La canciller alemana, Angela Merkel, y el Presidente ruso, Vladimir Putin, no son amigos, pero sí socios económicos y políticos importantes. La influencia rusa en Medio Oriente es enorme, particularmente por el vacío de poder que ha dejado Estados Unidos, permitiendo que Rusia se convierta en un actor clave en la zona. Putin es necesario para llegar a una solución de los conflictos y tanto Merkel como él lo saben.
No es lo único en lo que coinciden. Por ejemplo, tanto la diplomacia alemana como la rusa han condenado el asesinato del general iraní Qassem Soleimani por parte de Washington, y Donald Trump se ha convertido en un “adversario” común para ambos líderes.
Sin embargo, en las últimas semanas, Merkel ha optado por jugadas osadas que podrían envenenar aún más la ya frágil relación con Moscú. La canciller alemana estuvo entre las primeras en condenar el ataque al opositor ruso, Alexei Navalny, insistiendo en que el reconocido crítico de Putin había sido “víctima de un crimen”. Así, exigió que el gobierno ruso se hiciera cargo y esclareciera los hechos.
El mismo día en que Navalny fue ingresado a un hospital en Siberia, la canciller alemana declaró que su país estaba dispuesto a ofrecer asistencia médica y asilo al líder opositor ruso. El político, que de acuerdo al análisis de tres laboratorios europeos fue envenenado con un agente neurotóxico, recibió la visita de Merkel durante su estadía en el centro médico Charité de Berlín.
Asimismo, Merkel se prepara para reunirse “próximamente” con la líder bielorrusa en el exilio, Svetlana Tijanóvskaya, cuyo esposo está en prisión, acusado de intentar derrocar al gobierno de Lukashenko.
“Solo puedo decir que admiro el valor que muestran esas mujeres, que salen a la calle por la libertad y por una vida sin corrupción”, declaró la canciller alemana en el Bundestag.
Putin, en tanto, señaló que Bielorrusia se enfrenta a “presiones externas sin precedentes”, a raíz del encuentro de Tijanovskaya con el Presidente francés, Emmanuel Macron, este martes en Lituania.