Han pasado exactamente 20 años desde el discurso con el que quien hoy es presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, celebraba la mayoría absoluta conseguida por su partido AKP en las elecciones del 3 de noviembre de 2002. Entonces, este político de orígenes islamistas accedía al poder con la promesa de ampliar derechos y libertades y emprender el proceso de adhesión a la Unión Europea.
Hacia más autoridad
Y en verdad, los primeros años de Erdogan fueron de aperturismo y liberalización. Pero a medida que se afianzaba en el gobierno e iba purgando de su partido a sus compañeros más destacados, su manejo del poder se fue haciendo más autoritario.
Hoy preside un Estado que ha dejado atrás el parlamentarismo por un sistema presidencial que le otorga poderes extraordinarios, un país que ha retrocedido numerosos puestos en las listas de libertad de expresión y de prensa debido a las draconianas leyes aprobadas.
Un país que, además, en los últimos años se ha precipitado por la senda de una crisis económica de gran calado debido al polémico manejo de su política monetaria, que oficialmente compete al Banco Central pero que, en realidad, establece el propio Erdogan.
Amor vs. odio
Turquía se ha convertido también en un país tremendamente polarizado, donde la mitad de la población ama a un presidente de gestos populistas al que le gusta prodigarse en su imagen de padre de la nación, y donde la otra mitad lo odia profundamente.
Esa mitad que lo ama le ha bastado hasta ahora para gobernar con mano de hierro, pero la crisis económica y la alta inflación han mermado su reputación, lo que ha puesto en peligro su reelección en las urnas, a las que se enfrentará en poco más de medio año.