“Una mamá hace unas semanas me preguntó: ¿Me puedes garantizar en un 100% que si mando a mi hija al colegio ella no se contagiará?”, cuenta Steve VanMatre, director y administrados de colegios en Premont District School, un pequeño distrito escolar al sur de Texas. A su cargo tiene dos colegios, uno de primaria y uno de secundaria, que tuvieron que cerrar el 6 de marzo, pero que pudieron reabrir el pasado 1 de junio. “No puedo garantizar eso. Incluso ni siquiera sin una pandemia, hay tiroteos y esas cosas. Lo que puedo garantizar es que haré todo lo que esté en mi poder para hacer que la situación sea lo más segura posible. Creo que es lo que hemos hecho”, continúa VanMatre.
La situación de este distrito escolar en Texas es una de las pocas en EE.UU., puesto que en la mayor parte del país aún no reabren los colegios y se debate si es seguro hacerlo o no. El temor a la reapertura es latente. Cerca del 40% de las familias de Premont District School cree que no es seguro mandar a sus hijos al colegio en medio de una pandemia. Eso ha permitido adaptar las condiciones de las escuelas para tener clases de máximo 11 estudiantes.
“Cuando llegaron al colegio los alumnos fueron escoltados en fila, manteniendo la distancia hacia sus salas. Una vez dentro de ellas, les dimos a los de primaria unos hula hula para que cuando estuvieran en los pasillos se reforzara la idea del distanciamiento social y les gustó mucho. Llegó a un punto que no querían que su hula hula tocara el de otro niño”, cuenta con satisfacción VanMatre a La Tercera.
En Europa, países como Dinamarca, Noruega y Alemania reabrieron tempranamente las escuelas para los más pequeños a fines de abril e inicios de mayo. Allí no se registró un aumento de contagios asociado a la vuelta a clases y, en general, aplicaron medidas similares. En Dinamarca, por ejemplo, se crearon “burbujas” de estudiantes, es decir, pequeños grupos que hacían todo juntos: llegaban al mismo tiempo, usaban la misma sala de clases y área de juegos, etc.
Francia comenzó una gradual reapertura de sus colegios en mayo, cuando el Presidente Emmanuel Macron permitió que los más pequeños, y de manera voluntaria, pudieran volver a clases. La decisión fue motivada por razones sociales, para evitar que se incrementaran las desigualdades sociales y para velar por la situación de los niños vulnerables. Desde junio que los colegios ya pudieron reabrir para todos los cursos. Las universidades, en tanto, deben esperar al inicio del año escolar en septiembre.
Pierre Bonnefoy es director del colegio Bon Accueil, en Toulon, al sur de Francia, y cuenta que las recomendaciones del gobierno francés para el regreso a clases fueron problemáticas. “Durante la reanudación presencial solo pudimos acomodar a algunos niños ya que las recomendaciones requieren un metro de distancia entre cada niño, y solo pudimos acomodar a la mitad en cada curso. Además, como los docentes no pueden estar al mismo tiempo en clase presencial y a distancia, esto molestó a los padres que preferían mantener a sus hijos en casa”, explica.
De todas formas, el regreso a clases en este colegio francés no se vio tan afectado por las medidas en sí, sino más bien por lo confusas e “inaplicables” que resultaron ser las recomendaciones del gobierno de Macron. Bonnefoy sostiene que recibieron más de 40 notas del Ministerio de Salud con distintas recomendaciones sanitarias. Eso generó que la composición de las clases, la circulación de los pasillos, el plano de la cafetería, etc., tuvieran que ser reorganizados cuatro veces. “Esto desgastó a los equipos y gradualmente nos llevó a ser menos exigentes en términos de respetar las restricciones que se nos impusieron. Las restricciones disminuyeron gradualmente porque no eran aplicables. El protocolo establecido para desplazamientos, clases, cafetería, recreos, era absolutamente delirante”, indica.
En esto coincide Olivier Flipo, director de un colegio en Cergy y dirigente sindical: “Fue complicado porque durante las primeras tres fases el gobierno hizo sus anuncios sin tener en cuenta la realidad sobre el terreno”. Por ejemplo, en la fase 3 el nuevo protocolo incluía el distanciamiento lateral y facial de al menos un metro. “Es imposible de respetar incluso si quisiéramos recibir a todos los estudiantes voluntarios para el retorno, menos aún si fuera obligatorio”, dice.
Algo diametralmente opuesto vivió en Gales Lisa Thomas (40), profesora de galés como segunda lengua en Ysgol Greenhill School, en la ciudad de Tenby. “Al principio estaba muy nerviosa por volver a clases con el virus todavía presente. Regresamos por cuatro semanas antes de las vacaciones de verano”, explica a La Tercera. De un total de 800 alumnos, el plan inicial era tener alrededor de 200, aunque en un principio solo tuvieron 70 niños por día, debido a que era opcional.
Las clases eran de no más de 10 personas para asegurar una distancia de dos metros. Los estudiantes asistían un día a la semana y continuaban con el aprendizaje en el hogar los otros cuatro días. Esa jornada se estableció para “ponerse al día y prepararse”. “Básicamente, estábamos verificando su bienestar, dándoles tiempo con sus grupos sociales y haciendo arreglos por si teníamos que cerrar de nuevo”, explica Thomas. Como resultado de esas cuatro semanas no hubo rebrotes en el colegio. “Si soy honesta, aunque estaba muy preocupada por volver, al final funcionó bien y fue maravilloso ponerme al día con mis alumnos. La prueba será en septiembre”, dice.
En Suecia, eso sí, la crisis sanitaria se ha vivido de una manera completamente distinta a la de sus vecinos. El enfoque de este país ha sido el de la inmunidad de rebaño, con lo que no ha habido importantes medidas de distanciamiento social. De hecho, los colegios para los más pequeños no cerraron en ningún momento. Sí lo hicieron las escuelas secundarias y las universidades. Eva Roxeheim es profesora de la escuela sueca Fribergaskolan, y cuenta que las únicas medidas tomadas en el colegio fueron separar lo más posible las mesas donde se sientan los niños y mantener distancia en la fila de la cafetería. Además, las reuniones de profesores las hacían en salas más grandes de lo normal. “Después de la semana 12 tuvimos que informar en el portal de la escuela lo que estábamos haciendo en clase porque el 25% de los alumnos se quedaba en casa”, cuenta Roxeheim. Además, 32 de los 65 profesores de la escuela estuvieron enfermos en sus casas por una o dos semanas. “Pero a pesar de eso, los pocos profesores que trabajamos nos mantuvimos fuertes”, dice.
El “problema” con las mascarillas
Corea del Sur ha tenido altos y bajos en su regreso a clases. A fines de mayo, el gobierno anunció la reapertura gradual de los colegios, pero al cabo de unos días 200 escuelas tuvieron que ser cerradas por los rebrotes que se generaron en Seúl.
La estrategia recomendada por el gobierno surcoreano consiste en un ingreso de los estudiantes ordenado, por turnos y que pasen por un detector térmico. Durante el día el control de la temperatura se realizaba varias veces al igual que el lavado de manos. Además, los escritorios fueron separados por unas láminas y el uso de mascarillas es permanentemente.
“Las clases no cambiaron mucho, excepto que los estudiantes ya no pueden realizar actividades grupales porque les resulta difícil trabajar juntos mientras permanecen socialmente distanciados. Todo lo demás es lo de siempre, con pausas para desinfectar y sanitizar”, detalla a La Tercera Benjamin Davis, profesor de literatura y escritura creativa en un colegio en Surcorea. En el colegio donde trabaja, como en la mayoría, el regreso a clases fue gradual. Así, los estudiantes de secundaria iban a la escuela una semana, luego los estudiantes de primaria iban la semana siguiente, y así sucesivamente. Además, no todas las salas de clases se pudieron adaptar para recibir a los estudiantes. Entre los requisitos estaba que fueran espaciosas y tuvieran ventanas que pudieran abrirse.
En Japón el ambiente en los colegios retomó ya cierta normalidad, según cuenta Senol Hasan, profesor de inglés en un colegio cerca de Fukushima. “Las clases no han cambiado tanto, aparte del requisito de usar mascarillas o protectores faciales. Tratamos de evitar hacer actividades que requieran que los estudiantes se acerquen demasiado o toquen las mismas cosas, como las tarjetas de vocabulario”, dice Hasan. Por otro lado, en Japón el impacto de las medidas no fue el mismo que en otros países, puesto que allí “los estudiantes suelen estar acostumbrados a usar mascarillas y comportarse de manera ordenada, por eso las cosas han podido volver a ser lo más normal posible”, sostiene. Este profesor califica como positiva su experiencia de regreso a las aulas: “La emoción que los estudiantes me mostraron cuando fui a enseñarles la primera clase tras el regreso fue muy conmovedora”.
Eso sí, algunos profesores dicen que la relación con el estudiante ya no es la misma. “Cuando todos los niños tienen mascarillas, es difícil medir su reacción a las cosas. La enseñanza se basa en una gran cantidad de compromiso de persona a persona. Debido a esto, a veces existe esa desconexión social con el proceso”, dice Davis desde Corea del Sur.
“Cuando enseñas a leer es muy importante la fonética y escuchar los sonidos y ver los labios, con mascarilla no se puede hacer”, comenta Steve VanMatre, en Texas. Para él, la pandemia y la nueva normalidad también han cambiado las dinámicas de enseñanza, sobre todo con los más pequeños. “Es difícil cuando les haces clases a niños de 4-5 años y ellos corren hacia ti con los brazos abiertos y no puedes abrazarlos”, dice.