Lilian Hernández ya no quiere vivir: 36 miembros de su familia desaparecieron y teme que estén sepultados tras la erupción del Volcán de Fuego en Guatemala. Familias enteras que vivían en pequeñas comunidades a su alrededor desaparecieron tras la violenta erupción del domingo y para algunos es una anticipación de que el saldo final de fallecidos sería mucho mayor de los 99 que hasta anoche reportaban cifras no oficiales.
Lo que una vez fue una serie de cañones, colinas y campos verdes se transformó en algo más parecido a una playa color beige con rocas y escombros que dejó una avalancha de material ardiente y nubes tóxicas que descendieron del cráter de uno de los volcanes más activos de Centroamérica.
Tres días después de la erupción, el terreno seguía tan caliente que era imposible para los rescatistas buscar más cuerpos o incluso sobrevivientes. Y ahora la lluvia ha dificultado las labores de rescate.
Lilian hace un esfuerzo para impedir que las lágrimas ahoguen su voz. No deja de llorar mientras nombra a cada uno de sus tíos, tías, primos y una niña de nueve años. Van poco más de 20 nombres, y se detiene. Ya no puede más, no recuerda, el llanto no la deja pensar, sólo dice que son 36.
Todos vivían en San Miguel Los Lotes, la aldea que quedó sepultada tras la explosión. Las mujeres eran amas de casa y los hombres trabajaban como agricultores o albañiles. Vivían en un terreno con ocho casas que habitaban todos.
Lilian dice que cuando el Volcán de Fuego hizo erupción, su hermano y su hermana corrieron para ver a su abuela. "Mi abuela dijo que si era la voluntad de Dios que ella no salía huyendo", cuenta a The Associated Press, "Ella ya no podía caminar, le costaba movilizarse", agrega.
Desde la erupción Lilian ha pasado las noches en una iglesia mormona de la comunidad cercana de Escuintla y en el día va a la morgue en espera de alguna noticia. Hasta ahora, sólo han localizado e identificado a un primo, César Gudiel Escalante, de 28 años. Su cuerpo fue localizado en una calle, petrificado como una estatua.
Lilian y su esposo Francisco Ortiz sobrevivieron porque dos meses antes salieron de Los Lotes para iniciar una nueva vida en un terreno a un par de kilómetros de ahí. "La gente quedo sepultada en casi tres metros de lava", dice Ortiz.