Por Eduardo Salmón, politólogo peruano por la Pontificia Universidad Católica del Perú
Durante las dos primeras décadas del 2000 la economía peruana reafirmó un modelo de crecimiento que debió ser puesto en entredicho. Sin embargo, ocurrió lo contrario, el autodenominado “milagro peruano” sufrió de un ensimismamiento sostenido por PBI de su élite empresarial y política solo comparable al ego gastronómico nacional, pero sin los mismos resultados.
Así pues, la “bonanza” que se promueve en Lima versa en vincular el desarrollo de las instituciones, el tejido social, la salud, el turismo, la educación y demás, al crecimiento económico. De esta forma, se instaura un mantra sobre la modernización que choca estrepitosamente con la realidad.
Hasta antes de la pandemia se creía que la economía peruana tenía un robusto blindaje de la política, se había normalizado el hablar de “cuerdas separadas” al referirse a actividades que en realidad son cogenéricas y por tanto no puede entenderse sin vincular la gestión política a la gestión económica. Las mayores fortalezas para, a pesar de la política, mantener algún crecimiento consistían en: la independencia y autonomía del Banco Central de Reserva para preservar la estabilidad de la política monetaria, las grandes reservas sobre 74 mil millones de dólares y el bajo déficit fiscal; así como el blindaje constitucional (Art. 62) que impide que los contratos puedan ser modificados.
El decaimiento económico que para este año algunos estiman en solo un crecimiento de 0.6% (Macroconsult) va a la par y estimulado de la precarización de la política peruana. Pero eso no solo es notorio, sino que además fue avisado con larga anticipación y no solo desde la política como con clásicos como “democracia sin partidos” o “los espejismos de la democracia” de Martín Tanaka, sino también desde la mirada internacional.
Pocos recuerdan que en pleno auge peruano por el 2010, Michael Porter (gurú del managment y competitividad) fue invitado a la Conferencia Anual de Ejecutivos y su análisis (minimizado y poco publicitado) resultó un portazo en la vanagloria empresarial peruana al señalar que vivimos una ilusión exportadora, principalmente de las materias primas, sin tener estrategia ni competitividad alguna.
En un país donde no existen líderes que se atrevan a pensar formas distintas, el progreso se ha quedado sin demócratas y sin políticos. Cercado por las mafias que promueven sus propios intereses, contrarreformas de lo poco avanzando y una inestabilidad de tener 6 presidentes en los últimos cinco años y 20 cambios ministeriales solo en la gestión Boluarte y un sistema sin legitimidad democrática ni balance de poderes que intenta normalizar la violación de derechos humanos. Solo queda la incertidumbre hasta que la ciudadanía o empresariado tomen conciencia y cambien el rumbo.