“Cuando escuché su nombre, al principio estaba inseguro. Pero cuando vi como hablaba por una parte con Dios y, por la otra, con los hombres, me puse verdaderamente feliz”, comentó Benedicto XVI al ser consultado por el periodista alemán Peter Seewald sobre su reacción ante la elección de Jorge Mario Bergoglio como su sucesor. Su comentario puede explicarse en parte por lo que había sucedido ocho años antes, en el cónclave de 2005, cuando tras la solicitud de Carlo María Martini, el arzobispo emérito de Milán y figura emblemática de los sectores progresistas de la Iglesia Católica de que no siguieran considerándolo para suceder a Juan Pablo II, fue el nombre de Bergoglio el que comenzó a concitar apoyos. A tal punto que el entonces arzobispo de Buenos Aires fue al final el único contendor real de Ratzinger en las últimas votaciones del cónclave.
Pero si en 2005 aún no había llegado la hora para un Papa latinoamericano, como comentó el cardenal belga Godfrield Danneels al salir del cónclave, ese momento arribó en 2013. El perdedor de la elección anterior se convirtió esta vez en el nuevo Papa. Un desenlace para muchos sorpresivo y que varios vieron como la contracara de lo que había sucedido ocho años antes. Incluso en los últimos años Los dos Papas, la cinta de Fernando Meirelles, ahonda en esa aparente oposición entre las dos figuras más relevantes de la Iglesia Católica de los últimos 15 años. Pero ¿cómo fue la relación entre Joseph Ratzinger y Jorge Mario Bergoglio? ¿Fueron dos figuras contrapuestas o más bien complementarias? El Papa Francisco siempre insistió en que veía a su antecesor como un hombre santo del que aprendía mucho. Pero no todo fue tan simple.
Durante los casi 10 años de convivencia, sectores tradicionalistas vieron al Papa emérito como el último reducto de la resistencia a los cambios que impulsaba Francisco. El periodista italiano Francesco Boezi, autor de Ratzinger, la rivoluzione interrota, aseguró en una entrevista a La Tercera que el monasterio de Mater Ecclesiae, donde vivía Benedicto XVI, se convirtió en un lugar de peregrinación para cardenales y otros prelados que iban a transmitirle sus preocupaciones por lo que pasaba en el Vaticano. El Papa emérito se limitaba a pedirles que lo acompañaran a rezar. Y si bien Ratzinger nunca expresó una crítica hacia Francisco y desde el día uno insistió en su lealtad al Papa, algunos de sus hombres más cercanos como el cardenal Gerard Muller, ex prefecto de la doctrina de la fe o el cardenal Robert Sarah sí deslizaron sus diferencias.
El primer episodio que sugirió una supuesta distancia entre los “dos Papas” fue en 2018 cuando se reveló la manipulación por parte del entonces prefecto del dicasterio para las comunicaciones, Edoardo María Viganó, de una carta de Benedicto XVI excusándose de prologar un compendio sobre La teología del Papa Francisco. Viganó mostró la carta del Papa emérito ocultando la parte donde rechazaba prologar los textos. Un hecho que sugirió que Benedicto XVI no sintoninzaba con la mirada teológica de su sucesor.
Sin embargo, el caso más polémico se dio dos años después cuando el cardenal Sarah, entonces prefecto de la Congregación para el Culto Divino presentó un libro que defendía el celibato de los sacerdotes como una obra escrita en coautoría con Benedicto XVI. El texto fue presentada antes de que Francisco aprobara el documento final del Sínodo sobre el Amazonia, que aceptó la ordenación como sacerdotes de diáconos casados. Por eso, fue visto como una “presión indebida” sobre el Pontífice. La polémica llevó a Ratzinger a pedir que su nombre fuera retirado del libro.
Al concretar su retiro, Benedicto XVI había anunciado que permanecería alejado del debate público. Sin embargo, su figura no estuvo nunca ajena a la discusión sobre los cambios en la Iglesia Católica. Pese a que él nunca hizo ningún comentario contra su sucesor, las crecientes críticas de sectores tradicionalistas a la figura de Bergoglio alimentaron las versiones sobre la supuesta tensión entre ambos. Tensión que siempre fue negada tanto por el Papa Francisco como por el propio Papa emérito, quien se preocupó de insistir en más de una ocasión que “Papa hay uno solo”.