Fue el secreto mejor guardado durante casi cuatro décadas, pero su apodo era conocido para quienes seguían la política estadounidense. "Garganta Profunda" -en alusión a una película para adultos de la época, protagonizada por Linda Lovelace- se convirtió en la guía entre las sombras del caso Watergate para los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward, en plena década de los 70.

La consecuencia de la trama también fue histórica: la renuncia del Presidente Richard Nixon por su vinculación en el encubrimiento del espionaje al Partido Demócrata. Y sólo hacia el final de sus días, cuando ya tenía más de 90 años, quien era esa sombra decidió salir a la luz: Mark Felt, el entonces "número 2" del FBI.

Casi 45 años después, es el mismo Woodward el que, sin pensarlo, le dio un inesperado impulso al debate sobre el uso y existencia de las fuentes anónimas. No sólo porque Fear, su libro sobre la administración Trump que ya es un éxito de ventas pese a que se lanzará el próximo martes 11, contiene entrevistas a múltiples voces del gobierno que hablan de cómo intentan contener a quien se supone que es la máxima autoridad. También porque fue a partir de uno de los adelantos del libro que se desató la tormenta con un alto funcionario publicando la inédita columna anónima en The New York Times.

El principal promotor de este debate había sido el propio Donald Trump, que hace tiempo ya no escatima críticas hacia la prensa: "enemigos de la gente", "medios deshonestos" y "noticias falsas" son parte del vocabulario corriente de sus intervenciones y tuiteos.

La doble versión

El gran dilema que enfrenta la prensa estadounidense es que, pese a que los medios desaconsejan el uso del "off" como base para los artículos, los reporteros afirman que la diferencia entre lo que dicen los funcionarios en público y lo que son capaces de reconocer en reserva es tan grande que es la única manera de plasmar de una manera adecuada lo que está pasando en el siempre convulsionado mundo del gobierno de Trump.

Esto, en parte, ocurre por el atípico origen del candidato que llegó a la Casa Blanca. El círculo de hierro de Trump es de contadas personas, y siempre sujeto a su humor cambiante. Se ha rodeado y alejado de familiares, excolaboradores de sus reality shows y figuras de la extrema derecha. En torno a ese grupo parece estar el equipo que da mayor estabilidad, con dirigentes políticos de más larga data y otros que vienen del siempre respetado mundo militar estadounidense.

Lo que ocurre es que ese grupo más amplio es el que está bajo la mayor sospecha, considerando que los dirigentes republicanos miraban con sospecha a Trump cuando éste lanzó su postulación, y luego el establishment del partido dudó en varias ocasiones si apoyarlo con todo o no. Solo el triunfo consiguió borrar esa distancia en la práctica, mas no en la teoría.

Ese grupo, incluso, podría dudar si apoya una reelección de Trump en 2020 o intenta levantar un desafiante interno. Por eso, con el "enemigo en casa", cada paso en falso puede implicar un riesgo no solo para la persona que quede expuesta, sino para quienes puedan tener cierta cercanía en la administración.

Así, y más allá del debate ético, hay dos certezas por el momento. La primera es que la Casa Blanca de Trump seguirá siendo, por un buen tiempo, un lugar donde las filtraciones más explosivas vendrán sin nombre y apellido. Y la segunda es que, tal como ocurrió en "Garganta Profunda" y otros casos, los más interesados en revelar las figuras detrás de hitos tan explosivos como la columna anónima son los periodistas.

Si no, que lo diga Helene Cooper, una reportera del New York Times que cubre el Pentágono, y que ayer le afirmaba al sitio Político que su deber era tratar de descubrir y dar a conocer quién era el misterioso escritor detrás del texto publicado en su diario, aunque su propia sección de Opinión -que trabaja de forma separada- jamás se lo diría. Su razonamiento era simple : "Ése es nuestro trabajo, ¿cierto?".