Basta una mala noche para que la imagen construida durante toda una vida desaparezca. Le puede pasar a cualquiera, también al presidente de Estados Unidos. Un mal debate, el 7 de junio en CNN, ha puesto contra las cuerdas a Joe Biden, a sus 81 años, después de 52 años en la vida política.
Los dedos acusadores culpan a su edad. Ya lo había hecho en marzo el fiscal especial Robert Hur en un informe sobre el hallazgo de documentos clasificados en la casa del primer presidente octogenario de la historia estadounidense. Tras tomar declaración durante cinco horas a Joe Biden, lo retrató como alguien que ha perdido la memoria: dijo más de 50 veces “no recuerdo”; tampoco parecía saber cuándo había sido vicepresidente ni cuándo había muerto su hijo Beau.
Pero cuando se profundiza en las 258 páginas de transcripción de aquel día, también se encuentra al Biden que pasó de ser tartamudo en la infancia, a un político locuaz, ingenioso y con el don de la palabra. Una persona con una anécdota para todo. Ese don de aquellos a los que cuando les cae la luz del foco, no pueden dejarla escapar.
En esas cinco horas, Biden dijo en ocho ocasiones “no estoy bromeando”. En sus discursos en público, también lo suele repetir: al presidente de EE.UU. le gusta navegar en esa fina línea irónica, en la que convergen broma y seriedad.
Para testificar sobre la veintena de documentos clasificados que permanecían en su casa, Biden habló del auto Corvette al que trataba como un hijo, de la belleza desnuda de su esposa Jill, de mentir para acceder a un exclusivo club del estado de Delaware, pero, sobre todo, de su gran pasión: “Soy un arquitecto frustrado”, les dijo a los fiscales. Biden contó que para evitar que se presentara nuevamente como senador, su esposa Jill le prometió pagarle la carrera en la escuela de arquitectura.
Las obsesiones no desaparecen nunca. Y Joe Biden siempre vivió pensando en las casas. Su hijo Hunter le contó al periodista de The New Yorker, Adam Entous, en 2019, que su padre los llevaba a barrios adinerados para colarse en las casas de los ricos.
Con 28 años, Joe Biden tenía tres hipotecas y un préstamo de su suegro. Terminó comprando una mansión, como las que su padre siempre había codiciado.
La figura del progenitor moldeó al presidente de Estados Unidos. Joseph Biden se hizo muy rico como contratista en la II Guerra Mundial. Pero lo perdió todo. Una derrota que su hijo quiso vengar toda la vida. Hasta llegar a la Casa Blanca, la más deseada de Estados Unidos. Paralelamente, el linaje de un tío, también arruinado junto a su padre, terminó en un camping de autocaravanas.
De esa pérdida, Biden construyó toda su vida el discurso de proceder de la clase media.
“Crecí en una familia en la que, si subía el precio de la comida, lo sentías”, dijo en su discurso sobre el Estado de la Unión de 2022. De hecho, con 10 años tuvo que mudarse de Scranton, Penssylvania a Wilmington, Delaware, porque fue donde Joseph Biden pudo encontrar trabajo. Allí, la madre de Biden, Catherine Finnegan, trabajó en un restaurante que decía ofrecer “la peor pizza del mundo”. A Joe Biden nunca le importó: todos los días visitaba a su progenitora.
El presidente llegó a decir un día que fue el congresista más pobre de Estados Unidos. En su discurso: orgullo de clase; en sus sueños: mansiones y coches lujosos. Una dicotomía que se ve bien expresada en su llegada al Senado.
Biden, en uno de sus primeros casos como abogado, cuenta que defendió a una empresa demandada por la mutilación de las partes íntimas de un trabajador de 23 años en una refinería. “Y miré a ese joven y a su esposa en casa con dos niños pequeños, y pensé: ‘Hijo de puta, estás en el negocio equivocado’. No estoy hecho para esto”. Fue el momento en el que nació la carrera política de Joe Biden.
Fortuna y desgracia, la vida de Joe Biden
En la década de los 20 es el momento de forjar una identidad. Biden descubrió su vocación de servicio público. Pero también lo dulce y lo amargo de la vida. El 7 de noviembre de 1972, a los 29 años, se convirtió en uno de los senadores más jóvenes en la historia del Congreso, tras remontar una diferencia de 30 puntos que indicaban los sondeos.
Seis semanas después ocurría la tragedia que le obligaría a madurar de golpe. En un accidente de coche contra un camión, su primera mujer Neilia, y su hija, Naomi, morían. Sus hijos Beau y Hunter quedaron gravemente heridos.
Se labró la fama de “Amtrak Joe”, en una alusión a la compañía de trenes estadounidense. Tras sus sesiones en el Congreso, Biden volvía en tren para hacerse cargo de sus dos pequeños en Delaware. Cinco años después, en 1977, se casó con Jill Jacobs y en 1980 completaron la familia con Ashley.
Nueve elecciones ganadas
Con la muerte de Neilia, Joe Biden dedicó su vida al Congreso, canalizando su dolor en el trabajo y con una gran habilidad para llegar a acuerdos con sus rivales. Se convirtió en un halcón político en el Senado y en los Comités.
Tras 15 años en los pasillos del Capitolio, Biden había disipado las dudas que existían sobre su juventud. Era 1987 cuando decidió lanzarse por primera vez a la Presidencia. Tuvo que retirarse: un periodista encontró plagios al discurso del político británico Neil Kinnock sobre antepasados mineros, que Joe Biden nunca tuvo. En la misma campaña también descubrieron una cita sin atribuir a Robert Kennedy.
Mientras tanto, las filtraciones dibujaban al Biden más prepotente: exagerando su historial académico y al ser descubierto, alardeando de coeficiente intelectual. Evan Osnos biógrafo en “Una Nueva Era” recogía las bromas que le hacían: “Los Kennedy citaban a los griegos; Biden cita a los Kennedy”.
Durante toda su carrera le acompañaron aires de fanfarrón, algo que reconoció en 2007, respecto a su primera intentona por la Casa Blanca: “Cometí un error, un error nacido de la arrogancia. No merecía ser presidente”.
En 1988, después de retirarse de la campaña, y tras meses de un dolor de cabeza intenso, Biden se desplomó en el hotel. Sufrió dos aneurismas cerebrales y, como tantas otras veces a lo largo de su carrera, consiguió revivir.
En 1994 llegó uno de sus grandes logros en la Cámara: impulsar la Ley de Violencia contra la mujer. Pero el mismo año impulsó una controvertida ley penal, que derivó en un gran aumento de la población carcelaria.
No fue la única sombra: pese a tener mucho peso en los asuntos internacionales y presidir el Comité de Relaciones Exteriores dos veces, en 2003 votó a favor de autorizar invadir Irak. Aunque más tarde se convertiría en un crítico del manejo del presidente republicano George W. Bush.
En 2007 volvió a intentar participar en la contienda demócrata para presidente, pero terminó retirándose y fue escogido como fórmula vicepresidencial por Barack Obama. Uno de los cargos menos reputados en Washington que, sin embargo, terminó por aceptar, convencido por Jill Biden, con la convicción de participar de un binomio histórico, con el primer presidente negro de la historia y la promesa del compromiso con los derechos civiles.
Biden ya había ganado 6 elecciones como senador. Volvería a ganar dos elecciones como vicepresidente y compañero de Obama. Juntos lograron aprobar la Ley de Atención Médica Asequible y supervisar el plan de recuperación económica más grande de la historia.
En 2015 parecía que iba a lanzar su candidatura para suceder a Barack Obama. Pero la desgracia le tenía preparada una nueva sorpresa: su hijo Beau, veterano de Irak, fiscal general de Delaware y estrella política ascendente, murió de un cáncer cerebral a los 45 años.
Esto volvió a derrumbar su mundo. Así lo cuenta Evan Osnos en su biografía: “Lo que pasó con Beau acabó con toda su arrogancia -me dijo un excolega suyo-. Fue algo casi físico. Podías verlo hasta en su postura. Ya no era aquel viejo jugador de fútbol americano. Salió de esa experiencia convertido en un hombre humilde y decidido”.
Biden tenía claro que hubiera ganado las elecciones de 2016 frente a Donald Trump de haber sido candidato.
En 2017, con el republicano en el poder, en Charlottesville, supremacistas blancos marcharon con antorchas para protestar por la retirada de una estatua del general confederado Robert E. Lee, coreando “¡no nos reemplazarán!” y “¡los judíos no nos reemplazarán!”. Después de que las autoridades ordenaran dispersar a la multitud, un hombre atropelló a un grupo de contra-manifestantes demócratas. Una mujer murió y 35 personas resultaron heridas. Biden decidió en ese momento que debía presentarse. En 2020, Biden volvió a ganar unas elecciones, esta vez las de presidente de Estados Unidos.
Cuatro años en la Casa Blanca: luces y sombras
En su Presidencia, Joe Biden nombró a Kamala Harris, primera vicepresidenta negra y de ascendencia asiática. Propuso a Ketanji Brown Jackson, la primera jueza negra de la Corte Suprema. También promulgó la ley del matrimonio homosexual.
Respecto a la economía, también ha habido logros, como el Plan de Rescate de la pandemia. Hoy el desempleo está por debajo del 4%, la inflación en un 3,3% y los salarios reales han aumentado. Otra de sus medidas celebradas fue la promulgación de una Ley Bipartidista de Infraestructuras de 1,2 billones de dólares, pactada con los republicanos.
Sin embargo, Joe Biden ha visto problemas en su gestión de la migración, sin revertir del todo las duras políticas establecidas por Donald Trump; así como en la gestión de los conflictos en el Exterior.
Ha generado mucho recelo entre los republicanos para aprobar los paquetes de ayuda para Ucrania en su guerra con Rusia y, especialmente, en los últimos meses, entre la juventud demócrata, por sus palabras y actos ambiguos respecto a la guerra en Gaza, en medio de la sangrienta operación que lleva a cabo Israel.
Los deslices de Joe Biden, presentes durante toda su vida
Más allá del debate, los lapsus del presidente no son nuevos.
En la más reciente cumbre de la OTAN confundió al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky con el presidente ruso Vladimir Putin. En el último G7 se le vio desorientado junto al resto de líderes; en un acto de Juneteenth, Biden se queda congelado en medio de gente bailando; confundió al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, con el de Egipto, Abdel Fattah al Sisi; confundió Ucrania con Irak y dijo que su hijo Beau había muerto allí, pero falleció cinco años después de haber estado en la guerra. En Camboya, dio las gracias al presidente de Colombia. Y en un acto público, buscó a una congresista que estaba muerta.
Una larga lista de confusiones para alguien siempre acostumbrado a meter la pata. Sus asesores temen cuando quiere dar algún discurso improvisado. Y él lo reconoce: en 2018, dijo respecto a Trump: “Soy una máquina de hacer tonterías, ¡pero qué maravilla en comparación con un tipo que no puede decir la verdad!”.
Tonterías, pero también mucha imaginación: igual que en la campaña presidencial de 1987 ha sido acusado repetidamente de exagerar historias. Otro de sus biógrafos, Richad Ben Cramer escribió en su libro ‘What It Takes’, en 1992, que “Joe Biden compartió su vida -o su versión de ella- continuamente”.
Por ejemplo, dijo, para después desmentir, que había sido disparado en Irak, también, que le detuvieron por intentar conocer a Nelson Mandela. O la historia de su tío Ambrose J. Finnegan Jr., que reivindica como derribado en combate, pero que figura realmente como desaparecido.
Pero no solo ha habido deslices, también conductas cuestionadas. En 1991, Joe Biden presidía el Comité de Justicia del Senado. Hasta allí llegaron las denuncias de Anita Hill contra Clarence Thomas, aspirante en ese momento a ser parte de la Corte Suprema. Los republicanos la tachaban de mentirosa y demente. Y Biden, con la potestad de evitar el hostigamiento, no lo detuvo. En 2019 le pidió perdón a Anita Hill, 28 años después.
Una relación con las mujeres que también le ha perseguido a lo largo de su vida.
Con acusaciones de ser tocón, de dar besos inapropiados en la cabeza, o de poner su nariz rozando contra otra, que le han llevado a ser tildado de “vicioso” por su contrincante Donald Trump.
En 2020, incluso una antigua asistente, Tara Reade, le denunció por abusos sexuales en 1993; Biden y su equipo lo negaron y la demanda terminó difuminándose.
Otro de sus quebraderos de cabeza durante décadas ha sido su hijo Hunter Biden.
Es el primer familiar de un presidente en ir a un juicio penal. El 11 de junio fue culpado por tres cargos por la compra de un revólver. Y todavía tiene un juicio pendiente por una presunta evasión de 1,4 millones de dólares. Hunter Biden habría trabajado para una empresa energética ucraniana a razón de 50.000 dólares mensuales y habría aceptado el puesto en 2014, cuando su padre era el número dos de Obama. Escándalos que se suman a una tormentosa vida: el único hijo vivo de su primer matrimonio tiene un pasado de alcoholismo y adicción al crack.
Y entre desgracias, arrogancia y comportamientos inapropiados, el niño que no podía hablar regresó 70 años más tarde. Ante las cámaras de todo el mundo y frente a su archienemigo, sucumbió. Aquel que fuera temido en los debates; locuaz, ingenioso y lenguaraz se quedaba sin palabras, cediendo a su eterna guerra contra la tartamudez. Una vuelta al inicio, que finalmente le dejó sin la posibilidad de ser reelegido. Sin embargo, al presidente de Estados Unidos siempre le quedará su propia mansión por la que también luchó toda una vida.