“Me hubiera gustado saber que no es tan fácil como la gente dice. Tienes que estar dispuesto a morir o vivir, porque es muy difícil”, dice a Médicos Sin Fronteras (MSF) Simonei, una migrante venezolana. “Lo fundamental es: una mochila no muy pesada, una carpa, comida para los niños y pastillas que potabilicen el agua para que no lleguen acá con diarrea”, agrega la joven que permaneció varias semanas estancada en la Estación de Recepción Migratoria porque no sabía que para salir de allí debía pagar US$ 40 para el bus que transporta a los migrantes desde el Darién hasta Chiriquí, cerca de la frontera de Panamá con Costa Rica.
Al igual que Simonei, diariamente cientos de migrantes de países vecinos como Venezuela, Haití, Ecuador, Chile y Brasil, pero también de lugares tan distantes como China, India, Afganistán, Camerún, Somalia y Bangladesh, atraviesan esa espesa selva de más de cinco mil kilómetros cuadrados que separa a Colombia de Panamá.
La selva del Darién se ha convertido en una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo. Por un lado, se encuentra ubicada en una de las regiones más húmedas del planeta y no tiene la infraestructura necesaria para el paso masivo de personas. Esto causa accidentes como resbalones por caminos muy empinados, caídas por abismos y ahogamientos en ríos que aumentan su caudal de manera sorpresiva.
Las autoridades de migración de Panamá informaron que hasta el 31 de julio unos 248.901 migrantes habían cruzado la jungla del Darién, en la frontera con Colombia, con rumbo a Estados Unidos, lo que ya supera ligeramente las cifras históricas registradas el año pasado, pese a las iniciativas lanzadas en los últimos meses por varios países para detener ese peligroso flujo irregular.
En 2022 se marcó un nuevo récord en el flujo irregular por el Darién al registrarse 240.284 tránsitos, más de la mitad de ellos de venezolanos, un patrón que se mantenía este año. Las cifras muestran una baja en junio respecto de mayo, un mes en que Estados Unidos puso fin a las restricciones al asilo relacionadas con la pandemia, que se conoció como Título 42, mediante las cuales se expulsó a millones de migrantes. Sin embargo, los cruces se dispararon en julio, con más de 52.000, frente a los 29.722 contabilizados en junio.
Sólo el lunes arribaron a los centros de recepción en el Darién 1.869 migrantes, indicó a medios locales la subdirectora del Servicio Nacional de Migración de Panamá, María Isabel Saravia. Detalló que el 21% de los cruces en lo que va del año corresponde a niños y adolescentes.
El ministro de Seguridad de Panamá, Juan Manuel Pino, ratificó a The Associated Press en un mensaje de WhatsApp que ya se habían rebasado las cifras del año pasado.
Las autoridades panameñas y agencias Naciones Unidas han advertido que de seguir esta tendencia, el 2023 podría cerrar con el cruce de más de 400.000 personas. El tránsito de migrantes por el Darién lleva más de dos décadas, pero el fenómeno se disparó en los últimos años. Saravia dijo que desde el 2009 han cruzado por esa ruta, a veces mortal, más de 700.000 personas.
En abril, Colombia, Panamá y Estados Unidos -tres socios en el tema de seguridad y países de tránsito y destino de los migrantes- anunciaron una campaña conjunta para enfrentar las redes de tráfico ilegal de personas que operan en la porosa frontera colombo-panameña y acabar con el flujo migratorio en 60 días. Más de un mes y medio después, Panamá lanzó un operativo con más de un millar de agentes de seguridad, migración y personal judicial en el Darién, pero el tránsito no se detuvo.
Violencia sexual
Según MSF, la agudización de conflictos armados, el incremento de la violencia ejercida por bandas criminales y pandillas y crisis económicas en los países de procedencia han generado que las cifras de caminantes por el Tapón del Darién aumenten en lugar de disminuir, pese al endurecimiento de las políticas migratorias.
La organización -que se encuentra trabajando actualmente en Panamá brindando atención física y mental- explica que la travesía puede durar desde tres hasta 15 días y es el primer paso en Centroamérica, en la ruta hacia el norte del continente. Allí, los migrantes arriesgan su vida al enfrentarse no solo a condiciones naturales complejas como el paso de ríos caudalosos, trochas empinadas y falta de agua potable, sino a la presencia de grupos criminales locales que roban, secuestran y ejercen violencia sexual.
“Yo estaba con un grupo de 11 personas. Nos asaltaron unos hombres, nos pusieron la pistola en la boca, nos manosearon, nos amenazaron y me intentaron violar. Me zafé, le di un palazo en la rodilla y por eso se inició un tiroteo. Todos corrimos en diferentes direcciones y ahí me separé de mi familia. Me tuve que tirar al río desnuda para salvarme y tardé ocho días en cruzar la selva. Comí lo que podía: plátano, agua del río, comida dañada que encontraba tirada, lo que otros migrantes me iban dando. Estaba desesperada por salir de ese lugar. Esa ruta es horrible, que la cierren ya, la gente no sabe a lo que se está exponiendo”, dijo a Médicos Sin Fronteras Andreina, una migrante venezolana de 36 años.
De acuerdo con datos de MSF, en lo que va de 2023 los casos de violencia sexual contra las mujeres migrantes ha ido en aumento. En todo el 2022 la ONG atendió a 172 víctimas, y en tan solo siete meses de este año ya registran 174. Sin embargo, el organismo advierte sobre el subregistro en este tipo de delitos, por lo que se estima que la cifra puede ser mayor.
A lo anterior se suma que la mayoría de los diagnósticos de los migrantes que son atendidos por MSF tienen enfermedades del sistema musculoesquelético, que pueden ir desde torceduras hasta fracturas que dificultan aún más el recorrido.
“Por la complejidad del camino, los migrantes evitan llevar cargas muy pesadas o abandonan sus insumos en el recorrido, incluida la comida y el agua potable necesarias. Por esto, los otros dos diagnósticos más repetitivos son diarreas con y sin sangre y enfermedades en la piel. Además, por permanecer días y noches enteras húmedos, los migrantes también llegan a nuestras consultas con enfermedades respiratorias”, indicó el organismo.
Si bien las rutas para atravesar el Darién se modifican dependiendo del clima y las condiciones de los grupos armados y criminales en la zona, en general se inician en Capurganá o Acandí (Colombia) y terminan en las comunidades indígenas de Canaán Membrillo o Bajo Chiquito (Panamá).
Desde Necoclí o Turbo en Antioquia, Colombia, los migrantes toman una lancha hacia Acandí o Capurganá. Y desde allí empieza una caminata que puede durar de tres a seis días, aunque algunos migrantes han tardado varias semanas tras caerse o lastimarse en el recorrido. Finalmente, llegan a un punto conocido como Come Gallina (Panamá), hacen un pago hasta la comunidad indígena de Bajo Chiquito. Allí suben a otra embarcación en época de invierno o caminan en verano hasta la Estación de Recepción Migratoria de Lajas Blancas.
La ruta que va desde Capurganá a Canaán Membrillo es la más costosa. En ella, los migrantes pagan desde US$ 400 hasta US$ 550 por tomar un bote desde Capurganá (en Colombia) hasta Carreto (en Panamá), indicó MSF. Luego caminan a través de la selva de dos a cuatro días y finalizan en la comunidad indígena Embera de Canaán Membrillo. Allí, deben tomar un bote, luego un camión del Servicio Nacional de Fronteras y enseguida un bus hasta la Estación de Recepción Migratoria de San Vicente. Este último recorrido puede tardar entre cuatro y cinco horas en invierno, pero hasta ocho horas en temporada seca.
Hay migrantes que llegan a las Estaciones Temporales de Recepción Migratoria en Panamá que deben tomar un bus directamente que cuesta US$ 40 y los lleva a la Estación Temporal de Recepción Migratoria de Planes de Gualaca, en la provincia de Chiriquí (Panamá). Luego deben tomar un bus a la terminal de David y desde allí otro que los lleva a la ciudad de Paso Canoas, en la frontera con Costa Rica. Ambos buses suman aproximadamente US$ 10.
De ahí en adelante, los pasajes de bus dentro de cada país rondan entre los US$ 40 y US$ 50. En Nicaragua, es obligatorio tramitar un salvoconducto que vale US$ 150. Luego, en Honduras, deben sacar un salvoconducto que hasta junio de 2023 era gratis, que les permite el tránsito por el país durante cinco días.