Diana e Isabel II, la complicada relación entre la princesa y la reina
Con la muerte de la monarca británica y el fin de 70 años de liderazgo, uno de los momentos más dramáticos de su reinado reflotó: los escándalos alrededor del matrimonio de su hijo Carlos y la aristócrata Lady Diana Spencer, relación en la que la figura de Isabel II siempre estuvo presente.
La que alguna vez fue considerada como la “boda del siglo”, con el pasar de los años se reveló como uno de los momentos más tensos y oscuros de la relación entre la difunta reina Isabel II y su fallecida nuera Diana, princesa de Gales. Era el 29 de julio de 1981 y los ojos del mundo se posaban en la catedral londinense de Saint Paul, lugar en el que el heredero al trono, el entonces príncipe Carlos, se iba a casar con la aristócrata Lady Diana Spencer.
Con 32 años y una reputación de enamoradizo -según los más amables- o mujeriego -por quienes se refieren a él de forma más dura-, el ahora rey Carlos III se casaba con una muchacha 12 años menor. Era Lady Di, como la llamarían sus adherentes. Para muchos, incluida la reina, el evento político-social significaba un renacer para la Casa de Windsor. Una nueva era dorada. El tiempo demostró que las breves 13 ocasiones en las que se vieron antes de que Carlos le propusiera matrimonio no fueron suficientes para cimentar la relación.
Aquel día de julio en el que se realizó la boda, cadenas de televisión y radio de todo el mundo observaban atentos cada movimiento. Más de 1.000 millones de almas escucharon el “sí, quiero”, dando inicio a una de las relaciones más famosas y dramáticas de la historia moderna. Momento en el que el tenso vínculo entre la reina y su nuera daría inicio.
La monarca y su fallecido esposo Felipe fueron unos de los grandes impulsores de la relación. Con más de 30 años, Carlos debía encontrar rápidamente una esposa que cumpliera con los estándares reales, y Diana los reunía a cabalidad. Bien educada y joven, se casó pese a que el ahora rey venía de una mal vista relación de más de 10 años con Camilla Parker Bowles, actual esposa del monarca y desde ahora reina consorte.
Según Catherine Mayer, periodista de la revista Time y autora de la biografía Charles: Heart of a King, Carlos estuvo a punto de cancelar la boda el día anterior a que esta se concretara. “No puedo seguir adelante con esto”, confesó a un cercano. Su relación con Camilla aún pesaba en la mente del entonces príncipe, pese a que ella había intentado rehacer su vida al casarse con Andrew Parker Bowles, un amigo de la familia real. La historia demostraría que nunca la dejó realmente. Continuaron su relación de forma extramarital, y en 2005, ocho años después de la trágica muerte de la princesa Diana, se casarían.
Las diferencias en la pareja salieron rápidamente a la luz. Él, proveniente de una familia extremadamente tradicional como lo son los Windsor, disfrutaba de los eventos al aire libre y los eventos de campo como la caza y el polo. Ella, quien apenas venía saliendo de su adolescencia, veía en la ciudad, la música popular y el baile sus escapes del día a día. Sumado a las cada vez más evidentes salidas extramaritales del entonces príncipe Carlos, Diana padeció de bulimia y comenzó a autolesionarse, según revelaría años después.
En el libro The Queen’s Speech: An Intimate Portrait Of The Queen In Her Own Words, Ingrid Seward afirmó que “la reina podía ver que la mujer que tenía enfrente, muchísimo más joven que ella, era ansiosa, pero no sabía de sus problemas emocionales o tenía conocimiento de cuestiones tales como la bulimia, el trastorno alimenticio que perseguiría a Diana por años”.
Para los 90, cuando los engaños del rey Carlos trascendieron, la prensa hizo públicas conversaciones telefónicas de alto contenido erótico entre Carlos y Camilla mientras el matrimonio con Diana aún se mantenía en pie, al menos de forma legal. Y la prensa sensacionalista se hizo un festín con la información.
“Bueno, éramos tres en mi matrimonio. Y eso es una multitud”, fueron las palabras de Diana sobre la figura de Camilla, al mismo tiempo que revelaba su infidelidad con su profesor de equitación, James Hewitt. Según Biography, conocedores de lo que ocurría en el palacio aseguraron que la princesa intentó buscar orientación y apoyo en la reina Isabel II. Al menos en un inicio, la monarca ciertamente empatizaba con su nuera, pues también pasó por difíciles momentos matrimoniales.
Sin embargo, la enorme brecha emocional que las separaba, aseguró Biography, hacía imposible compatibilizar ambas miradas. El deber y el servicio, ideales que la difunta monarca defendió durante todo su reinado, no cabían dentro del desbordante flujo de emociones que Diana demostraba públicamente.
Ya en 1992, la pareja anunció su separación de palabra, la que se concretó formalmente recién cuatro años después, en 1996. Meses antes, Lady Di reveló en una entrevista a BBC que también había sido infiel a Carlos, además de sus problemas médicos y emocionales. La bomba, sin embargo, llegó cuando afirmó que nunca fue apoyada por la familia real, generando que la popularidad de la monarquía cayera en picada. Su cercana relación con la gente, que le valió el título de la “Princesa del Pueblo”, golpeó a la realeza directamente en su relación con los ciudadanos británicos.
Así como millones de ojos vieron el histórico matrimonio, un año después de la separación observaban atónitos el fallecimiento de Diana Spencer, el 31 de agosto de 1997, en un accidente de tránsito en París. El hecho no solo conmocionó a Gran Bretaña, sino que a todo el mundo.
El hecho marcó uno de los momentos más oscuros durante los 70 años de la reina en el poder. Una tardía respuesta ante la muerte de la exesposa de su hijo, donde no mostró, al menos durante los primeros días, ningún gesto de condolencia por lo ocurrido, fue interpretado por gran parte del pueblo británico como una falta de interés.
Recién cinco días después del accidente, la reina Isabel II se dirigió a su gente para hablar de la tragedia. Seward detalló que “muchas personas condenaron públicamente a la familia real por permanecer en Balmoral, en lugar de regresar a Londres, y también por negarse a poner una bandera a media asta sobre el Palacio de Buckingham”. Finalmente, y con una gran presión social de por medio, la monarca rompió la tradición y permitió la medida en el palacio real el día del funeral, el 6 de septiembre de 1997.
Para Seward, eran simplemente muy “distintas y la Reina nunca se había encontrado con alguien que dijera sus emociones como Diana. No sabía cómo lidiar con eso y pensó que al final todo iba a estar bien, pero no fue así”.
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