Reino Unido aún no se recuperaba del impacto que significó la Segunda Guerra Mundial cuando un nuevo hecho llegó de forma súbita. El Palacio de Buckingham anunciaba la muerte del Rey Jorge VI. “Se anunció desde Sandringham a las 10.45 horas de hoy, 6 de febrero de 1952, que el Rey, que se retiró a descansar anoche con su salud habitual, falleció tranquilamente mientras dormía esta mañana”, fue el comunicado oficial. Jorge, aún joven, fallecía a los 56 años.
Isabel, quien en ese momento todavía era princesa, tenía solo 25 años para la fecha del anuncio y ni siquiera estaba en Inglaterra. Junto a su fallecido esposo Felipe se encontraban en Kenia, en África Oriental, y un avión los trajo de urgencia hacia Londres. Ningún preparativo del funeral se iba a realizar sin la presencia de su sucesora.
Siempre bien ensayada, la muerte de un monarca por regla se trabaja rigurosamente con anterioridad, pero ningún plan contemplaba que la heredera se encontrara en el extranjero en ese momento.
Si bien se sabía del delicado estado de salud del rey Jorge, quien había enfermado constantemente durante los últimos cuatro años de su vida, la noticia golpeó de forma súbita a Reino Unido y a su propia familia. A diferencia de lo ocurrido con Isabel, quien estuvo acompañada por su familia desde el momento en que los médicos anunciaron el deterioro de la monarca, la muerte de Jorge VI fue aún más imprevista. La última aparición pública del rey fue cuando acompañó a la pareja al aeropuerto, días antes de su muerte.
Encuentros deportivos, salas de cine y eventos culturales se cancelaron durante esa tarde y, tal como con la reina Isabel, miles de británicos se congregaron para conmemorar a su fallecido monarca. Winston Churchill, el entonces primer ministro y figura clave de la historia del siglo XX, esperaba a Isabel en Londres junto a una comitiva de duelo. Los preparativos para la ceremonia de sucesión ya se habían iniciado, y el Consejo de Adhesión nombró a Isabel como próxima reina incluso antes de que la pareja aterrizara.
En un sentido discurso, Churchill se dirigió a la nación para describir el sentimiento que embargaba a toda la clase política, y a gran parte de la población. “Cuando se nos anunció la muerte del rey, se produjo una nota profunda y solemne en nuestras vidas que, al resonar a lo largo y ancho, calmó el trajín y el tráfico de la vida del siglo XX en muchos países, e hizo que incontables millones de seres humanos se detuvieran y miraran a su alrededor”, dijo el estadista.
Los diarios de la época retrataron la muerte del monarca destacando que murió pacíficamente en Sandringham, una de las residencias de la familia real, además del shock entre los súbditos por lo inesperado de su muerte. La juventud de Isabel, así como lo lejos que se encontraba para el momento de la muerte de su padre, fueron otros de los elementos que resaltaron.
La propia reina también tuvo palabras para su padre, quien aseguró que “por la repentina muerte de mi querido padre, estoy llamada a asumir los deberes y la responsabilidad de la soberanía. En este momento de profundo dolor, es un profundo consuelo para mí tener la seguridad de la simpatía que ustedes, y todos mis pueblos, sienten hacia mí”, refiriéndose a su inminente coronación.