Las fuerzas de seguridad iraníes han empleado munición real y gas lacrimógeno este miércoles contra los manifestantes que han salido de nuevo a las calles en el sureste del país, según testigos presenciales.

Las manifestaciones han vuelto de nuevo a ciudades como Zahedán, en la provincia de Sistán-Baluchistán, con multitud de comercios cerrados por temor a la violencia mientras los vecinos describen una situación parecida a una guerra. “Ahora es el día a día”, ha explicado uno de ellos.

El pasado 30 de septiembre decenas de personas murieron en Zahedán en lo que ya se denomina como el “domingo sangriento”, el episodio más negro desde que comenzaron las protestas, hace mes y medio.

La muerte de manifestantes jóvenes ha provocado una espiral de violencia tras los 40 días de luto habituales y de nuevo surgen los enfrentamientos con la policía.

Un influyente religioso suní de la provincia, Maulawi Abdulhamid, criticó la respuesta de las autoridades iraníes, un país controlado por el clero chií. Otros religiosos se han salido del discurso oficial e incluso ha habido llamados a votar sobre las demandas de los manifestantes.

Las protestas comenzaron tras la muerte de la joven kurdo-iraní Mahsa Amini, fallecida tras ser detenida en Teherán supuestamente por no llevar bien puesto el velo. Las represión de las protestas, que incluyen llamamientos a la caída del régimen iraní, se han saldado hasta ahora con la muerte de más de 300 personas, según la organización no gubernamental Iran Human Rights (IHR).