La vida interior de los animales: ¿Qué sienten cuando sienten?

Animales sintientes
Estudios en simios, zorros, osos, cerdos, caballos y ballenas arrojan evidencia de experiencia emocional.

Biólogos evolutivos, neurocientíficos y etólogos llevan décadas estudiando la cognición y la capacidad de sentir de los animales. Investigaciones en simios, delfines, elefantes y cerdos arrojan consistente evidencia de experiencias emocionales, de modo distinto al humano. Las pruebas parecen respaldar las tesis de Charles Darwin, si bien las conclusiones no son unánimes. Aún hay controversia en torno a la sensibilidad de los peces y a la posibilidad de que la fauna tenga conciencia.


Una mañana de primavera, mientras subía por las laderas de Boulder, en Colorado, el ciclista aficionado Marc Bekoff vio una escena inusual. Un perrito de la pradera -roedor primo de las ardillas-intentaba recuperar el cuerpo de un cachorro atropellado. Bekoff se detuvo y observó cómo el animal, una hembra de cola negra, trataba una y otra vez de mover el cuerpo.

-Finalmente, después de que los autos se detuvieron, arrastró el cadáver fuera de la carretera; caminó unos 10 pies, me miró y miró el cadáver. Lo tocó suavemente con sus patas delanteras y se alejó emitiendo una vocalización muy aguda -cuenta.

Profesor emérito de Biología Evolutiva de la Universidad de Colorado, Bekoff es un reconocido investigador en comportamiento y emoción animal. Autor de más de 30 libros, entre ellos La vida emocional de los animales (recién reeditado), ha recibido numerosas distinciones por su trabajo. Excolaborador de la primatóloga Jane Goodall, es cofundador del comité de ética del instituto que lleva su nombre.

La escena de los perritos de la pradera lo sorprendió y reconoció en ella una despedida, acaso un duelo. En su dilatada trayectoria, Bekoff ha observado expresiones similares en manadas de elefantes, cuando muere la matriarca, y también entre cánidos: vio cómo un zorro rojo cubrió a su pareja con tierra y ramas después del ataque de un puma.

-Los animales no humanos experimentan las mismas emociones y sentimientos que los humanos. Pero es importante reconocer que no las experimentan necesariamente como nosotros -dice.

Marc Bekoff
El biólogo evolutivo Marc Bekoff.

La pregunta por las emociones de los animales no es nueva, pero tomó renovada fuerza en Chile a raíz del proyecto de ley general de pesca. Ya el fracasado proyecto de la Convención Constitucional propuso reconocer a los animales como “seres sintientes”. La semana pasada, en el contexto de discusión del proyecto de pesca, el diputado Jorge Brito (FA) presentó una indicación que buscaba respetar el “estado físico y mental” de los animales marinos, con el fin de evitarles “estrés y sufrimiento innecesario”.

La indicación no fue acogida y, en cambio, generó una ola de rechazo, en su propio sector y en la oposición, así como una ola memes que cubrió la discusión de risas burlonas.

Más allá de los chistes sobre Bob Esponja, lo cierto es que la investigación en torno a las emociones y la “sintiencia” animal lleva décadas en el mundo. En el siglo XIX Charles Darwin postuló que “la diferencia mental entre las personas y otros animales es de escala y no de tipo”. Estudios recientes parecen respaldar su tesis, si bien no hay unanimidad en la comunidad científica.

Los animales no humanos experimentan las mismas emociones y sentimientos que los humanos. Pero es importante reconocer que no las experimentan necesariamente como nosotros.

Marc Bekoff

A mediados de los 60, la primatóloga Jane Goodall documentó que los chimpancés experimentan afecto, duelo y alegría. En su trabajo en las montañas, Mark Bekoff también ha registrado relaciones emocionales en lobos, coyotes, osos, perros y aves.

Jane
Jane Goodall.

-Me gusta decir que existe la alegría de los perros, la alegría de los chimpancés y la alegría de los humanos. Y también que existen diferencias individuales dentro de las especies. Tu alegría y tu dolor pueden no ser los mismos que los míos, pero eso no significa que yo los experimente y tú no, o viceversa -dice.

A partir de sus investigaciones, Bekoff plantea que algunos animales tienen códigos de conducta y eso es particularmente observable en el juego. También dice que son capaces de sentir empatía y compasión. Y recuerda una historia personal:

-Un día, mi perro Jethro llegó con un bulto peludo en el hocico. Oh, no, un pájaro, pensé. Cuando se acercó y abrió la boca, depositó en mi mano un pequeño conejito cubierto de saliva. Estaba intacto. Probablemente su madre había sido cazada por un coyote. Jethro se sentó y me miró con una ternura infinita. Yo puse la cría en una caja; Jethro se sentó junta a ella y no se movió de ahí en dos semanas: se había propuesto cuidar del conejo.

Emociones en la granja

Rosados y juguetones, un grupo de pequeños cerdos abre puertas, presiona timbres y toma decisiones en una granja de Viena. Sara Hintze, especialista en cognición animal, dirigió una investigación sobre el aburrimiento de los cerdos de crianza. Su objetivo era el aburrimiento crónico, aquel “que conduce a depresión, abuso de alcohol o pensamientos suicidas en humanos”.

En los últimos años las pruebas en cerdos se han multiplicado. En 2019, académicos de la U. de Georgia revelaron, mediante resonancia magnética, que el cerebro de los cerdos se presta favorablemente para la investigación neurocientífica por sus similitudes con el humano. Otros estudios han mostrado la forma en que reaccionan a distintos tipos de música, lo que sugiere experiencias emocionales, así como cambian sus gruñidos según el contexto anímico.

Sara Hintze
Sara Hintze y los curiosos cerditos.

Sara Hintze adaptó ejercicios de sicología humana a los cerdos y estos demostraron un rendimiento sorprendente: “Los animales son increíblemente inteligentes. No existe simplemente ‘el cerdo’. Todos tienen personalidades diferentes”, afirma.

La académica adelantó algunas observaciones de su estudio en octubre del año pasado, no sin tristeza: los 64 cerdos con que trabajó pertenecían a una granja y fueron sacrificados. Premiada por sus aportes al bienestar animal, la académica ha estudiado también caballos y terneros. “Quiero mostrar que cada animal es un individuo. Son seres sintientes con muchas necesidades diferentes”, dice.

Para Elodie Briefer, de la Universidad de Copenhague, que dirigió el estudio de los gruñidos de los cerdos, “sin emociones no podría sobrevivir, no podrían haber evolucionado en la naturaleza”, dijo a The Financial Times. Pero no solo los cerdos, plantea: “Se ha demostrado que las emociones básicas están codificadas en áreas cerebrales antiguas que comparten todos los vertebrados”.

La vida de los peces

A mediados de 2018, el viaje de una ballena conmovió a muchos: Tahlequah, una orca del Pacífico norte, cargó a su cría muerta durante 17 días y más de mil kilómetros. Según los expertos, las orcas viven en grupos sociales cohesionados y suelen hacer duelo por sus muertos. Pese al escepticismo, numerosos estudios describen relaciones emocionales en mamíferos marinos: delfines, ballenas y lobos de mar.

Sociales y lúdicos, los delfines están considerados entre los animales más inteligentes. Pese a la diferencia de ambiente físico, el cerebro de los cetáceos evolucionó de manera similar al de los primates, concluyó un estudio de la neurocientífica Lori Marino en 2010. En el caso de los delfines, su nivel de encefalización (complejidad cerebral) es el segundo después del ser humano. Además, poseen un sistema paralímbico muy desarrollado para procesar las emociones.

Si los delfines son los chicos prodigiosos del mar, los peces no parecen los alumnos más brillantes. En la cultura pop su imagen está asociada a la de un pez azul simpático, pero sin memoria: la parlanchina Doris, de Buscando a Nemo.

Sin embargo, en los últimos 25 años, dos investigadoras han entregado nueva evidencia: Victoria Braithwaite, de la U. de Gotemburgo, y Lynne Sneddon, de la U. de Liverpool, realizaron pruebas de cognición y emociones en peces. Concluyeron que los peces cuentan con nocioceptores, células neuronales que transmiten el dolor, similares a los humanos, que estas reaccionan a lesiones y que los peces expuestos a estímulos desagradables modificaban su conducta.

“He sostenido que hay tanta evidencia de que los peces sienten dolor y sufren como la hay en el caso de las aves y los mamíferos”, escribió Victoria Brathwaite en su libro ¿Los peces sienten dolor? (2010).

Lynne Sneddon presentó otro informe en 2019 y subrayó que los peces “cuando están sujetos a un evento potencialmente doloroso, muestran cambios adversos en el comportamiento, como la suspensión de la alimentación y la actividad reducida, que se previenen cuando se proporciona un medicamento de alivio”.

En el laboratorio de Comportamiento y Evolución de Peces de la Universidad Macquarie, en Sidney, Culum Brown se ha dedicado a estudiar el aprendizaje y la sensibilidad de salmones, peces arcoíris y tiburones. En su libro Inteligencia, sensibilidad y ética de los peces concluye que “las capacidades cognitivas de los peces a menudo igualan o superan a las de otros vertebrados”, y afirma que la evidencia apoya “que los peces experimentan el dolor de una manera similar al resto de los vertebrados”.

¿Una falacia?

En contraste con esas inferencias, el profesor Brian Key, de la Universidad de Queensland, es un escéptico. En 2016 publicó el artículo Por qué los peces no sienten dolor, donde aseguraba que estos no cuentan con la arquitectura neuronal suficiente para experimentar emociones. Recibió medio centenar de respuestas, entre ellas de Culum Brown (El dolor de los peces: una verdad incómoda).

Ahora, consultado por La Tercera, Key confirma su postura:

-La evidencia que se presenta típicamente se basa en el comportamiento y no en el circuito neural necesario para la conciencia subjetiva de los estímulos externos. Los humanos tienen una fuerte tendencia a antropomorfizar el comportamiento, por lo que es necesario ejercer extrema cautela al confiar en el comportamiento como la medida principal de las señales.

Key no está solo; James Rose, profesor emérito de zoología de la U. de Wyoming y pescador aficionado, argumenta que los peces carecen de neocórtex y, por tanto, de capacidad de sentir dolor.

De este modo, hablar del estado mental de los peces no tendría sentido.

-La salud mental de los peces, tiburones y pulpos es una falacia y un eslogan antropomórfico -dice Key-. La salud mental es una frase específica de los humanos y se relaciona con un estado de bienestar mental (es decir, su yo interior) y no debería usarse para animales como peces, tiburones y pulpos.

Eventualmente, la imagen de la desmemoriada Doris le hace más sentido a Brian Key que la de peces inteligentes: “La inteligencia es un término muy amplio. Si te refieres a la inteligencia humana, entonces no. Pero si te refieres simplemente a la capacidad de sobrevivir en su entorno natural, entonces sí”.

Un problema de conciencia

Cuando era niña, los padres de la filósofa Kristin Andrews adoptaron un gatito al que llamaron Seedwe. Ella aprendió mucho de Sweede, cuenta, y siempre quiso comprender su perspectiva. En la universidad se interesó en la mente animal y, más recientemente, en la formulación de una teoría de la conciencia. “No podremos descubrir los misterios de la conciencia sin estudiar primero la conciencia en una variedad de especies”, afirma.

Kristin Andrews
La filósofa Kristin Andrews.

El año pasado, junto a un grupo de académicos, tomó una decisión audaz: actualizar la Declaración de Cambridge sobre Conciencia Animal. En 2012, en una conferencia sobre el tema, que contó con la presencia de Stephen Hawking, 26 científicos firmaron una declaración que respalda la evidencia de soportes neurológicos en los animales, lo que permitiría estados afectivos y conciencia: “Los animales no humanos, incluyendo a todos los mamíferos y aves, y otras muchas criaturas, entre las que se encuentran los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos”.

Una década después, Kristin Andrews, de la Universidad de York; Jonathan Birch, de la London School of Economics, y Jeff Sebo, de la U. de Nueva York, decidieron recabar la investigación que se ha realizado desde entonces, sobre todo en animales poco estudiados como insectos, cangrejos y reptiles. Contactaron a los científicos a cargo y elaboraron la Declaración de Nueva York, que fue difundida en abril con la firma de 50 investigadores y académicos.

En breves líneas, la declaración dice que “la evidencia empírica indica al menos una posibilidad realista de experiencia consciente en todos los vertebrados (incluidos reptiles, anfibios y peces) y muchos invertebrados (incluidos, como mínimo, moluscos cefalópodos , crustáceos decápodos e insectos)”.

Consultada por La Tercera, Kristin Andrews explica el alcance de la palabra conciencia:

-Por conciencia nos referimos a cualquier tipo de experiencias sentidas. Estas pueden ser experiencias emocionales de alegría o tristeza, experiencias de uno mismo, de imágenes visuales en recuerdos episódicos o experiencias sensoriales de olores o calor. Todas las emociones sentidas serán conscientes, según esta comprensión.

¿Qué implicancias tendría que los animales tengan conciencia?

Si aceptamos que un individuo es consciente, entonces, como mínimo, debemos considerar los impactos de nuestras acciones sobre ese individuo, ya sean humanos en otros países o animales que viven en nuestros suelos, aguas o aire.

La Declaración de Nueva York ya suma más de 280 firmas de científicos de distintas latitudes. Pero Brian Key, el académico escéptico, no se impresiona realmente:

-Una declaración de un grupo de académicos es sólo eso. Muchos grupos diferentes hacen declaraciones, pero la ciencia no funciona con declaraciones.

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