Desde hace 43 años, Melba Jiménez (68) y Víctor Guzmán (73) son una familia de acogida permanente en Costa Rica. En su casa no solo criaron a sus seis hijos biológicos, sino que a lo largo de los años también han pasado 130 niños pertenecientes al Patronato Nacional de la Infancia (PANI), entidad gubernamental equivalente al Sename chileno. La pareja de jubilados trabaja ad honorem y hace tres meses que cumplen cuarentena por la pandemia del Covid-19 junto a 30 menores de entre tres y 22 años.

“Nosotros no recibimos a un niño como un número más, sino como un hijo más. Nos dicen que no es común que una familia entregue toda su vida para ayudar a menores. Aquí el que viene ya no se va. El mayor cambio por la pandemia es que ya no recibimos visitas. Imagínate si aquí se contagia uno lo harían todos y sería la pandemia aquí adentro”, señala Melba, de la llamada “Casa de Pan” en conversación con La Tercera.

El caso de Melba inspiró a la documentalista chilena Ainara Aparici, que entre 2010 y 2013 recorrió América Latina para buscar “historias extraordinarias” y justamente dio con una en San José.

La primera vez que llegué a la casa había 39 niños. La historia es muy potente y tiene un mensaje muy inspirador. Desde ahí empezamos una amistad a distancia y en 2016 fuimos a grabar las primeras escenas. Nos quedamos dos meses en la casa con ellos y en 2018 volví sola por tres meses. Los niños llegan donde Melba porque no son elegibles para adoptar y tratan de que no permanezcan en una residencia.

Ainara Aparici, directora de la Fundación Kumelén

El documental 130 hermanos será lanzado junto a una campaña con casos de menores chilenos que busca evidenciar la importancia de las familias de acogida “aunque sea temporal, ya que esa decisión puede cambiar la vida de niños y adolescentes al conocer por primera vez relaciones sin violencia”, como el caso de Luisito, uno de los niños de Melba.

“Un día golpearon la casa y dejaron una caja en la puerta. Por el olor pensaron que era un animal o algo así, pero era un bebé con una fuerte infección. Los médicos dijeron que el niño quedaría vegetal porque tenía autismo y un retraso, pero Víctor lo ponía en su pecho y el bebé fue reaccionando. Hoy Luisito tiene 20 años, come solo, se viste y camina”, relata Ainara.

La pareja de jubilados lleva 43 años como familia de acogida.

En cuarentena con 30 niños

Hasta antes del confinamiento por el coronavirus, la casa de nueve habitaciones, que les fue donada, despertaba a las 05:00 para que todos puedan bañarse y prepararse para asistir a clases. Para comer se toca una campana y los niños hacen filas para que les sirvan los platos. Todo en el hogar se organiza por turnos, y las reglas son iguales para todos: la hora máxima de llegada es a las 22:00, sin excepciones.

Sin embargo, tener 30 niños encerrados por una pandemia no es fácil y la familia ha debido adaptarse a la “nueva realidad”. Así, los más pequeños han pasado las últimas semanas entre juegos de mesa y la siembra en el patio.

Debido a que Melba y Víctor solo sobreviven con las jubilaciones y la mayoría de los costarricenses los conocen, mantienen una “red orgánica de donaciones”. Hace unas semanas llegaron computadores, así que hoy tienen cuatro, lo que permite a los niños realizar sus clases y tareas online. “Hicimos un horario nuevo para que todos puedan tener su turno porque tienen tareas desde el kinder hasta las chicas que van a la universidad el próximo año”, dice Melba.

Dos de los niños que habitan la “Casa de Pan”, en Costa Rica.

Como la educación y la salud es pública y gratuita en Costa Rica, hace dos semanas un equipo médico acudió a la casa para vacunar a los 32 habitantes.

“El que nos abran las puertas fue un acto de confianza porque los niños se abrieron para contar a la cámara las historias que vivieron antes de llegar donde Melba. Los niños son conscientes que esta familia eligió tenerlos”, señala Daniela Camino, productora del documental, que actualmente está en etapa de posproducción y que se planea estrenar a fin de año o a inicios de 2021, si la pandemia lo permite.

Mientras, Melba se comunica con sus hijos mayores por teléfono o videollamada. Uno de ellos vive en Chile.