Con dos estrategias muy distintas, tanto Australia como su vecina Nueva Zelandia lograron aplanar la curva del Covid-19 en sus respectivos territorios. Mientras que Scott Morrison, el primer ministro australiano, optó por no frenar la economía del país evitando declarar una cuarentena obligatoria, su homóloga neozelandesa, Jacinda Ardern, decidió aplicar un estricto y temprano confinamiento a sus ciudadanos a partir del 26 de marzo.
Nueva Zelandia –con 1.504 casos y 22 muertes entre sus cinco millones de habitantes- anunció hoy que habían dado de alta al último paciente que estaba en aislamiento por coronavirus, explicando que ya no quedan casos activos en el país.
“No tener casos activos por primera vez desde el 28 de febrero es sin duda un hito importante en nuestro camino, pero como hemos dicho anteriormente, será esencial mantener la vigilancia contra el Covid-19”, aclaró a través de un comunicado el director general del ministerio de Salud, Ashley Bloomfield.
Nueva Zelandia, que ha sido elogiada a nivel internacional por su respuesta a la pandemia, pasó por un confinamiento estricto de siete semanas, que se dio por finalizado en mayo. El archipiélago no registra nuevos contagios hace 17 días y hace una semana que había solo un caso activo.
Observando los resultados, el gobierno anunció hoy la relajación de las medidas al nivel más bajo, lo que permitirá que la población vuelva a sus trabajos y reanude sus actividades cotidianas, con ciertas precauciones. Por ejemplo, se utilizará un código QR que habrá que escanear con el celular al entrar y salir de negocios, lo que permitirá un rápido rastreo si surge un nuevo brote.
Ardern señaló con optimismo que “hoy, 75 días después (de declarar estado de emergencia), estamos listos” para volver a la normalidad. Ya el 18 de mayo, miles de niños habían vuelto a las escuelas debido al éxito de la estrategia neozelandesa para frenar la propagación del virus.
El método australiano, por su parte, se basó en buscar un punto medio entre el confinamiento de la población y permitir que siguieran las actividades esenciales. Así, se fueron aplicando medidas para restringir el movimiento y las reuniones desde mediados de marzo, que incluyeron el cierre de bares, clubes, iglesias y otros espacios públicos, además de la limitación de la venta de bebidas y alimentos.
A pesar de que el gobierno australiano hizo un llamado a mantener abiertas las escuelas y guarderías para aquellos padres que debían seguir trabajando, muchas de ellas cerraron y decidieron continuar sus clases a través de aulas virtuales. Sin embargo, el 25 de mayo pudieron reanudar sus clases presenciales decenas de miles de alumnos de preescolar, primaria y secundaria en diversos estados, tras una cuarentena de dos meses.
Aunque en el inicio del brote Morrison fue duramente criticado por la lentitud de su reacción, la estrategia aplicada -además de la baja densidad poblacional y la cultura australiana de respetar las reglas- permitió que el sistema sanitario no se viera gravemente afectado y se evitara un mayor número de muertes. Australia, con más de 25 millones de habitantes, registra actualmente 7.265 casos y 102 fallecidos por coronavirus.
A principios de mayo ambos países ya parecían haber controlado el virus, e incluso propusieron crear una “burbuja de viaje” para incentivar el turismo y otro tipo de intercambios entre ellos. “Una zona de viaje a través del mar de Tasmania segura de Covid-19 sería mutuamente beneficiosa. Ayudaría a nuestra recuperación comercial y económica, a impulsar los sectores del turismo y el transporte, a mejorar los encuentros deportivos y a reunir a familias y amigos”, decía el comunicado conjunto publicado por Ardern y su homólogo australiano.
Aunque ambos líderes tienen ideologías distintas y se han enfrentado en reiteradas ocasiones, decidieron dejar de lado sus diferencias para avanzar en la reapertura de sus territorios. “Si hay un país en el mundo con el que podamos reconectarnos primero, sin duda ese es Nueva Zelandia”, dijo Morrison hace algunas semanas.
La noticia fue un alivio para la industria turística, que ha sido de las más castigadas por la pandemia. Cerca de un millón y medio de australianos visita Nueva Zelandia cada año, lo que representa un 40% del total de turistas. Australia, por su parte, recibe a 1,4 millones de neozelandeses anualmente, lo que equivale a un 15% del total de visitas.