“Nos saludamos de vez en cuando, pero eso es todo, si uno de mis vecinos muriera, no estoy segura de que me daría cuenta”, cuenta al periódico The Guardian Noriko Shikama, de 76 años. Vive sola en un piso de Tokiwadaira, en la zona de cercanías de Tokio y ha asistido al centro de acogida Iki Iki para ponerse al día con los residentes mientras disfrutan de tazas de café servidas por voluntarios.
Allí, en medio de las discusiones cotidianas sobre las ventajas o desventajas de teñirse las canas, la gente también comparte noticias sobre la última muerte solitaria, o kodokushi, definida oficialmente como aquella en la que “una persona muere sin ser atendida por nadie, y cuyo cuerpo es encontrado después de un cierto período”. En esta ocasión las residentes hablaban de una mujer cuyo cuerpo fue descubierto días antes, después de que los vecinos se percataran de que no la habían visto en su balcón. Llevaba muerta cinco meses. “El olor es abrumador... permanece contigo para siempre”, dice Shikama.
Según un informe de estadísticas sobre “muertes solitarias” publicado en mayo por la Agencia Nacional de Policía, casi 22.000 personas en Japón murieron solas en sus hogares durante los primeros tres meses de este año, de las que alrededor del 80%, o 17.034 personas, tenían 65 años o más. Las estadísticas mostraron que el grupo más grande de muertes de este tipo, incluidas las por suicidio, se produjo entre las personas de 85 años o más, con 4.922 casos.
Para finales de año, la agencia estima que los casos de muertes solitarias llegarán a 68.000, en comparación con alrededor de 27.000 en 2011. El informe fue la primera vez que la agencia realizó una descripción general completa del problema. Su publicación se produjo después de que el gobierno aprobara una ley en mayo del año pasado para abordar el problema, que se vio exacerbado por la pandemia de coronavirus.
La ley, que entró en vigor el 1 de abril, está destinada a prevenir la soledad y el aislamiento, problemas que afectan a aproximadamente el 39% de la población e insta a los gobiernos locales a identificar a las personas vulnerables y gestionar las causas fundamentales del problema, realizando esfuerzos para establecer consejos regionales que incluyan grupos de apoyo para personas solitarias. Se han introducido servicios telefónicos y un sitio web que ofrece consultas a dichas personas, indica el periódico South China Morning Post.
Además, el gobierno central capacitará a personal especializado en cada región para ayudar a las personas que sufren soledad y aislamiento. También promoverá la creación de una base de datos de medidas efectivas adoptadas en todo el país para abordar el problema. La ley se creó por preocupación de que los problemas de soledad se vieran agravados por la pandemia de Covid-19.
Los expertos afirman que el informe es el primer estudio de este tipo realizado a nivel nacional y que es difícil establecer cifras de años anteriores. Sin embargo, en 2009, la emisora pública NHK informó de 32.000 “muertes solitarias” al año, frente a los 1.049 casos confirmados en 1994.
Tokiwadaira, en la ciudad de Matsudo, fue la primera comunidad que se vio obligada a enfrentarse a este angustioso fenómeno hace dos décadas, cuando se descubrió a un hombre cuyo cadáver llevaba tres años en su departamento sin que nadie lo viera. El arriendo y las facturas se habían pagado automáticamente y su muerte solo se supo cuando se acabaron sus ahorros. “El piso no era el tipo de lugar en el que uno podría imaginarse que viviera una persona”, afirma Aiko Oshima, vicepresidenta de la asociación de vecinos de Tokiwadaira. “No queríamos que volviera a ocurrir algo tan terrible como aquello”.
Según relata The Guardian, cuando los primeros ocupantes se mudaron a Tokiwadaira hace más de seis décadas, los departamentos de cuatro pisos eran considerados un alojamiento de ensueño para familias jóvenes que aprovechaban el milagro económico de la posguerra en Japón. “En aquel entonces la economía estaba en auge y las familias estaban desesperadas por vivir aquí. Era un lugar animado, pero ahora todo el mundo está envejeciendo”, dice Oshima, que se mudó a Tokiwadaira con su marido y su hijo pequeño en 1961, cuando en la urbanización vivían 15.000 personas.
Tomoko Owan, profesora asociada especializada en gerontología en la Universidad de Ryukyus, dijo que las “muertes solitarias” eran menos comunes en la prefectura de Okinawa y que el resto de Japón podría aprender algunas lecciones del sentido de comunidad en el territorio más meridional del país. Owan dijo que en las grandes ciudades como Tokio y Osaka, el espíritu comunitario ya no existía ya que más personas vivían solas, a diferencia de Okinawa, donde se celebraban festivales, bailes y eventos deportivos con regularidad.
En Tokiwadaira, donde vive Noriko Shikama, se estima que el 54% de los residentes tienen más de 64 años y 1.000 de sus 7.000 residentes viven solos. Pero una serie de muertes de kodokushi impulsó a la población local a actuar. Para enfrentar el problema, la asociación de residentes creó una línea directa para que los vecinos preocupados alertaran a las autoridades y en 2004 lanzó una campaña de “muerte solitaria cero” que se ha convertido en un modelo para otras urbanizaciones envejecidas, según explica The Guardian.
Este año, el complejo introdujo la llamada kizuna o “vínculo social”, un dispositivo de seguimiento equipado con sensores que confirma que el ocupante del departamento se está moviendo. Las patrullas de voluntarios también se basan en señales reveladoras de que no todo está bien: ropa dejada en los balcones después de secarse, cortinas corridas durante el día, entregas de correo y periódicos sin recoger y luces encendidas durante toda la noche.
El problema no es exclusivo de Japón. En Corea del Sur, un informe del gobierno de diciembre de 2022 indicó que hubo 3.378 “muertes solitarias” en el país en 2021, frente a 2.412 en 2017, de las cuales la mayoría tenían entre 50 y 60 años. Destacando la necesidad de que las personas se mantengan mental y físicamente sanas independientemente de su edad, Owan dijo al South China Morning Post: “Tengo 65 años, pero doy clases de karate en la Universidad Ryukyu y hace poco empecé a dar una clase a jóvenes que no sabían mucho sobre esta parte de la cultura de Okinawa. Para mí es importante mantenerme activa y en contacto con amigos y familiares”.