El presidente de Colombia, Iván Duque, descartó este jueves una intervención militar en Venezuela ante las tensiones surgidas en días recientes entre los dos países que han llevado a la realización de maniobras de las fuerzas armadas venezolanas en la frontera. 

"Colombia no agrede a nadie, este es un país que respeta siempre la territorialidad de otras naciones", dijo a medios el mandatario en Bogotá.

La víspera, el canciller Carlos Holmes Trujillo advirtió que Colombia estaba lista para defender su soberanía ante las "amenazas" del presidente venezolano Nicolás Maduro, quien declaró una "alerta naranja" en la zona limítrofe por supuestas amenazas de Bogotá.

Según Maduro, Duque utilizaría el reciente rearme de algunos excomandantes de las FARC que se apartaron del pacto de paz firmado en 2016 como una excusa para "empezar un conflicto militar" con Caracas.

"Que ahora no salgan con bravuconadas de hablar de misiles en las zonas de frontera, más bien en lugar de gastarse la plata en misiles, que proteja al pueblo venezolano y le dé comida", declaró este jueves Duque en respuesta.

Duque acusa a Maduro de proteger y dar refugio a un grupo disidente de la que fue la guerrilla más poderosa de América, liderado por Iván Márquez, exnúmero dos de las FARC y quien la semana pasada anunció una nueva rebelión armada.

"Lo que nosotros seguiremos haciendo es denunciar esos atropellos del régimen y también vamos a buscar el apoyo de toda la comunidad internacional para enfrentar a esos terroristas", agregó el presidente colombiano.

Caracas, que en febrero rompió relaciones diplomáticas con Bogotá por el apoyo de Duque al opositor Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela, niega los señalamientos.

Maduro ha dicho que Colombia sería la punta de lanza de una invasión militar de Estados Unidos al país petrolero, aunque Duque aboga por fortalecer el cerco diplomático.

Los choques verbales entre las autoridades de Colombia y Venezuela, que comparten una porosa frontera de 2.200 kilómetros, son frecuentes.

Colombia es el principal receptor de los 3,6 millones de migrantes que han huido desde principios de 2016 de la profunda crisis económica y petrolera que aqueja al país vecino.