Le estiró la mano, le sonrió y le palmoteó la espalda. Luego, Kim Jong Un respondió de la misma manera a Donald Trump. "Es muy inteligente, un muy buen negociador y quiere mucho a su pueblo", dijo poco después el Presidente norteamericano respecto de su contraparte de Corea del Norte, al borde de la zalamería. De tan buen ánimo estaba Trump, que incluso durante el almuerzo que sostuvieron en el Hotel Capella en Singapur, le pidió a los fotógrafos que los retrataran bien para que ambos aparecieran "guapos y delgados", mientras Kim observaba la escena atónito. Además se dio tiempo para mostrarle su limusina blindada, conocida como "La Bestia", en un gesto con algo de vanidad y cierto aire de superioridad.
Pero al menos por lo que se observó ante las cámaras, Trump trató a Kim como a un igual, más allá de su cordialidad algo forzada para algunos. Y eso, de acuerdo con los analistas, da cuenta de que el gran ganador de la cumbre en Singapur no fue otro que el dirigente comunista norcoreano. Así, bastó que Kim apareciera junto a Trump estrechándose las manos con las banderas de ambos países como telón de fondo para que dejara atrás su pasado de paria internacional, para convertirse en un interlocutor válido para la mayor potencia del planeta.
Fue Trump, además, quien ofreció mayores concesiones a su antiguo enemigo, como las garantías para la continuidad del régimen dinástico norcoreano y su ofrecimiento para poner fin a los "juegos de guerra" con Corea del Sur, que además, dijo, "son caros y provocativos". Kim, por su parte, no ofreció nada distinto a lo que en su momento buscó negociar su abuel Kim Il Sung y su padre, Kim Jong Il, en 1994 con el gobierno de Bill Clinton y en 2005 con la administración de George W. Bush.
El primer frente a frente entre gobernantes de Estados Unidos y Corea del Norte dejó a Kim como gran ganador también en el ámbito de la retórica: ahora ya no es el "pequeño hombre cohete" o "cachorro enfermo", como tantas veces lo llamó Trump, sino que, en palabras del mandatario republicano, es un tipo "talentoso" con el cual está desarrollando un "vínculo especial".
Hasta el año pasado, cuando Kim lanzó una y otra vez test de misiles de pequeño, mediano y largo alcance, además de pruebas nucleares, un encuentro con Trump era algo impensado. A ojos de Occidente, el arsenal norcoreano y las constantes demostraciones de fuerza sólo formaban parte de la "locura" de su líder, de apenas 34 años (aunque en realidad su edad exacta se desconoce).
Bajo esa misma óptica se observó a Kim cuando asumió el poder en 2011 tras la muerte de su padre, básicamente como un dirigente excéntrico y sin experiencia alguna. En ese momento se pasaron por alto sus estudios en Suiza, su dominio del inglés y el alemán, y sobre todo su pragmatismo.
Visto como un megalónomo -se autonombró mariscal en 2012- y criticado por el aislamiento y el altísimo nivel de pobreza que se registra en Corea del Norte, precisamente gracias a sus "juegos de guerra" Kim logró que ahora sea tomado en serio. De paso, al menos por ahora, evita el destino trágico y sangriento padecido por otros dictadores, como Saddam Hussein en 2006 o Muammar Gaddafi en 2011.
La ruta que Kim recorrió hasta Singapur fue larga. En su momento el líder norcoreano fue observado, casi de manera exclusiva, como un dirigente despiadado, capaz de someter a una jauría de perros hambrientos a su tío Jang Song Thaek, por supuestamente haber formado su propia facción en el Partido de los Trabajadores en 2013 y de no obedecer sus órdenes.
Pero todo cambió a partir de noviembre, cuando Kim suspendió sus pruebas nucleares. Ya en abril hizo historia al cruzar la frontera con Corea del Sur y firmar un acuerdo de no agresión con Seúl.
Y ayer en Singapur dejó atrás el "eje del mal". Al menos por ahora.