Kanye West, con ese ánimo megalómano y afiebrado que ha convertido en su marca artística, nuevamente se imaginó instalado en el Despacho Oval de la Casa Blanca.
Tal como en otras oportunidades, cuando deslizó en tuits y entrevistas sus intenciones de convertirse en Presidente, el sábado utilizó sus redes sociales para volver a la carga: “Ahora debemos cumplir la promesa de Estados Unidos al confiar en Dios, unificar nuestra visión y construir nuestro futuro. Me postulo para Presidente de Estados Unidos”. Junto a esas palabras acompañó el concepto 2020 VISION, casi como un eslogan de campaña.
Porque West sí que sabe de trucos y anzuelos publicitarios. El rapero de 43 años es uno de los artistas más exitosos del siglo XXI, paradigma no solo de esa generación que sacudió al hip hop de su cuna pendenciera para convertirlo en un estilo inventivo y vanguardista, sino que también símbolo de la camada que transformó al género en un producto multimillonario, digno de magnates, presente en casi todas las esferas de la industria del espectáculo y asociado a marcas de ropa, zapatillas y perfumes. Por algo Forbes hoy lo tiene como la estrella musical mejor pagada en lo que va de este año.
Y, por lo mismo, muchos vieron en su anuncio mera fanfarronería mediática. Otros trataron de ponerlo en contexto y trazaron un paralelo con Donald Trump: después de todo, cuando surgieron las primeras señales de la aventura presidencial del actual Mandatario, también una figura vinculada al negocio de la entretención, pocos se lo tomaron en serio.
“Luego de que el empresario y estrella de reality show Donald Trump llegó a la Casa Blanca en 2016, tal vez la idea de Kim Kardashian como primera dama podría indicar que el destino de Estados Unidos está escrito en las superestrellas”, escribió el periódico The Guardian, en alusión a la actual esposa de West: la socialité que también ha hecho de la telerrealidad, los likes de Instagram y las selfies forradas en millones de dólares una forma de vida.
Además, ahora también hay una diferencia en comparación al pasado. El hiphopero esta vez declara de manera formal su candidatura, justo un 4 de julio -en plena celebración del Día de la Independencia- y a casi cuatro meses de las elecciones del 3 de noviembre.
Como fuere, su trayecto hacia Washington aún es incierto y pedregoso. Ni él ni nadie de su círculo han aclarado si posee los documentos o las bases necesarias para embarcarse en tamaña travesía. Por lo pronto, es casi imposible que lo haga como representante de las dos principales fuerzas políticas: el Partido Demócrata postulará a Joe Biden, mientras que los republicanos apuestan por un segundo mandato de Trump.
La alternativa que le queda es lanzarse como independiente, para lo que debe cumplir un mínimo de firmas e inscribirse en algunos estados antes de una fecha límite. Un obstáculo inminente: cinco estados ya cerraron sus plazos (Illinois, Indiana, Nuevo México, Nueva York y Texas), mientras que otros seis lo harán estas dos semanas.
Al menos hay dos puntos donde tiene saldo a favor. En EE.UU, su arrastre es inmensamente transversal, no sólo abarcando a jóvenes afroamericanos, sino que a personas de todos los grupos sociales y etarios. Además, su fama es global. Algo de eso se percibió en la única vez en que ha estado en Chile, en 2011, cuando cerró la primera versión local de Lollapalooza.
Y segundo, tiene bagaje político. Ha participado en las marchas para protestar por la muerte de George Floyd y desde hace años ha expresado su admiración por el propio Donald Trump, reuniéndose con él en la Casa Blanca en 2018.
Este extraño 2020 los podría tener cara a cara en la contienda electoral más relevante del planeta. Y esta vez no será un reality. Aunque ambos tienen su origen bajo esas luces del espectáculo que jamás terminan de apagarse.