el gobierno despeje o no dudas enseñando las actas electorales, algo que todavía no se había producido. De todos modos, el CNE ratificó ayer la proclamación de Maduro.
Numerosos expertos en esos documentos y en las actas de votación, afines tanto al gobierno como a la oposición, han destacado en los últimos días que son muy difíciles o prácticamente imposibles de modificar, porque contienen varios códigos e incluso una imagen QR.
Ambas facciones aseguran que las actas en su poder dan resultados totalmente distintos, con lo cual una está mintiendo y una porción de los analistas cree que su publicación podría, al menos, despejar dudas en cuanto a la limpieza de la votación, aunque eso no significase que ninguno de los dos bandos diese su brazo a torcer.
De hecho, parte importante de los politólogos dudan que haya una salida en el corto plazo a la crisis y las diferencias políticas que mantiene Venezuela en la última década, pero muchos sí coinciden en señalar que esta elección ha cambiado el equilibrio de fuerzas y que ese aspecto es clave.
Publicar las actas es lo que reclaman la mayoría de los países de la región y algunas potencias como Estados Unidos para reconocer a Maduro como Presidente, porque, por ahora, la reelección solo ha sido reconocida por sus aliados más férreos, como Rusia, China, Irán, Nicaragua, Cuba o Bolivia.
Uno de los mayores cambios en el equilibrio de fuerzas, destacan los politólogos, es precisamente que el gobierno venezolano parece haber perdido el apoyo frontal que tuvo durante décadas desde los países latinoamericanos gobernados por la izquierda dura pero con bases democráticas. Quizás la única excepción a esa regla sea hoy Bolivia.
Chile, Colombia, Brasil y México se han negado durante toda la semana a reconocer a Maduro como Presidente electo hasta que no publique las actas de votación. Gustavo Petro, Lula da Silva y Andrés Manuel López Obrador trabajan coordinados para lograr, aseguran, una salida pacífica a la crisis.
Se abstuvieron de votar una resolución de la OEA condenando el recuento, pero sus entornos se encargaron de difundir que era una maniobra para mantener la interlocución tanto con el gobierno como la oposición.
Petro llamó a Gabriel Boric después de la reunión y el Presidente chileno podría tener también su papel en esas charlas en las que tanto la agencia Bloomberg como el diario El País meten de pleno también a Estados Unidos.
Ese cambio frontal de paradigma es un quebradero de cabeza para Maduro, y esta vez más a su interna. Que líderes que él mismo alabó y defendió por años no le apoyen frontalmente y consideren que existen “graves dudas” en torno a la elección arquea sin duda las cejas de sus seguidores menos dogmáticos y, si bien su efecto a corto plazo podría no ser determinante, juega un papel clave en un desgaste que es cada vez más evidente.
Protestas en las barriadas
En ese desgaste juega también el posible efecto de una represión que es tanto o más dura que en 2017 y que, por primera vez, afecta abrumadoramente más a los barrios y favelas más humildes de la capital, protagonistas de las protestas de estos días.
El equilibrio de fuerzas en las barriadas de Caracas ha cambiado considerablemente en los últimos cinco años, y es algo palpable a simple vista en lugares como el empobrecido Petare, cuyos vecinos se han hecho notar con mucha fuerza en las marchas de esta semana. La protesta ya no es mayoritariamente de clase media. Bajó un escalón y eso, de nuevo, si bien pudiera no ser determinante para el presente, lo será para el futuro.
Miles de personas se concentraron el martes en el este de Caracas para protestar contra lo que definen como un fraude electoral. Centenares de motorizados arribaron desde los barrios y resguardaban al núcleo de personas que se disponían a caminar desde Altamira hasta el centro de la capital, donde se encuentran el palacio presidencial y los poderes públicos. En lo alto de un camión llegó el candidato presidencial, Edmundo González, y la líder opositora, María Corina Machado. Cada cifra es vitoreada, y el himno nacional, cantado con fuerza. Hay gente de todos los extractos sociales.
“Petare explotó porque estamos pasando hambre. Nos tienen a punta de una bolsa que no alcanza para nada y los productos vienen totalmente malos. Tienen gusanos. Eso está incomible”, confía William Rueda, un vecino de Petare, mentando a los repartos periódicos de comida que realiza el gobierno para los más necesitados.
“Hay hambre, los niños rebuscan en la basura y lo peor es que no podemos protestar”, dice Yeidy Vargas, otra vecina del barrio que está protagonizando parte de las protestas y donde estos días se han dado enfrentamientos entre civiles chavistas y bandas criminales, que aparentemente apoyan a la oposición.
La marcha avanzó brevemente, después de que los líderes se fueran, pero no caminó ni siquiera medio kilómetro cuando fue disuelta por las fuerzas del orden. En ese momento fueron detenidos decenas de venezolanos que apenas estaban protestando o incluso, aseguran, pasando por el lugar.
Buena parte de las organizaciones de la sociedad civil denuncian que, aunque siempre ha habido represalias, ahora se han incrementado y además con el añadido de que están afectando a la clase trabajadora y habitantes de barrios humildes.
Zona 7 era este jueves un hervidero de personas desde primera hora de la mañana. A la sede de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) en el este de Caracas acudieron desde muy temprano decenas de familias para tener noticias de sus seres queridos y, si pueden, dejarles comida, una arepita, un refresco, un arroz con caraotas, como se conoce en Venezuela al frijol, o simplemente una garrafa de agua.
El mismo Maduro admitió que habían sido arrestadas 1.200 personas e incluso dijo ante sus seguidores que iba “a por 1.000 más” en los próximos días.
“Gracias a Dios que está preso, porque eso quiere decir que está vivo”, aseguraba Nelson, padre de un joven veinteañero que fue detenido el martes en mitad de la calle cuando ni siquiera, asegura el progenitor, había participado en las protestas opositoras.
Su crimen fue estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, no muy lejos de donde se daba la concentración opositora liderada por María Corina Machado. “Él venía del trabajo y tuvo un accidente en la moto, y resulta que pasaba la guardia y se lo llevó preso. No sabemos de él. Supuestamente lo tienen aquí pero no nos dejan verlo”.
Nelson oculta su apellido para evitar represalias. El miedo de las familias que están junto a la sede policial de Zona 7 es tremendo. La mayoría se niega a hablar con la prensa por miedo a que el proceso judicial de sus seres queridos se vea perjudicado por dar declaraciones.
Esa misma noche Maduro endureció su discurso y habló sobre la creación de dos centros de reclusión de alta seguridad para las “bandas criminales” de nueva generación, con reeducación y trabajos forzados, que la oposición vio como una advertencia para ellos.
Mayores represalias en lugares donde antes no se daban y que eran la base del apoyo popular al chavismo va a suponer, según parte de los analistas, una pérdida de popularidad de Maduro en esos lugares. No está claro, eso sí, el efecto que supondría tener una presidencia paralela -EE.UU., Argentina y Uruguay reconocieron a Edmundo González como Presidente electo- porque el chavismo sobrevivió perfectamente durante años con Juan Guaidó siendo reconocido por buena parte de Occidente como presidente electo.
Probablemente habrá también nuevas sanciones, pero muchos piensan que el gobierno también puede sortearlas porque tiene igualmente mucha experiencia en hacerlo y ha sobrevivido durante años con sanciones.
Aunque ningún escenario es plenamente descartable, parte de los analistas piensa que la crisis venezolana continuará pero, eso sí, la mayoría destaca que la situación ha cambiado mucho en los últimos meses y creen que esa tendencia podría continuar. Sí tienen claro una cosa la casi totalidad de los analistas: una dilación en una solución política pacífica hará que continúe la migración masiva.