El lunes 10 de marzo de 2013, un día antes del inicio del cónclave que elegiría al cardenal Jorge Mario Bergoglio como el sucesor de Benedicto XVI, Robert Moynihan, fundador de la revista Inside the Vatican y reconocido vaticanista conservador se cruzó cerca del Vaticano con un viejo cardenal. Consciente de que no le respondería ninguna pregunta sobre el cónclave que estaba por comenzar se limitó a saludarlo y comentarle que él le tenía mucho cariño a Benedicto XVI. Ante lo cual, el cardenal con una expresión de tristeza e inquietud -según recordó Moynihan-, respondió: “Yo también, pero esto nunca debió pasar, él nunca debió haber dejado su cargo”. Y tras hacer un silencio, continuó: “Es como un hombre y una mujer, un esposo y una esposa, un padre y una madre… ¿qué es lo que ellos dicen?... dicen, ‘hasta que la muerte los separe’. Permanecen juntos para siempre”.
El episodio es probablemente el que mejor refleja el ambiente que se vivía en el Vaticano entre febrero y marzo de 2013, tras conocerse la decisión de Benedicto XVI de renunciar a su cargo. “Estamos viviendo tiempos difíciles, rece por nosotros”, le pidió el cardenal antes de despedirse de Moynihan esa noche. Era la primera vez que un Papa dimitía voluntariamente en más de 700 años, desde que Celestino V decidió abdicar al trono de San Pedro tras pocos meses en el cargo. Era una decisión “excepcional”, como el propio Papa Emérito lo señaló en una de sus extensas entrevistas con el periodista alemán Peter Seewald, donde detalló además los entretelones de su decisión, descartando supuestas presiones para que dejara el cargo, como algunos vaticanistas han asegurado. “Nadie trató de chantajearme. Si eso hubiera sucedido no me habría ido”, aseguró.
Su renuncia sorprendió a todos, o casi todos -sólo cuatro personas estaban al tanto de su decisión- ese 11 de febrero de 2013, cuando la anunció en la sala del consistorio, frente al colegio cardenalicio reunido para conocer las fechas de las próximas canonizaciones. ”Tras haber examinado repetidamente mi conciencia ante Dios, he llegado a la certeza de que mis fuerzas, dada mi avanzada edad, ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio petrino. [...] Por esta razón, y muy consciente de la gravedad de este acto, con plena libertad declaro que renuncio al ministerio de obispo de Roma, sucesor de san Pedro”, dijo en latín, lo que les impidió a muchos entender de inmediato su anuncio, hasta que la periodista de la agencia Ansa Giovanna Chirri transmitió al noticia al mundo.
La información desató un verdadero terremoto, levantando todo tipo de especulaciones sobre las verdaderas razones de su renuncia. Especulaciones que ni siquiera las posteriores explicaciones del propio Papa Emérito ayudaron a despejar. La razón: el hecho se produjo en medio del llamado escándalo de los Vatileaks, sobre la filtración de documentos papales por parte del secretario personal del pontífice Paolo Gabriele -quien aseguró que lo había hecho para proteger al propio Papa de las presiones de la Curia. Una situación que llevó incluso a Benedicto XVI a designar una comisión especial de tres cardenales para investigar el tema en abril de 2012, cuyo informe nunca se hizo público. Según el periodista Gianluigi Nuzzi detrás de la renuncia estaban las crecientes disputas de poder al interior de la propia Curia Romana.
La dimisión, además, generó un escenario inédito en la Iglesia Católica y un debate que no está del todo cerrado sobre la condición de Benedicto XVI. La Constitución vaticana no establece la existencia de un Papa Emérito, calidad que sólo se le confiere a los obispos tras renunciar a sus diócesis por edad tras lo establecido en el Concilio Vaticano II. Por ello, algunos sostienen que Joseph Ratzinger debería haber regresado a su condición de obispo tras dimitir, y no podía seguir usando la sotana blanca propia de los Papas. Sin embargo, según el secretario de Benedicto XVI, el arzobispo Georg Ganswein, Ratzinger renunció a su labor papal, pero no a su condición de Papa, una sutileza que dio pie a otro debate, el de la inédita existencia de dos Papas en la Iglesia Católica. El propio Papa Francisco siguió llamando “Su Santidad” a Benedicto hasta su muerte.
Pese a lo anterior, Joseph Ratzinger intentó desvirtuar todas las especulaciones sobre su renuncia en los años posteriores. Según relató a Peter Seeweld la decisión de dar un paso al costado comenzó a meditarla tras el viaje a Cuba y México en 2012, porque su médico le dijo que no podría hacer un nuevo vuelo transatlántico, lo que le impediría ir a la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil en 2013. “Estaba claro que debía renunciar con tiempo para que el nuevo Papa planeara ese viaje”, comentó. Por eso, en el verano de 2012 tomó la decisión y escribió su discurso de renuncia solo “unos 14 días antes de darlo a conocer”.