
La ofensiva de Trump contra el mundo científico en EE.UU. y su intento por redefinir el concepto de ciencia
La renuncia del director de la Fundación Nacional de Ciencias, Sethuraman Panchanathan, es el último golpe al mundo científico estadounidense, que ya enfrenta el recorte o el congelamiento de presupuestos de los Institutos Nacionales de Salud, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades y la NASA, entre otros.

La ciencia es capital. Según algunas mediciones, cada dólar gastado en investigación devuelve al menos cinco dólares a la economía, asegura The New York Times. Pero a Donald Trump parece no importarle mucho. El mandatario republicano ha hecho de la ciencia otro de sus blancos en su ya polémica agenda. Y, en vísperas de cumplir los primeros 100 días de su segunda administración en la Casa Blanca, sigue dando muestras de ello.
El director de la Fundación Nacional de Ciencias (NSF), una agencia con un presupuesto de 9 mil millones de dólares encargada de promover descubrimientos en todo el espectro científico, renunció el jueves. El presidente Trump había seleccionado a Sethuraman Panchanathan para dirigir la NSF durante su primer mandato y el Senado confirmó por unanimidad su nominación en junio de 2020.
“Creo que he hecho todo lo posible para avanzar en la misión crítica de la agencia y siento que es hora de pasarle el testigo a un nuevo liderazgo”, dijo Panchanathan en comentarios de despedida que fueron proporcionados a CNN el jueves por un portavoz de la agencia.
“Este es un momento crucial para nuestra nación en términos de competitividad global”, señaló Panchanathan en el comunicado. “La NSF es una inversión fundamental para hacer realidad el dominio científico de Estados Unidos. No debemos perder nuestra ventaja competitiva”, comentó.
Panchanathan no dijo por qué renunció, pero el motivo parece bastante claro: el fin de semana pasado, Trump recortó más de 400 premios de investigación activos de la NSF, y está presionando al Congreso para que reduzca a la mitad el presupuesto de la agencia.
La renuncia de Panchanathan se produjo en medio de demandas del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), liderado por Elon Musk, para que la NSF cancele cientos de subvenciones por un total de más de 230 millones de dólares y comience a realizar recortes radicales en su fuerza laboral de aproximadamente 1.500 personas.
Gran parte de las investigaciones canceladas fueron realizadas por científicos en campus universitarios y estaban relacionadas con la diversidad, la equidad y la inclusión, o con el estudio de la desinformación y la información errónea, aseguró CNN.
En una publicación sobre las subvenciones canceladas, la NSF indicó que el financiamiento de la investigación sobre desinformación se detuvo para cumplir con la orden ejecutiva de Trump del 20 de enero sobre “restaurar la libertad de expresión”.
En respuesta a las órdenes ejecutivas y otros cambios internos en la NSF, algunos de los cuales han tenido lugar desde que DOGE llegó a mediados de abril, se ha pedido a los investigadores que se aseguren de que las solicitudes de financiamiento cumplan con las nuevas directivas.
Esa orientación ha puesto a los científicos en “medio de un tira y afloja político, desperdiciando tiempo y recursos valiosos”, según una declaración del 24 de abril de la Federación de Asociaciones de Ciencias del Comportamiento y del Cerebro.
CNN recordó que la NSF se creó en 1950 y su tarea es evaluar el mérito científico de las solicitudes de subvenciones y otorgar dólares (principalmente a universidades y otras instituciones de investigación) para mejorar la comprensión de los científicos sobre una amplia gama de temas, incluida la inteligencia artificial y el funcionamiento fundamental del cosmos.
Pero el caso de la NSF está lejos de ser el único que afecta al mundo científico en Estados Unidos. “La administración Trump ha puesto en la mira a la empresa científica estadounidense, un motor de investigación e innovación que ha funcionado durante décadas. Ha recortado o congelado los presupuestos de los Institutos Nacionales de Salud, la Fundación Nacional de Ciencias, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) y la NASA. Ha despedido o dejado sin financiamiento a miles de investigadores”, escribió The New York Times.
La investigación estadounidense, explica el periódico, prospera gracias a un sistema de patrocinio que canaliza dólares aprobados por el Congreso a universidades, laboratorios e institutos nacionales. “Esta fábrica de conocimiento emplea a decenas de miles de investigadores, atrae talento de todo el mundo y genera avances científicos y premios Nobel”, señala.
“Es un sistema lento porque la ciencia avanza lentamente. Los descubrimientos suelen ser indirectos e iterativos e implican la colaboración entre investigadores que necesitan años de educación subsidiada para convertirse en expertos”, agrega.
Pero el presidente Trump es menos paciente. Ha desfinanciado estudios universitarios sobre el sida, el cáncer pediátrico y la física solar, denuncia el Times. La administración también ha despedido a miles de científicos federales, incluidos meteorólogos del Servicio Meteorológico Nacional; expertos en preparación para pandemias del CDC, e investigadores del pulmón negro en el Instituto Nacional para la Seguridad y Salud Ocupacional.
Un observatorio espacial de próxima generación, ya construido con 3.500 millones de dólares a lo largo de una década, espera un lanzamiento que quizá nunca ocurra, apunta el periódico.
Los funcionarios administrativos, señala el Times, ofrecen diversas razones para la represión contra el mundo científico: recorte de costos, eficiencia gubernamental, “defender a las mujeres del extremismo de la ideología de género”. Muchas subvenciones fueron eliminadas porque contenían palabras como clima, diversidad, discapacidad, trans o mujeres. Algunos provocaron la ira de la administración republicana porque las solicitudes incluían las declaraciones D.E.I. (Diversidad, Equidad e Inclusión) requeridas por el gobierno anterior.
“No hace falta un telescopio para ver a dónde conduce esto”, escribió Alan Burdick, editor del departamento de Salud y Ciencia de The New York Times.
“Los líderes estadounidenses históricamente han visto la ciencia como una inversión en el futuro. ¿Esta administración lo extinguirá? Un tercio de los ganadores del Premio Nobel en Estados Unidos han nacido en el extranjero, pero una ofensiva contra la inmigración ha atrapado a científicos como Kseniia Petrova, una rusa que estudió el envejecimiento en Harvard y ahora se encuentra en un centro de detención de Louisiana. Los académicos australianos han dejado de asistir a conferencias en Estados Unidos por temor a ser detenidos, según informó The Guardian”, comentó Burdick.
Ante este escenario, algunos científicos estadounidenses han optado por el éxodo. En una encuesta reciente de la revista Nature, más de 1.200 científicos norteamericanos dijeron que estaban considerando trabajar fuera del país. La plataforma de búsqueda de empleo de la revista registró un 32% más de solicitudes para puestos en el extranjero entre enero y marzo de 2025 que durante el mismo período del año anterior.

El estudio muestra que el 80% de los investigadores de posgrado y el 75% de los doctorantes ya están explorando oportunidades en el extranjero, con países como Canadá, Alemania y Austria en el top de las búsquedas.
“Estas son amenazas mecánicas para la ciencia: quién recibe el dinero y en qué trabaja. Pero hay una preocupación más existencial. La administración Trump está tratando de cambiar lo que se considera ciencia”, denuncia Burdick.
Según el editor del Times, “un esfuerzo apunta a lo que la ciencia debería mostrar y a lograr resultados aceptables para la administración. El secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., quiere reabrir la investigación sobre un vínculo desacreditado desde hace tiempo entre las vacunas y el autismo. No quiere estudiar la reticencia a vacunarse. La Fundación Nacional de Ciencias dice que ya no financiará ‘investigaciones cuyo objetivo sea combatir la desinformación, la información errónea y la malinformación que puedan utilizarse para vulnerar los derechos de expresión de los ciudadanos estadounidenses, protegidos por la Constitución’. Un funcionario del Departamento de Justicia acusó a importantes revistas médicas de tener sesgo político por no difundir ‘puntos de vista contrapuestos’”.

Y Burdick prosigue: “Otra táctica es suprimir o evitar resultados que no reflejen el mensaje político, incluso si este aún no está claro. El gobierno ha eliminado los conjuntos de datos públicos sobre la calidad del aire, la intensidad de los terremotos y la geología de los fondos marinos. ¿Por qué recortar el presupuesto borrando registros? Tal vez los datos apuntarían hacia esfuerzos (¿reducción de la contaminación? ¿límites de explotación minera de los fondos marinos?) que los funcionarios podrían necesitar emprender algún día. Buscamos el conocimiento para actuar: para prevenir cosas, para mejorar cosas. Pero actuar es costoso, en un momento en que la administración Trump quiere que el gobierno haga lo menos posible. Quizás sea mejor ni siquiera saberlo”.
El editor del Times destaca que en la ciencia, como en una democracia, “hay mucho espacio para el escepticismo y el debate”. “Eso es lo que lo hace funcionar”, insiste. “Pero en algún momento los pedidos de ‘más investigaciones’ se convierten en esfuerzos engañosos por ocultar hechos inconvenientes. Es una estrategia vieja, explotada en la década de 1960 por la industria tabacalera y, más recientemente, por las empresas de combustibles fósiles”, señala.
Y concluye: “Ahora el gobierno lo está utilizando como arma contra la ciencia en general. Los hechos son elitistas, los hechos son fungibles, los hechos son falsos. Y cuando nada es verdad, cualquier cosa puede ser verdad”.
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