"Estoy orgullosa de ser feminista", reivindicó hoy Meghan Markle, la flamante esposa del príncipe Harry, en su primer mensaje a través de su perfil en el sitio real, en el que se incluyen datos biográficos y otros que se refieren a su particular atención a las cuestiones sociales y a los derechos de las mujeres.
Apenas pasados los bríos de la fiesta por la boda, Harry y Meghan ya piensan en afrontar el desafío de los primeros compromisos oficiales de la corte como marido y mujer. Buscan así tener un rol público visible, más allá de la imagen de pareja "moderna", sinceramente enamorada y de la inédita unión interracial que admiradores y la prensa siguen alabando.
La ahora exactriz estadounidense, de padre blanco y madre afroamericana, nacionalizada británica y convertida en duquesa de Sussex a raíz de su matrimonio con Harry, parece tener intenciones de poner las cosas en claro de inmediato.
El objetivo -comenzando por la cita debut de hoy en una iniciativa benéfica en honor del próximo 70 cumpleaños del príncipe Carlos- podría ser el de aprovechar de inmediato la ola positiva de simpatía de la que goza en este momento para abrirse espacio como una voz liberal y "comprometida" de la familia real.
Por ahora, Meghan puede contar, junto a Harry, con una luna de miel con la prensa, que hoy tiene para ella palabras entusiastas en primera plana. Algunos medios hablan del "poder del amor", otros hablan de la primera boda real interracial como un cambio de época hacia "modificaciones históricas para la monarquía".
Incluso el progresista The Guardian se deja embelesar por la idea de que, después de todo, el sábado la audiencia global fue testigo solo de la coronación de la "historia normal de dos amantes". Que, si fuese cierto, ya sería por sí sola una pequeña revolución.
La espontaneidad y el clima relajado del evento -al menos para los estándares de la casa Windsor- encontraron, de hecho, confirmación, tras el rito religioso signado por el sermón estilo Harlem del obispo episcopal afroamericano Michael Curry.
También, en el recibimiento no tan formal ofrecido en la noche por el príncipe Carlos en Londres: entre hamburguesas, algodón de azúcar y alcohol, y con Elton John al piano, los esposos realizaron un baile nacional-popular al ritmo de I wanna dance with somebody, de la desaparecida Whitney Houston.
Incluso hubo referencias paródicas a la película When Harry met Sally (Cuando Harry conoció a Sally), renombrado "Cuando Harry conoció a Meghan".
Sin embargo, la celebración servil de la "bella pareja" y de sus "diferencias", podría no durar demasiado. De hecho, no faltaron algunas señales no tan positivas en el pasado reciente.
Desde la derecha, en la mayoría de los tabloides de Reino Unido hace algunos meses aparecieron algunas citas maliciosas sobre la actriz y su conflictiva familia de origen, que llevaron a Meghan y Harry a denunciar públicamente las sospechas de racismo.
Mientras que a la izquierda están quienes -especialmente aquellos, que no son pocos, que deben llegar a la isla para ganarse la vida- le dieron vuelta la cara a otra boda real, a pesar de la buena popularidad de la monarquía. Lo confirman los datos sobre la audiencia televisiva que siguió paso a paso el evento: fueron 18 millones de británicos (y 20 millones de estadounidenses) quienes vieron la boda en directo, pero la cifra fue, de todos modos, inferior a los picos de "rating" alcanzados en 2011 en ocasión de la fábula más tradicional entre Guillermo y Kate.