A las dos de la madrugada del 2 de agosto de 1990, acompañados del correspondiente apoyo aéreo, contra un enemigo virtualmente desprotegido y con la lección bien aprendida tras la guerra contra Irán (1980-1988), cuatro divisiones de la Guardia Republicana de Irak invadieron el vecino Kuwait por orden de Saddam Hussein. Fue el inicio de un período de ocupación que se prolongó por espacio de siete meses que culminó con la “madre de todas las batallas” como el líder iraquí llamó la Operación Tormenta del Desierto, la intervención militar encabezada por Estados Unidos contra el régimen de Bagdad, el antecedente inmediato de la actual situación en el Golfo Pérsico.
“Saddam invadió Kuwait porque Irak tenía un reclamo de larga data sobre el emirato, que se remonta a la creación original de Irak por parte de los británicos en la década de 1920. El partido iraquí Baaz siempre se refirió a Kuwait como la ’19ª provincia’ de Irak”, explica a La Tercera Con Coughlin, editor de defensa y columnista jefe de asuntos exteriores del diario británico The Daily Telegraph, además de experto en Medio Oriente. Asimismo, apunta el autor de los libros Saddam: The Secret Life (2002) y Saddam: His Rise and Fall (2005), “en la década de 1990, Irak y Kuwait estaban en disputa sobre el campo petrolero Rumaila ubicado en su frontera, y Saddam acusó a los kuwaitíes de engañarlo durante la larga guerra con Irán”.
En la guerra contra Irán, Kuwait era aliado de los iraquíes. El emirato temía que la victoria de Teherán sobre Bagdad fuera el paso inevitable hacia su conquista, así que financió a Saddam con una cantidad que, según Europa Press, oscilaba entre US$ 60.000 y US$ 85.000 millones. Así, esperaba que Irak devolviera el dinero al término del conflicto, lo que nunca sucedió.
A pesar del desastroso estado en el que se encontraba la economía iraquí, Kuwait decidió no condonar la deuda de guerra. Junto con denunciar al emirato de violar los términos del acuerdo conjunto de perforación en Rumaila, Bagdad acusó concretamente al país vecino de robar el crudo del campo de extracción.
Además, apunta William Thomas Allison, profesor de Historia de la Universidad del Sur de Georgia, “Saddam se veía a sí mismo como el nuevo Nasser de Medio Oriente, o al menos quería ser el líder panárabe de Medio Oriente para eclipsar a los sauditas y, por supuesto, a los iraníes”. “Desde su perspectiva, Saddam había salvado a Medio Oriente de ser invadido por Irán, por lo que los sauditas y todos los demás deberían haber perdonado las deudas de Irak”, apunta el autor del libro The Gulf War, 1990-91, editado en 2012.
Sin embargo, recuerda el historiador, los sauditas aumentaron la producción de petróleo, por lo que el precio del crudo disminuyó, lo que afectó aún más los ingresos del petróleo iraquí. “Con una deuda aplastante, un ego magullado y una necesidad desesperada de reconstruir la infraestructura dañada durante la guerra con Irán”, el líder iraquí “decidió resolver todos sus problemas tomando Kuwait”, dice Allison a La Tercera.
“Estratégicamente, Kuwait le daría a Saddam más acceso, tanto al petróleo como a las refinerías y al Golfo. De hecho, los iraquíes ya estaban perforando oblicuamente debajo de la frontera con Kuwait”, asegura Allison. “Saddam era un político experto, con una agenda. Buscaba el dominio del mundo árabe, tomando los campos petroleros de Kuwait (10% de las reservas probadas del mundo) como suyos y obteniendo un puerto de aguas profundas adecuado en Shuwaikh (Kuwait), en lugar del puerto del estuario de Al-Fao, en Irak”, comenta John Levins, autor de Days of Fear: The Inside Story of the Iraqi Invasion and Occupation of Kuwait (1997). De paso, dice Levins, “Saddam desviaba la atención de una población que no veía los dividendos de la paz después de ocho años de guerra sangrienta con Irán, consolidando así su propio poder”.
“Por último, el entorno geoestratégico era, para Saddam, perfecto para un acto tan agresivo. La Guerra Fría había terminado. La URSS estaba en desorden. Europa se centraba en el colapso de los regímenes comunistas en los países del bloque soviético. En opinión de Saddam, EE.UU., a solo 15 años de su desastrosa guerra en Vietnam, no tenía estómago para ningún conflicto importante en otra parte remota del mundo”, dijo Allison.
Una visión similar manifiesta Coughlin. “Después de que la guerra (con Irán) terminó en 1988, durante la cual Irak recibió el respaldo de Washington y Londres, Saddam sintió que finalmente podría resolver su larga disputa con Kuwait, una decisión que se hizo más fácil para él después de su infame reunión con la embajadora de EE.UU. en Irak, April Glaspie, en el verano de 1990, hecho que lo llevó a creer que los estadounidenses no se opondrían a su invasión”.
Así, tras el fracaso de la diplomacia internacional, la madrugada del 2 de agosto Saddam ordenó avanzar a sus tanques e infantería hacia blancos estratégicos kuwaitíes, como el Palacio del Emir. El jeque Jaber Al-Ahmad Al-Sabah escapó del país en el último momento. El 3 de agosto la resolución 660 de la ONU condenó la invasión y demandó que Irak se retirara “inmediata e incondicionalmente”, pero al día siguiente el líder iraquí instaló a Alaa Husein como primer ministro de un breve gobierno títere, entre el 4 y el 8 de agosto. Más de 400 mil kuwaitíes consiguieron escapar del nuevo régimen impuesto luego por Saddam en la figura del gobernador militar, su primo Ali Hassan al Majid, también conocido como “Alí el Químico”, por la matanza de kurdos iraquíes en 1988.
El 29 de noviembre, la resolución 678 de la ONU dio a Irak un ultimátum para retirarse de Kuwait el 15 de enero de 1991. Pero Saddam, decidido a perpetuar su anexión, amagó con desatar “la madre de todas las batallas”. El líder iraquí no esperaba que la noche del 17 de enero, la coalición internacional detonara la “Tormenta del Desierto”, que consumó la liberación del emirato el 28 de febrero, cuando el Presidente de EE.UU., George H.W. Bush, declaró el cese el fuego y el retorno del gobierno de Kuwait desde el exilio.
A 30 años de la invasión a Kuwait, Khaled Al Maeena, columnista del diario saudita Arab News, sostiene que “la mayoría de los problemas del mundo árabe hoy son el resultado directo de la agresión de Saddam”. “Primero, la invasión condujo directamente a la destrucción de Irak. Si Saddam no hubiera invadido Kuwait, muy probablemente no habría habido Al Qaeda, ni Estado Islámico. La invasión kuwaití fue el mejor momento para aquellos que deseaban ver a los árabes en desacuerdo violento y en realidad luchando entre ellos”, escribió.
Además, Coughlin, en una columna publicada en el diario emiratí The National, destaca que Saddam, “con su desafortunada invasión de Kuwait”, “inadvertidamente lanzó una nueva era de intervenciones militares occidentales en Medio Oriente, cuyo impacto continúa reverberando en toda la región hasta nuestros días”.