Una madre empujó a la muchedumbre que se agolpaba en plaza Altamira de Caracas para escuchar al líder de la oposición Juan Guaidó. Finalmente llegó hasta su hijo, un soldado venezolano que se había rebelado contra Nicolás Maduro. Los dos se abrazaron y lloraron, como si fuese una última despedida.
El levantamiento militar a esas horas del mediodía de Caracas parecía desinflarse, y el soldado se aferraba a un escapulario de la virgen del Carmen. Antes que su madre y hermana se fueran, les dio su teléfono. Luego, para comunicarse con ellas utilizó el teléfono de este reportero. "Las amo mucho, hoy más que nunca. Será la libertad para ustedes, mis princesas", escribió en un apurado mensaje de texto.
El soldado no sabía que iba a pasarle. Como todavía nadie estaba seguro exactamente qué estaba pasando en Venezuela. A las 5.30 de la madrugada, Caracas se despertó bajo los rumores sobre un levantamiento militar, seguidos por horas de confusión y violencia.
Ya una hora después, los accesos a La Carlota, la base militar en Caracas, habían sido cortados por las fuerzas del orden. Pero miles de personas lograron acercarse a un distribuidor de la autopista Fajardo desde donde se puede ver la base militar. Ahí estaban, dentro de sus vehículos, Juan Guaidó y el también líder opositor Leopoldo López liberado solo unas horas antes de su arresto domiciliario.
Acompañados por un puñado de soldados, no más de 20, que lucían un pañuelo azul. "Esto significa que estamos por la libertad, estamos con el pueblo", dijo un soldado al ser consultado. Eso era lo único que se sabía en ese momento del levantamiento.
Pero era suficiente para que varios civiles enardecidos comenzaran a lanzar piedras hacia la base militar, desde donde respondieron con gases lacrimógenos y balas de goma. Algunas de las bombas lacrimógenas no funcionaron, casi como una suerte de metáfora de lo que ha sido el gobierno de Maduro.
El momento más tenso fue cuando un grupo de soldados motorizados, leales al Presidente Nicolás Maduro, se acercaron a los sublevados y fueron recibidos con ráfagas de tiros al aire. Uno de los soldados progobierno, que corrió en pánico, cayó y abandonó su moto. Al venir a recuperarla, fue casi linchado por algunos manifestantes, si no fuera por los soldados rebeldes que lo protegieron.
Luego, la violencia se trasladó a varios puntos de la ciudad. En algunos, cientos de jóvenes lanzaban coctails molotov a los blindados que disparaban cartuchos de gas lacrimógeno en horizontal, y no en vertical como dicta el procedimiento.
Desde el edificio del Ministerio de Transporte, un hombre, que los manifestantes identificaron como un miembro de los colectivos, descargó su arma sobre la muchedumbre que protestaba abajo, hiriendo por lo menos a dos personas. Los manifestantes rodearon el edificio y cuando un grupo de personas armadas intentó salir a la calle, fueron recibidos a tiros por la policía municipal, un hecho insólito en Caracas.
Pero más allá de la violencia, cuando ya era evidente que los rebeldes no tenían más que hacer en las cercanías de La Carlota, se retiraron, acompañados por Guaidó y López. Al alejarse a pie de La Carlota, uno de los oficiales le preguntó a Guaidó, "¿A dónde vamos?" y con poca certeza, como sorprendido por la pregunta, se escuchó a Guaidó responder: "A la Plaza Altamira". Todo parecía improvisado.
Y durante el día ese fue el sentimiento que se mezclaba con la confusión. Ya entrada la tarde, la gente volvía a sus casas sin saber adónde había ido Guaidó luego de hablar, ni cuántos militares se habían sublevado, ni qué iba a pasar con las grandes marchas previstas para el 1 de mayo. Y sobre todo dónde estaba Maduro.
En el barrio humilde de Petare, justo en las afueras de Caracas, las calles estaban desiertas, los negocios cerrados, y solo transitaban los uniformados de las FAES, las temidas Fuerzas Especiales. Las manifestaciones por el levantamiento habían tenido un impacto en los barrios de clase media y acomodados. En los barrios humildes, reina el terror a la represión.
De vuelta en la Plaza Altamira, pedí el número de teléfono al soldado que había abrazado y llorado con su madre. Lo anoté bajo el nombre "Soldado que llora". Cuándo él tomo mi teléfono para volverse a comunicar con su madre y vio cómo lo había llamado, se secó las lágrimas y me dijo "Lindo nombre".