El fallido atentado de este domingo contra el primer ministro de Irak, Mostafá al Kazemi, remata semanas de tensión y violencia en el país desde las polémicas elecciones legislativas anticipadas de octubre, y vuelve a poner de manifiesto cierta fragilidad interna de un Gobierno obligado a navegar entre múltiples intereses regionales.

Las elecciones fueron convocadas tras la grave crisis política en la que se vio sumido el país después las masivas movilizaciones registradas en 2019, que forzaron la dimisión del Gobierno y la aprobación de una nueva legislación electoral.

Las protestas, que estallaron en octubre de 2019 y se saldaron con más de 550 muertos, supusieron una nueva muestra del desencanto de la población con la clase política ante los numerosos casos de corrupción, el mal estado de los servicios públicos y la crisis económica imperante en Irak.

La represión de las protestas, achacada en gran parte de las Fuerzas de Movilización Popular (FMP) -una coalición de milicias progubernamentales, algunas de ellas respaldadas por Irán-, provocó una escalada de los disturbios y finalmente la dimisión del Ejecutivo que encabezaba Adel Abdul Mahdi, que había asumido el poder apenas un año antes.

La salida del poder de Abdul Mahdi abrió un periodo de conversaciones que derivó en mayo de 2020 en el nombramiento de Al Kazemi -hasta entonces jefe de los servicios de Inteligencia- como nuevo primer ministro, quien convocó comicios anticipados a raíz de la modificación de la ley electoral aprobada en diciembre de 2019.

Elecciones en disputa

Las elecciones, sextas desde la caída en 2003 del régimen de Sadam Huseín tras la invasión estadounidense, se desarrollaron con una calma aplaudida por los organismos internacionales, pero también marcadas por el malestar popular y el bajo nivel de participación, así como por los intentos de las élites políticas y económicas por afianzarse en el poder.

El resultado más destacado de los comicios fue la pérdida de escaños de partidos iraquíes alineados con Irán, como Alianza Al Fatá, cuyo líder, Hadi al Amiri, describió directamente los resultados como un “invento”.

Grupos como Alianza Al Fatá o Kataib Hezbolá forman parte de las Fuerzas de Movilización Popular (FMP), una coalición de milicias -muchas de ellas alineadas con Irán- paramilitares que apoyaron la ofensiva del Ejército contra el grupo yihadista Estado Islámico.

Desde entonces, Al Kazemi ha intentado negociar con las fuerzas más votadas del país y conservar así su cargo como primer ministro, comenzando por el bloque más votado, el encabezado por el popular clérigo chií Muqtada al Sadr, por delante de la Alianza para el Progreso, encabezada por el presidente del Parlamento, Muhamad al Halbusi.

Tras el anuncio de los resultados comenzaron diversas movilizaciones en Bagdad y otras ciudades del país, impulsadas por grupos proiraníes, para rechazar los mismos, mientras que la comisión electoral iniciaba un proceso de recuento manual en algunos colegios electorales en los que se habrían registrado irregularidades.

Las manifestaciones culminaron el pasado viernes, cuando al menos 125 personas resultaron heridas durante los enfrentamientos entre las fuerzas de seguridad y manifestantes precisamente en la Zona Verde de la capital de Irak, Bagdad, donde se encuentra la residencia del primer ministro Al Kazemi, y escenario del atentado frustrado del que las milicias proiraníes se han desvinculado por completo, antes de que se les pudiera formular acusación alguna.