Con casi 100 años –los cumple el próximo mes-, Henry Kissinger no sólo es considerado una de las mentes más agudas en política internacional, sino que a lo largo de su vida protagonizó algunos de los episodios más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Fue clave en las negociaciones que concretaron la salida de Estados Unidos de la guerra de Vietnam -lo que le valió un polémico Premio Nobel de la Paz en 1973- y abrió el camino a la normalización de relaciones entre Washington y Beijing que sellaron luego Richard Nixon y Mao Zedong. Y no solo eso, fue consejero clave del único presidente de Estados Unidos que ha renunciado a su mandato y a comienzos de este siglo presidió la comisión que investigó los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Una experiencia que le da méritos más que suficientes para dar indicios sobre los rasgos que definen los buenos liderazgos políticos, en una época donde muchos advierten sobre la falta de líderes capaces de responder a los actuales desafíos. Y eso es lo que hace en su último libro titulado precisamente Liderazgos. Pero no es un manual tradicional, sino un texto que recorre la historia de figuras decisivas del siglo XX para aprender de sus experiencias. El columnista del diario The Guardian, Andrew Anthony, recordaba el año pasado que el escritor Christopher Hitchens una vez describió a Kissinger como “un gran mentiroso con una prodigiosa memoria”. Y si bien lo primero puede ser debatible, dependiendo el juicio de cada uno, su última obra viene a confirmar lo segundo, porque está plagada de experiencias personales.
Para Kissinger la mayoría de los líderes son gestores, pero en tiempos de crisis la gestión del statu quo puede ser el curso más arriesgado a seguir. Es ahí, según el exsecretario de Estado, donde se ven los verdaderos liderazgos. Los líderes transformadores, como los define, que se pueden dividir en dos tipos ideales, el estadista y el profeta. Los primeros buscan “preservar su sociedad, manipulando las circunstancias en lugar de dejarse abrumar por ella” y “atenúan la visión con la cautela, teniendo en cuenta una cierta noción de los límites”. Mientras que los segundos, “invocan sus visiones trascendentes como prueba de su honradez”, “adoptan como tarea principal borrar el pasado, con sus tesoros y sus trampas” y “están dispuestos a derrocar el orden existente”.
Pero para Kissinger, los mejores líderes no son los que se definen en una u otra categoría, sino los que combinan elementos de ambas a lo largo de sus vidas. Y en eso, apunta, el mejor ejemplo es el de Temístocles, el líder ateniense que logró salvar a su pueblo de ser absorbido por el imperio persa. “Fue a la vez el mejor juez en esas crisis repentinas que permiten poca o ninguna deliberación, y el mejor profeta del futuro, incluso de sus posibilidades más lejanas”, escribió de él Tucídides. Y eso es lo que destaca el exsecretario de Estado de los seis líderes analizados en el libro, todos protagonistas de cambios decisivos durante el siglo XX: Konrad Adenauer, Charles de Gaulle, Richard Nixon, Anwar Sadat, Lee Kuan Yew y Margaret Thatcher.
Cada capítulo es una pequeña biografía de las figuras elegidas, a todas las cuales Kissinger conoció personalmente. Pero no es su relación con ellos la que definió su elección, sino el hecho de haber sido forjados en lo que define como “la segunda guerra de los 30 años”, ese período dramático que va de 1914 a 1945 y que definió no sólo el siglo XX, sino que influyó la consolidación del orden mundial surgido tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Todos fueron actores clave en esos años, desde Charles de Gaulle, de quien destaca su carisma y su visión de futuro, a Konrad Adenauer, cuya falta de magnetismo era suplida por lo que Kissinger describe como “dignidad”, “humildad” y fortaleza moral adecuadas para reconstruir a un país destruido, pasando por el capacidad visionaria de Lee Kuan Yew, el padre de Singapur.
Según Kissinger, “todos eran conocidos por su franqueza y a veces decían verdades duras, no confiaron el destino de sus países a la retórica puesta a prueba por las encuestas” y crecieron en un período donde el mundo sufrió profundas transformaciones en sus estructuras políticas como sociales. Hoy, sin embargo, las condiciones que contribuyeron a crear a los seis líderes analizados en el libro se enfrentan a su propia decadencia y gran parte de la sociedad hoy se define “por la hostilidad y la desconfianza mutua”. Además, agrega Kissinger, mientras “los aristócratas del siglo XIX entendían que se esperaba mucho de ellos” y “los meritócratas del siglo XX aspiraban a valores de servicio, las élites actuales no hablan tanto de obligación como de autoexpresarse o de su propio progreso”.
Lo anterior, sumado al hecho de que “el mundo contemporáneo se encuentra en medio de una transformación de la conciencia humana” a causa de las nuevas tecnologías, plantea un desafío doble para los nuevos liderazgos. “La época actual”, asegura Kissinger en las conclusiones de su libro, “se encuentra desorientada porque carece de una visión moral y estratégica”. Y es ahí, donde el rol del líder se vuelve indispensable, según él, porque, como decía Epícteto, “no podemos elegir nuestras circunstancias externas, pero siempre podemos elegir cómo respondemos a ellas”. Y la función de un líder, concluye el exsecretario de Estado de Richard Nixon y Gerald Ford, “es ayudar a guiar esa elección e inspirar a su gente”.