En Moscú no se ven muchas señales de que se trata de una nación en guerra. En una noche de sábado reciente, grupos alegres llenaban los bares y restaurantes en el vecindario de Sretenka, ante la mirada de agentes identificados como “policía de turistas”. Cerca, un guía con sombrero de copa mostraba una iglesia de 300 años a unos 40 visitantes.
Sólo se ve alguna “Z” -el símbolo de la “operación militar especial”, como se conoce oficialmente la invasión rusa de Ucrania- de forma ocasional en algún edificio o en las persianas metálicas de un comercio abandonado por un minorista occidental. Un cartel de un soldado con gesto adusto y el lema “Gloria a los héroes de Rusia” recuerda el conflicto que se ha alargado durante un año.
Los comercios occidentales han desaparecido, pero los clientes aún pueden comprar sus productos, o falsificaciones vendidas bajo nombre o marca rusa.
Los cambios dolorosos y duros en la vida cotidiana rusa son más difíciles de ver. Una amplia campaña del gobierno ha silenciado la disidencia, y los opositores políticos están en prisión o han huido al extranjero. La televisión estatal vierte odio contra Occidente y reitera el mensaje de que buena parte del mundo sigue del lado de Rusia.
Asfixiar las críticas
“En efecto, la guerra ha arruinado muchas vidas, incluidas las nuestras”, declaró Sophia Subbotina, de San Petersburgo, a The Associated Press. Dos veces por semana visita un centro de detención para llevar comida y medicamentos a su pareja, Sasha Skochilenko, una artista y música con graves problemas de salud. Skochilenko fue detenida en abril por sustituir etiquetas de precios de supermercado por lemas contra la guerra.
Está acusada de difundir información falsa sobre el ejército, un delito contemplado en una de las nuevas leyes del presidente, Vladimir Putin, que en la práctica penalizan la expresión pública contra la guerra. La represión ha sido inmediata, inmisericorde y sin igual en la Rusia tras la era soviética.
Los medios no pueden llamarla “guerra” y los manifestantes que emplean esa palabra en sus carteles son penados con multas fuertes. La mayoría de los que salen a la calle para protestar son detenidos con rapidez. Las marchas se desvanecieron.
Se han bloqueado los sitios web independientes de noticias, al igual que Facebook, Instagram y Twitter. Ha sido silenciada una radioemisora destacada. El periódico Novaya Gazeta, que dirigía Dmitry Muratov, ganador del Nobel de la Paz de 2021, perdió su licencia.
Los críticos conocidos de Putin se marcharon de Rusia o fueron detenidos. Ilya Yashin fue condenado a 8 años y medio, Vladimir Kara-Murza está a la espera de juicio y Alexei Navalny sigue en prisión.
El mensaje del gobierno
La purga de críticos se vio seguida por un aluvión de propaganda. La televisora estatal canceló algunos programas de entretenimiento y amplió el contenido político y noticioso para reforzar la idea de que Rusia está librando a Ucrania de los nazis, una afirmación falsa empleada por Putin como pretexto para la invasión. O que la OTAN actúa a través de intermediarios en Kiev, pero que Moscú prevalecerá.
“Una nueva estructura del mundo emerge ante nuestros ojos”, proclamó el presentador Dmitry Kiselev en un monólogo en diciembre en su programa semanal. “El planeta se está librando del liderazgo occidental. La mayoría de la humanidad está con nosotros”.
Esos mensajes funcionan bien en Rusia, opina Denis Volkov, director de la principal encuestadora independiente del país, Levada Center. “La idea de que la OTAN quiere arruinar a Rusia o al menos debilitarla (...) ha sido habitual para tres cuartos (de los encuestados) desde hace muchos años”.
En septiembre, las escuelas añadieron una asignatura que podría traducirse como “Conversaciones sobre cosas importantes”. La programación para alumnos entre 8° y 11° grado a la que tuvo acceso la agencia AP describe la “misión especial” de Rusia para construir “un orden mundial multipolar”.
Al menos un maestro que se negó a impartir esas lecciones fue despedido. Aunque no es obligatoria, algunos padres cuyos hijos no asisten a la asignatura se han visto presionados por los gerentes educativos o incluso por la policía.
Sobrevivir a las sanciones
La economía afectada por las sanciones superó las expectativas gracias a unos ingresos récord por petróleo de unos US$ 325.000 millones, después de que la guerra disparó los precios de la energía. El Banco Central estabilizó el hundimiento del rublo subiendo las tasas de interés y la moneda es más fuerte ante el dólar que antes de la invasión.
McDonald’s, Ikea, Apple y otras compañías abandonaron Rusia. Los arcos dorados se vieron sustituidos por Vkusno - i Tochka (“Sabroso... punto”), mientras que Starbucks se convirtió en Stars Coffee, básicamente con los mismos productos.
Visa y Mastercard suspendieron sus servicios, pero los bancos se pasaron al sistema local MIR, de modo que las tarjetas que ya existían siguieron funcionando en el país y los que viajan al extranjero emplean efectivo. Cuando la Unión Europea prohibió los vuelos desde Rusia, los pasajes de avión subieron de precio y se hizo más difícil llegar a los destinos. Ahora viajar al extranjero está reservado a una minoría privilegiada.
Los sociólogos dicen que esos cambios no molestaron mucho a la mayoría de los rusos, cuyo salario mensual medio en 2022 era de unos US$ 900. Apenas un tercio de la población tiene pasaporte internacional.
La inflación se disparó casi un 12%, pero Putin anunció nuevas subvenciones para familias con hijos y subió las pensiones y el salario mínimo un 10%.
Las computadoras MacBook y los celulares iPhone siguen estando disponibles y los moscovitas dicen que los restaurantes tienen pescado japonés, queso español y vino francés.
“Sí, cuesta un poco más, pero no hay desabastecimiento”, sopesa Vladimir, un residente en la capital que pidió no dar su nombre completo por seguridad. “Si uno camina por el centro de la ciudad tiene la impresión de que no está ocurriendo nada. Mucha gente sale los fines de semana. Las cafeterías tienen menos gente, pero siguen estando ahí”.
Quizá el mayor shock se produjo en septiembre, cuando el Kremlin movilizó a 300.000 reservistas. Aunque se presentó como una llamada a las armas “parcial”, el anuncio sembró el pánico en el país porque oficialmente, la mayoría de los hombres menores de 65 años -y algunas mujeres- forman parte de la reserva.
Los pasajes para vuelos al extranjero se acabaron en cuestión de horas y se formaron filas largas en los pasos fronterizos en Rusia. Se estima que cientos de miles de personas abandonaron el país en las siguientes semanas.
Los reclutados denunciaron malas condiciones de alojamiento en las bases y falta de equipamiento. Sus esposas y madres afirmaron que se les había desplegado sobre el terreno sin formación o equipo apropiado y que fueron heridos rápidamente.
Volkov, el experto en sondeos, dijo que el sentimiento dominante entre los rusos es que la guerra es “algo lejano, que no nos afecta directamente”.
Mientras la guerra se veía lastrada por derrotas y reveses, algunas familias recibían las peores noticias posibles: un ser querido había muerto.
Para una madre, resultó insoportable. Ella dijo a la agencia AP que se puso “histérica” y “empecé a temblar” cuando le dijeron que su hijo estaba desaparecido y dado por muerto cuando servía en el Moskva, el crucero militar hundido en abril. La mujer, que en ese momento habló bajo condición de anonimato por temor a represalias, dijo que le costaba creer que lo hubieran matado.
El ejército ha confirmado 6.000 muertes, aunque los cálculos occidentales señalan que son decenas de miles. Putin prometió compensaciones generosas de 12 millones de rublos (unos US$ 160.000) a las familias de los inscritos como muertos en combate.