“Los barrios cristianos de la ciudad han sido en gran parte destruidos. Las personas no tienen dinero ni siquiera para comprar nuevas ventanas o lo que se necesite para reconstruir sus viviendas. No tienen dinero, porque no hay dólares en el país, todo tiene que ser importado, y ahora no hay puerto. Básicamente la gente está abandonada”, cuenta a La Tercera Martin Keulertz, académico en el programa de seguridad de alimentos en la casa de estudios American University de Beirut, que describe la difícil situación que atraviesa la capital libanesa, luego que fuera azotada por dos explosiones el martes, que dejaron al menos 150 muertos y más de cinco mil heridos. Se estima que el 12% aún no puede volver a sus hogares.
Un incendio en el puerto de Beirut -conocido como la “Cueva de Alí Baba” por su corrupción- hizo estallar 2.750 toneladas de nitrato de amonio que se encontraban allí, luego que se confiscara un barco en 2013. Las investigaciones ahora se centran en el personal del puerto y el Presidente, Michel Aoun, aseguró ayer que se enteró de la existencia de la enorme cantidad de explosivos casi tres semanas antes de que estallaran, pero que había ordenado que se tomaran medidas al respecto, aclarando que no tenía autoridad sobre la instalación portuaria.
En una columna publicada por la revista Foreign Policy, el analista Oz Katerji señala que la explosión fue el Chernobyl de Líbano. “Es como un desastre soviético, es el trabajo de una incompetencia inmensa, corrupción endémica y negligencia y su impacto se propagará más allá de la explosión inicial”.
Keulertz concuerda y dice que lo ocurrido en el puerto “es un síntoma de un Estado que ha descuidado sus servicios centrales, no solo es nitrato de amonio, sino que también es la basura que no se recoge, la falta de electricidad, la falta de suministro de agua, falta de alimentos disponibles para las personas, es una falta de divisas, así que básicamente es un síntoma del país donde la elite corrupta ha tomado todos los recursos financieros y ha abandonado todo lo demás, incluyendo sus deberes centrales”.
Faysal Itani, vicedirector del centro de estudios The Center for Global Policy en Washington, a fines de los 90, trabajó cuando era adolescente ingresando datos del puerto durante el proceso de digitalización. “Esto refleja un problema sistémico con las instituciones públicas de Líbano. Están dirigidos y dotados de personal de acuerdo con criterios de afiliación política o sectaria, no de mérito. La corrupción está muy extendida y la ética laboral y la moral son malas. Este parece ser un caso de gran incompetencia y está a la par con la forma en que se manejan otras instituciones públicas”, dice a La Tercera.
En la misma, línea Heiko Wimmen, analista basado en Líbano del centro de estudios International Crisis Group indica que “las redes de influencia política, clientelismo y corrupción que las élites políticas construyeron durante tres décadas han comprometido la rendición de cuentas, el debido proceso y la conducta profesional en todos los niveles”.
¿Cómo Líbano, que fue considerada la perla de Medio Oriente, terminó en esta crisis? El país atraviesa sus peores momentos desde la larga guerra civil (1975 a 1990). Incluso antes de que la pandemia de coronavirus a principios de este año, Líbano parecía encaminarse a un colapso, con cortes de luz de hasta 20 horas diarias, montañas de basura en las calles y largas filas en las gasolineras.
En marzo, Líbano por primera vez en su historia entró en suspensión de pagos de la deuda exterior. El primer ministro, Hasan Diab, reveló que el país arrastra una deuda pública de 170% del PIB. Además, admitió que más del 50 % de la población pronto se encontrará bajo el umbral de la pobreza. En un discurso el 24 de abril, Diab acusó directamente al gobernador del Banco Central libanés, Riad Salame, de la caída libre de la moneda local. El desempleo se sitúa en el 25%.
El 17 de octubre del año pasado una serie de protestas, conocidas como la “revolución por la esperanza”, llevó a la renuncia del gobierno de Saad Hariri en enero, y asumió Diab. Su nombramiento fue acordado por la coalición compuesta por los grupos chiitas Hezbolá y Amal, además del cristiano y aliado Corriente Patriótica Libre, las dos que más escaños ocupan en el Parlamento tras las elecciones de 2018. Luego llegó el coronavirus, que solo ha venido a empeorar la situación económica del país.
Fue en este contexto en el que ocurrió la explosión que destruyó el puerto, que es el corazón de los suministros de Líbano. Itani señala que el país importa cerca de 80% de todos sus requerimientos esenciales, especialmente alimentos, entre lo que se incluye 90% de su trigo. Alrededor del 60% de sus importaciones totales pasan por el puerto de Beirut. “Ahora que el puerto está destruido no hay forma de hacer llegar los alimentos. Por supuesto, tenemos el aeropuerto. Pero esto es más caro y no puedes traer grandes cantidades de cereales, por ejemplo. Ahora se tienen que usar puertos más pequeños, como el de Trípoli en el norte, pero no es suficiente. Lo que Líbano necesita es abrir sus fronteras a Siria. No tienen otra alternativa”, indica Keulertz.
Mientras, la indignación sigue creciendo en la población, que la noche del jueves salió a protestar contra la elite gobernante. “No está claro cómo el país puede pasar de las protestas a un cambio político real, porque las élites gobernantes están muy arraigadas y no hay una alternativa organizada. Además de eso, tienes a Hezbolá como un beneficiario clave del sistema político actual y es poco probable que acepte un cambio real”, dice Itani.
Para Wimmen, se producirán más protestas, aunque no está claro qué dimensiones tendrán, porque los libaneses están muy enojados. “Las nuevas demostraciones podrían salirse de control por completo”, indica. En la misma línea, Keulertz dice que es el momento para la intervención internacional, porque de otro modo Líbano va camino a convertirse en un “Estado fallido”, con serias implicancias para todo Medio Oriente y Europa.