
¿Fin del correísmo? El golpe tras nueva derrota electoral en Ecuador
Luego de tres elecciones presidenciales sin poder regresar al Palacio de Carondelet, el movimiento creado por Rafael Correa, que le entregó una hegemonía de una década en Ecuador, parece estar en su peor momento.

“La tercera es la vencida”, reza el refrán que apela a que la constancia y la persistencia siempre dan una recompensa. Sin embargo, en el caso de la oposición de Ecuador, enmarcada en el correísmo, podría significar justamente lo contrario. Y es que el domingo pasado llegaron al balotaje presidencial por tercera vez consecutiva, y tal como las otras dos veces, no lograron hacer crecer su base de votos de la primera vuelta.
El movimiento liderado por el expresidente Rafael Correa, hoy asilado en Bélgica tras ser declarado culpable de corrupción, ha quedado relegado del máximo poder del Estado desde que llegó Guillermo Lasso al Palacio de Carondelet, en 2021. Algunos podrían argumentar que la izquierda de Correa se alejó del Ejecutivo incluso desde antes, considerando que si bien Lenin Moreno ganó la presidencial y gobernó desde 2017, el quiebre entre delfín y el mentor provocó una “descorreización” de la política ecuatoriana cuyos efectos se sienten hasta hoy.
Y lo ocurrido el domingo pasado podría ser, al menos, la mayor grieta en la historia del movimiento izquierdista ecuatoriano. A la segunda vuelta llegó el actual mandatario, el derechista Daniel Noboa, y la carta de Correa, Luisa González. Esta última intentó al máximo desligarse de la figura de su padrino político, sin embargo, nunca lo logró del todo. Es más, ambos apelaron -y apelan- a la teoría del fraude electoral.
Esa vinculación, creen algunos politólogos, podría ser parte de la explicación que permita entender por qué, pese a que en la primera vuelta los separaron tan solo 16.000 sufragios y menos de un 1% de la votación, la diferencia en el balotaje fue de casi 12 puntos porcentuales y casi 1,2 millones de votos.
Para Simón Pachano, analista político ecuatoriano, “es muy difícil afirmar que es el ocaso del correísmo”, sin embargo, “por primera vez hay algunos cuadros importantes del movimiento, autoridades locales como el alcalde de Guayaquil, el alcalde de Quito, la prefecta de Guayas o la de Pichincha, que dicen que ellos no están de acuerdo con las declaraciones de Luisa González sobre un fraude electoral”.

Esta crisis es “un hecho de que no se ha presentado antes en el correísmo”, añade el experto. “Hay una especie de mini fractura, se podría argumentar. No me atrevo a decir que se trate de una ruptura y no puedo asegurar hacia dónde va. Pero sí se trata de la primera vez que se da. Es un hecho insólito y desconocido”.
Techo electoral
Tal como ocurrió en anteriores definiciones presidenciales, el correísmo no crece entre primera y segunda vuelta, lo que parece indicar que tiene una base de votantes fieles, pero que son su techo, pues nadie fuera de ese círculo se decanta en el balotaje. Prueba de ello es que la votación de González creció un 3,8% entre ambas instancias, mientras que Noboa lo hizo en un 29,6%.
“Hay un techo que, en las dos elecciones anteriores, ya se vio”, aseveró Pachano. De partida, cree el experto, Luisa González “era muy mala candidata, que no estaba preparada, y además se veía muy dependiente de Rafael Correa. Este tiene un liderazgo muy fuerte, es de esos líderes carismáticos y, por lo tanto, se veía que ella no podría salirse de su órbita y que iba a ser como la calificaron sus propios amigos: una títere de Correa”.
La crisis también se graficó en la ausencia en el traspaso de los votos de los votantes indígenas, agrupados tras Leonidas Iza y la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie). En la primera vuelta, el ingeniero ambiental sorprendió por el nivel de arrastre que consiguió, haciéndose con el 5,25% de los votos, equivalentes a 538.456 sufragios.
Y si bien Pachakutik, el brazo político de la Conaie le dio su apoyo expreso a la candidata de Rafael Correa -llegó a la ceremonia ataviada con el tradicional poncho rojo de los indígenas de la zona-, los números muestran que el traspaso de votos fue prácticamente inexistente.

Sin poder creer en la derrota -pues encuestas previas mostraban un empate técnico y un exit poll incluso daba una supuesta victoria anticipada a González-, tanto la candidata como Rafael Correa salieron a denunciar un fraude electoral sin más pruebas que la estupefacción por el nulo crecimiento entre primera y segunda vuelta. Incluso argumentaron que, en algunos sectores, el rendimiento de Revolución Ciudadana, el partido tras Luisa González, había empeorado al compararlo con las elecciones del 9 de febrero pasado.
El hecho, sin embargo, es un síntoma de que el movimiento izquierdista no logra repuntar, pero que no siempre fue así. Durante 11 campañas políticas, el carismático líder izquierdista fue rostro del bloque, incluso cuando no era candidato, como ocurrió con Lenín Moreno y Jorge Glas, en 2017. Sí, el mismo Glas que luego terminaría peleado y apartado de la vicepresidencia, y que sería objeto de crisis diplomática tras la invasión a la embajada mexicana en Quito.
Fue 10 años antes, en 2007, cuando Correa y Moreno iniciaron el camino hacia lo que sería una hegemonía de años, que quedó sellada con la aprobación de una nueva Constitución.
Pero incluso ese vestigio de poder correísta podría verse afectado bajo la administración de Noboa. Según él mismo adelantó, pretende convocar a la redacción de una nueva Carta Magna. ¿Podría ser la presión que termine por fracturar al movimiento? ¿O quizá el clavo final de un ataúd que por tres elecciones consecutivas ha perseguido a la izquierda de Correa?
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