La parroquia San Juan ha sido durante décadas un bastión del chavismo en Caracas. El barrio, humilde, ha cambiado mucho en los últimos años. Centenares de vecinos han migrado, como lo han hecho más de siete millones de venezolanos, y las preferencias políticas se han dividido en un país polarizado que este domingo afronta la cita electoral más decisiva desde 1998, cuando llegó al poder Hugo Chávez.
Al borde de una de las avenidas principales donde desembocan las callejuelas que bajan de una colina repleta de pequeñas casas venden repuestos de electrodomésticos y vehículos Raúl y Ariel Pérez, dos amigos de la infancia, a quienes la política no ha separado. Uno es chavista. El otro es opositor. Dirimen sus diferencias con un café en vaso de plástico. No es, en cualquier caso, el paradigma. La distancia política ha arruinado miles de amistades y familias.
“Hay mucha gente descontenta”, asegura Raúl, que anuncia que votará por Edmundo González, veterano exdiplomático de 74 años, hasta ahora desconocido para el gran público, pero cuya candidatura vuela por el apoyo de la líder opositora inhabilitada María Corina Machado.
“La gente está harta del bloqueo y las sanciones de Estados Unidos, pero también del saqueo de esta gente que está gobernando. Es demasiado. No se conforman con una tajadita, sino que quieren el plato completo y se lo llevan todo. El robo al erario público es atroz”, asegura Raúl, mientras le da un sorbo a un café negro entre el humo de los autobuses que pasan por la avenida.
No está, eso sí, totalmente convencido de la opción, como muchos venezolanos cuyo voto será clave en la jornada electoral. “Edmundo representa una clase social, la oligarquía recalcitrante y que no quiere al pueblo. Pero no hay otra opción, es la que nos presentaron”, considera.
Ariel, su amigo, asiente cuando escucha esa frase. Él votará, otra vez, a Nicolás Maduro, aunque no está seguro de su victoria, porque ha visto recientemente que el apoyo a la oposición ha crecido. “El Presidente ha hecho mucho por este pueblo. A pesar de todas las sanciones, la economía ha mejorado”, asegura.
Caracas es hoy una ciudad muy distinta a la que era hace apenas un lustro. La seguridad ha mejorado considerablemente. Los habitantes de la capital caminan por el centro hablando por sus teléfonos móviles y la Plaza de La Candelaria está a rebosar de familias hasta la madrugada durante los fines de semana, escenas impensables para muchos en 2018.
La dolarización tolerada por el gobierno ha propiciado también el control de la inflación y un mejor panorama económico. Han proliferado apliciones de delivery e incluso empresas de transporte por internet locales. Los anaqueles vacíos de comercios y supermercados han dado paso a estantes repletos de productos, pero, eso sí, muy caros. Los precios están al nivel de Madrid o Roma, pero buena parte de los salarios, especialmente de los funcionarios y de los jubilados, siguen siendo exiguos y miles sobreviven con distintas ocupaciones para acceder a la divisa estadounidense.
“Sobrevivimos arañando de aquí y de allá, como decimos los venezolanos, porque con 130 bolívares (poco más de tres dólares al cambio), que es el sueldo mínimo, no vive nadie”, asegura Frederick Loaiza, un guía turístico profesional que no se dedica a ese sector porque a Venezuela no llegan turistas. “Sólo los rusos”, apunta, mientras jalea a los políticos opositores durante el cierre de campaña del jueves en Caracas, con la bandera tricolor pintada en la piel.
“Yo no me voy”
Si la situación económica fuese de recuperación total, asegura, la gente no se seguiría yendo, como han migrado ya más de siete millones de venezolanos. Él, en cambio, se queda. “Yo no me voy, porque aquí tengo mi casa y no la dejo abandonada por un gobierno nefasto”.
Franklin no siempre fue un fervoroso opositor. Como muchos otros venezolanos, él votó durante años por Chávez y después cambió su opción. Sigue, eso sí, respetando la figura del expresidente. “Yo era chavista y no es lo mismo lo que pensaba Chávez de lo que piensa Maduro. Y aunque muchos no lo crean, a Maduro se le volteó mucha gente. Si Chávez estuviera vivo no estaría pasando esto y en Venezuela se viviría mejor que en otros países”, dice.
Cree que González va a ganar este domingo y que el chavismo tendrá que aceptar los resultados. No descarta que se produzcan hecho violentos. “Si el gobierno no admite los resultados vamos a ir a una guerra civil como la que hubo en España, y va a haber más muertos que cuando la guarimba. No nos vamos a calar esto. Ya está, estamos cansados”, asegura.
En la manifestación opositora hay también muchos pequeños y medianos empresarios que buscan un cambio de gobierno para poder desarrollar sus negocios. “Acá no se puede trabajar. Yo tengo terreno a las afueras de la ciudad listo para sembrar y no me dejan. Hay trabas para los permisos y también de acceso a la financiación. Mis hijos se han tenido que ir del país porque no podemos producir. Es durísimo no poder verlos”, comenta el veterano Sergio Rojas poco antes de que pase por delante suyo el camión que transporta a la opositora Machado y la conversación se haga imposible por el sonido de pitidos, tambores y música.
La distancia entre la concentración opositora y la oficialista es de apenas un par de kilómetros y no se producen incidentes, a pesar de que el país está muy tensionado. Es, dicen algunos, la calma antes que la tempestad. Pase lo que pase en las elecciones, muchos, de uno y otro lado, auguran problemas.
En las amplias avenidas de Caracas solo hay pegados afiches de Nicolás Maduro. La oposición no está presente en las farolas. Apenas unas pegatinas de Acción Democrática, el antaño partido hegemónico de la centroizquierda, llamando al voto en blanco, una opción extremadamente minoritaria entre los opositores al gobierno.
“Qué empresa te va a imprimir un cartel opositor si han cerrado hasta areperías donde se han sentado a comer los opositores de camino a sus concentraciones en el exterior de Caracas”, recuerda un taxista.
El ambiente en la marcha oficialista es muy similar al de la opositora. Música, jolgorio y personas totalmente seguras de que su candidato va a ganar. “Esperemos que no haya disturbios si la oposición no acepta los resultados, pero nosotros sabemos también cómo defendernos”, asegura Yuli Fernández, ataviada con su camiseta roja de todas las marchas mientras espera que comience la movilización.
Tiene claro por qué vota por Maduro. “Por la educación gratuita y la vivienda. Ahora tenemos oportunidades. Antes no teníamos la posibilidad de estudiar. Ahora quien no estudia es porque no quiere. Antes el pobre no estudiaba porque todo era privado. Estudiaban los hijos de papá y mamá y no había posibilidades para nosotros”, recuerda la descendiente de una familia humilde que ha escalado en el escalafón social, asegura, gracias al gobierno chavista.
Cree que eso cambiaría si la oposición gana. “Cómo es que la oposición dice que quiere ayudarnos y nos mantiene bloqueados. Si ellos vuelven, se privatiza todo. Su interés es montarse encima de lo que sea para sus propios intereses. No es el del pueblo”, sostiene mientras suena de fondo el Gallo pinto, la canción que ha elaborado el chavismo que muestra a su candidato como el más fuerte del corral.
Mirando su teléfono celular está Carlos Alberto, un físico que trabaja en una empresa pública. “La economía ha mejorado un poco. Ha subido un poco más comparado con hace cuatro o cinco años. Queremos que continúe esa mejora y que todos los venezolanos regresen al país. Duelen mucho los profesionales que hay fuera. Yo tengo tres hijos en Brasil, porque aquí no había trabajo”. Dos visiones de país que se enfrentarán en las urnas.