“Aún recuerdo el sufrimiento atroz de la población de Bergamo y el horrible y continuo sonido de las sirenas de las ambulancias”, dice el doctor italiano Giuseppe Remuzzi. El director del Instituto de Investigación Farmacológica Mario Negri aún tiene presente la imagen de los peores días de la pandemia en su ciudad natal. Bergamo fue la localidad más golpeada por el coronavirus en Italia. En marzo, la tasa de fallecidos creció un 568% con respecto a igual mes de 2019 y en esos primeros 30 días de la pandemia cerca del 40% de todos los muertos por el virus en Italia se produjeron en esa ciudad.
Si bien durante la actual segunda ola el panorama parece menos dramático, el doctor Remuzzi, una de las voces más escuchadas en Italia durante estos meses, aún recuerda el desamparo de esos primeros días. “Los médicos tuvieron que lidiar con una enfermedad de la que nada se sabía al principio”, sostiene, tras aceptar contestar a La Tercera vía email desde Italia. Y frente a lo que viene, no duda en aterrizar las expectativas sobre las vacunas. Según él, aún falta mucho para que recuperemos nuestra normalidad y las vacunas en ningún caso terminarán con el coronavirus. Pero reconoce que al menos hoy hay más esperanzas.
Italia fue el primer país europeo en ser golpeado por el coronavirus. ¿Por qué cree que las consecuencias fueron tan duras al inicio de la pandemia?
Esta dramática situación fue en gran parte consecuencia del retraso en la adopción de medidas adecuadas para contener la epidemia de SARS-CoV-2. De hecho, el rastreo y el aislamiento de contactos son intervenciones clave para controlar la propagación de enfermedades infecciosas epidémicas, pero solo pueden ser eficaces cuando se combinan con acciones estrictas de salud pública. Esto fue posible en China debido al particular sistema administrativo existente en ese país. Para contener la propagación del virus, Italia probablemente habría tenido que adoptar inmediatamente (lo que no se hizo) el enfoque seguido, por ejemplo, en Corea del Sur: monitorear a los pacientes infectados a través de teléfonos celulares, cámaras de seguridad de video y transacciones con tarjetas de crédito para reconstruir sus movimientos desde el día anterior a la aparición de los primeros síntomas. A eso se suma que la respuesta de las autoridades sanitarias italianas a la emergencia no fue inmediata ni contundente, probablemente porque inicialmente se subestimó la gravedad de la situación.
¿Hubo temor en las primeras semanas de que la difusión del virus no pudiera controlarse?
En las primeras semanas hubo mucho temor de que la situación no se pudiera controlar, sobre todo en lo que respecta a los pacientes más graves que solicitaron ser hospitalizados. De los primeros 510 pacientes hospitalizados con Covid-19, el 30% murió. Pero después de semanas de trabajo de médicos y enfermeras, la mortalidad hospitalaria disminuyó de un promedio de 17-18 muertes por día a 2 por día, similar al promedio de muertes reportadas antes del período Covid-19. ¿Cuál es la explicación? Principalmente el inmediato aislamiento de la población en Lombardía a partir del 8 de marzo y la adopción de medidas de contención de la infección.
¿Cuáles son las lecciones que saca de este año y de los efectos de la pandemia?
Probablemente tengamos que lidiar con el hecho de que quizás estemos adoptando un enfoque demasiado estrecho en el manejo de la epidemia de este nuevo coronavirus. De hecho, consideramos la causa de la crisis simplemente como una enfermedad infecciosa. Todas nuestras intervenciones se centraron en bloquear la transmisión del virus, controlando así la propagación del agente infeccioso. Pero lo que hemos aprendido y visto hasta ahora nos dice que la historia del Covid-19 no es tan simple. Hay dos categorías de enfermedades que interactúan en poblaciones particulares: la infección por Sars-CoV-2 y una variedad de enfermedades no transmisibles. Estas condiciones se encuentran juntas en grupos sociales de acuerdo con patrones de desigualdad arraigados en nuestras sociedades. La agregación de estas enfermedades sobre la base de disparidades sociales y económicas agrava inevitablemente los eventos adversos de cada enfermedad por separado. Por esta razón, el editor de Lancet, una de las revistas médicas más importantes (Richard Horton), con visión de futuro, definió al Covid-19 no como una “pandemia”, sino como una “sindemia”. La naturaleza sindémica de la amenaza que enfrentamos requerirá un enfoque más amplio si queremos proteger la salud de nuestras comunidades.
¿Qué opina de la gestión de la OMS? ¿Contribuyó a dar seguridad o aumentó la confusión?
Las pautas iniciales de la OMS para el control de sujetos expuestos al virus generaron una falsa sensación de seguridad y ciertamente contribuyeron a la propagación del virus. No estar preparado para la pandemia fue el error fatal. Imperdonable, diría yo, porque en los últimos 20 años ha habido indicios de la aparición de enfermedades infecciosas epidémicas graves en el mundo. En varias ocasiones, la OMS había invitado a los países miembros a prepararse para una probable pandemia destructiva. Los llamados cayeron en oídos sordos.
La vacuna aparece hoy como el Santo Grial que nos salvará de la crisis. ¿Cree que será suficiente para recuperar la normalidad?
La vida volverá a la normalidad solo cuando la sociedad en su conjunto haya adquirido suficiente protección contra el coronavirus. En los primeros meses los países podrán suministrarlas solo a un bajo porcentaje de ciudadanos. La mayoría de la población no vacunada seguirá siendo vulnerable. Además, los científicos aún no saben si las vacunas pueden bloquear la transmisión del coronavirus. Por lo tanto, por el momento, incluso las personas vacunadas deberán usar mascarillas, evitar multitudes, etc. Pero una vez que se hayan vacunado suficientes personas, será muy difícil para el coronavirus encontrar personas vulnerables para infectar. Dependiendo de la rapidez con la que nosotros, como sociedad, logremos esto, la vida podría comenzar a acercarse a algo normal para fines de 2021.