El año pasado, Rosario, en Argentina, alcanzó un récord de violencia con 286 homicidios. En lo que va de 2023, la tendencia empeora, y hasta el jueves marcaba 64 homicidios: casi uno por día. Y aunque un día antes llegaron 300 gendarmes y 100 efectivos de la Policía Federal, parte de los 1.400 nuevos agentes que el gobierno de Alberto Fernández decidió desplegar en la ciudad más poblada de Santa Fe, la inseguridad volvió a atacar.

El sábado, un hombre fue acribillado de nueve tiros cuando estaba sentado en la vereda, un crimen con tinte de sicariato, según Infobae. Durante la misma jornada se registró otro asesinato, que se sumó a dos ataques el día previo, aunque sin lamentar víctimas fatales.

A ello se sumó el hallazgo de un maletín frente a una Fiscalía Federal de Rosario, razón por la cual debió actuar una brigada antiexplosivos. El hecho ocurrió justo después de la fuga frustrada de Esteban Alvarado, uno de los capos narco más importantes de la región. El viernes, agentes de la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la Policía Federal Argentina impidieron el escape de Alvarado, un plan que llevaba más de seis meses e incluía un helicóptero, que había sido comprado en el extranjero “mediante complejas maniobras de lavado de activos”.

La sensibilidad ante el hallazgo es consecuencia de una ola de violencia que atraviesa la región que tomó repercusión mundial tras el ataque a un supermercado del suegro de Lionel Messi, que incluyó una hoja amenazando personalmente al futbolista; homicidios, entre ellos el de Máximo Jerez, un niño de 12 años asesinado en una balacera narco, y una serie de atentados, incluido el tiroteo a una escuela.

La muerte del niño, específicamente, provocó una respuesta barrial, cuando los vecinos prendieron fuego a la casa del presunto narcotraficante que le dio muerte, intentando entrar a la fuerza a su residencia para lincharlo.

Hernán Lascano es periodista del diario La Capital de Rosario, y es coautor, junto a Germán de los Santos, del libro Los Monos: historia de la familia narco que transformó a Rosario en un infierno. Respecto del fenómeno que ocurre en la ciudad, cuya tasa de homicidios cuadruplica al resto del país, señala a La Tercera: “En el área metropolitana de Buenos Aires se comercializa y consume tanta droga como en Rosario. Pero la policía y actores fuertes del crimen ejercen una regulación que hace que las cifras de los delitos de sangre no sean tan expresivas ni los hechos tan teatrales como en Rosario los últimos 10 años”.

Personas marchan en en una protesta por justicia y seguridad en Rosario. Foto: Reuters

En la base de la situación rosarina hay una multitud de pequeñas bandas, fragmentadas y violentas, que buscan predominar en la periferia del país. Según Lascano, las acciones de estos grupos no se acaban con el “narcomenudeo”. “También existen extorsiones con balaceras, usurpaciones de viviendas, robos diversos. Sectores policiales altos y medios son engranajes permanentes de las bandas, les dan protección, información por intercambios económicos”, asegura.

Asimismo, Lascano acusa la complejidad de la violencia en la ciudad: “Una cosa es un tiroteo en un barrio donde el domingo en una disputa de facciones delictivas matan a un niño de 12 años, que es lo que ha generado una gran conmoción nacional, y otra distinta es la balacera al supermercado de la familia política de Messi, que tiene un nivel de ejecución diferente, con actores que no piden nada y parecen buscar causar efectos políticos”.

Marco Iazzetta, director del Centro de Investigaciones en Seguridad, Estado y Sociedad de la Universidad Nacional de Rosario, apunta a la falta de un líder específico entre las bandas rosarinas. “En especial, el minorista de cocaína se encuentra profundamente fragmentado a raíz de que un gran número de organizaciones criminales compiten por el control del negocio. En consecuencia, no habría un actor que termine imponiéndose sobre los demás y que construya consensos para evitar estos enfrentamientos, como sucedió en otros casos nacionales e internacionales”, detalla el analista en conversación con La Tercera.

Barcos salen del puerto de Rosario en el río Paraná. Foto: Reuters

De todos modos, existen dos organizaciones criminales principales en esta ciudad: la de Esteban Lindor Alvarado, por un lado, y la de Los Monos. “Desde el año 2013, en que un grupo conocido como banda de Los Monos comenzó a ser desafiado y perdió su supremacía, se dio un rasgo fundamental que diferencia la idiosincrasia de Rosario: la violencia es el modo de regulación de un mercado donde, sin líderes fuertes, nadie disciplina a nadie”, indica Lascano.

Según explica el periodista, la violencia es mayor entre las bandas de “narcomenudeo”, más pequeñas y que, debido a su mismo tamaño, “ninguna es exitosa en ocupar la autoridad, ninguna consigue imponer su fuerza de manera simbólica sin tener que usarla”.

En tanto, los dos grandes “clanes” son los que sí cuentan con esa “autoridad”. “Lo que se observa actualmente es que tanto “Guille” Cantero, miembro del clan que fundó Los Monos, y Esteban Lindor Alvarado, establecieron un sistema de “franquicias” por las cuales autorizan a grupos criminales menores a comercializar drogas en diferentes territorios a cambio del pago de un canon”, comenta Iazzetta.

Mezcla con negocios legales

En este paisaje, los grandes grupos que están detrás de las pequeñas bandas terminan mezclándose con negocios legales. “El presidente del puerto de Rosario, Gustavo Shanahan, que tiene una compañía financiera, está a punto de ir a juicio por vender dólares a grupos relacionados con la venta de drogas. En todos estos años se han visto en los juicios inversiones de grupos criminales en fideicomisos inmobiliarios, en financieras, en distribuidoras de alimentos, en empresas de transporte. Si el campo legal recibe el rendimiento generado con violencia, la violencia tiene motivos para prosperar”, cuenta Lascano.

Agentes de policía controlan a una persona en el barrio Los Pumitas, en Rosario. Foto: AP

El profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional de Rosario, Gonzalo Ghio, asegura que la violencia y los asesinatos no son algo nuevo en la ciudad. “Ha habido una visibilización con la amenaza a Messi, que fue para mí algo de impacto mediático, y genera una visibilización mayor por la figura. Hubo una reacción en uno de los barrios donde los vecinos se levantaron e incendiaron la casa de un narco, que bueno, eso ya ha pasado en otras ocasiones en Rosario. En eso, las clases medias y altas comienzan a preocuparse, pero en la vida de la familia periférica esto se padece desde hace a lo menos dos décadas”, cuenta a La Tercera.

En tanto, en uno de los puertos más importantes del país, las exportaciones son un negocio millonario en Rosario. Desde ese puerto incluso se realizó un decomiso de 1.400 kilos de cocaína, que iban a Rotterdam en septiembre. Sin embargo, los asesinatos y dinámicas violentas no se acercan al puerto y se quedan particularmente en las zonas suburbanas.

Todos los analistas coinciden en que la política nacional frente al narcotráfico en Rosario ha sido deficiente. “En términos generales, los diferentes gobiernos centrales se caracterizaron por el envío de una mayor cantidad de agentes provenientes de las fuerzas federales a la ciudad y otorgar partidas presupuestarias extraordinarias a la provincia de Santa Fe destinadas a la compra de tecnología, patrulleros, armas de fuego”, cuenta Iazzetta. A pesar de este envío, que es similar a lo que ha venido anunciando Fernández estos últimos días con un refuerzo de 400 nuevos uniformados, la situación no mejora.

“Nada que tenga continuidad, seriedad de formulación y relevancia. El rasgo principal del gobierno central ha sido, más allá de planteos testimoniales, la ausencia ante el problema de Rosario, que no tiene parangón en ningún otro lugar del país. Todo se limita a reacciones puntuales de reforzar con fuerzas de seguridad en los momentos de conmoción pública, pero sin un plan sujeto a un diagnostico de inteligencia criminal y órdenes de operaciones de largo plazo”, critica Lascano.

Según él, la situación es peor cuando se observa bien, “y vemos que la violencia en Rosario está muy focalizada, lo que facilita intervenciones inteligentes. La mayoría de los delitos en que se usan armas de fuego se concentran en el 13% del territorio urbano. Con una política criminal y de desarrollo humano con ejes lógicos y mucho trabajo estatal en estas zonas, el delito, que no es de gran complejidad, se puede moderar”, asegura.

Ghio también acusa una falta de inteligencia en las medidas que se han venido tomando: “Las respuestas de los gobiernos centrales generalmente han sido represivas, han tenido que ver con presencia de fuerzas federales. Eso ha generado un proceso ambiguo: por un lado, se militariza el barrio, y eso genera más violencia institucional. Si eso no va acompañado con investigaciones, o con procesos, ni detención de las estructuras macro del narco, no tienen sentido”.

Miembros de la Gendarmería Nacional argentina patrullan la Villa Banana, en Rosario. Foto: Reuters

Para Ghio, más allá de las personas que participan directamente en los delitos violentos, la cadena del narcotráfico siempre podrá regenerarse si no se toca “a los del medio”. “Se habla mucho de las bandas, de los soldaditos y de la violencia, pero esa es una parte del problema. Se dice que es un mercado que tiene extremos débiles: los cultivadores y campesinos, que son reemplazables y descartables, y lo mismo con los jóvenes que entran en el narcomenudeo. Pero los del medio, los transportistas y quienes invierten en todo esto, siguen operando y siguen con poder de montar estructuras en otros lugares”, comenta.

Para Lascano, la solución a la crisis rosarina tendría que incluir un trabajo que supera de lejos el policial. “No florecen soluciones de seguridad sobre infiernos sociales. Es imprescindible el trabajo estatal en saneamiento urbano, apertura de calles, políticas de vivienda y acciones estables con las comunidades que deben involucrarse en las soluciones. La mayor inversión estatal debe estar en estas zonas. Los jóvenes ven en la violencia no solo una oportunidad económica, sino también un ámbito de contención”, concluye.