El 26 de octubre de 1967, el teniente coronel John McCain, de 31 años, realizaba su vigésima tercera misión en el norte de Vietnam cuando su aeronave, un caza A4ESkyhawk, fue derribado por un misil de fabricación soviética del tamaño de un poste. El piloto de la Marina estadounidense fue eyectado, saltó en paracaídas y cayó en el lago Trúc Bach en Hanoi, en lo que ahora es una ajetreada zona de la ciudad. Producto del impacto McCain se fracturó una pierna y ambos brazos y desde ese momento nunca pudo levantarlos más allá de su cabeza. Pese a que estaba herido, una turba lo golpeó con bayonetas y posteriormente fue llevado a la prisión Hoa Lò, conocida de manera irónica por los estadounidenses como el "Hilton de Hanoi". Ahí comenzó una nueva pesadilla.
"Nunca me sentí más poderosamente libre (...) que cuando fui una pequeña parte de una organizada resistencia al poder que me encarcelaba", escribió McCain -fallecido el sábado a los 81 años- en sus memorias de 1987, Faith of my Fathers. "Nada es más liberador que luchar por una causa es que es más grande que uno", añadió.
En junio de 1968 sus captores descubrieron que era el hijo del recientemente nombrado comandante en jefe del Pacífico y lo filmaron a modo de propaganda. Luego se enteró que los norvietnamitas decían que tenían al "príncipe heredero".
Poco después de este "descubrimiento", un captor le ofreció liberarlo, según recuerda en su autobiografía. Pero McCain no aceptó: "Los prisioneros americanos no pueden aceptar amnistías o favores especiales. Debemos ser puestos en libertad comenzando por Everett Alvarez, el primer soldado capturado en el norte", dijo. Ante tal atrevimiento 10 guardias lo golpearon en intervalos de dos a tres horas durante cuatro días, hasta dejarlo inconsciente.
Los primeros dos años lo tuvieron en aislamiento. "Lo más importante para sobrevivir es la comunicación con alguien", escribió al recordar su cautiverio. Incluso desarrolló un código para hablar con otro hombre en una celda vecina.
La experiencia en Vietnam fue decisiva en la vida de McCain. De hecho, en una oportunidad al estar agobiado por el dolor físico y las torturas intentó ahorcarse. También "firmó" un documento en el que admitía haber cometido "actos propios de un pirata aéreo" y donde agradecía al pueblo vietnamita por haberlo salvado. "Aprendí en Vietnam que todo hombre tiene su punto de quiebre. Yo había alcanzado el mío", escribió después de haber estado cinco años y medio en prisión.
En conversación con France Presse, el carcelero de McCain rememoró el domingo las largas conversaciones entre ambos. "Le gustaba hablar conmigo sobre la guerra. Bombardear Vietnam fue un crimen de parte de EE.UU., apoyar el régimen de Saigón resultó un error, pero no quería reconocerlo", explicó Tran Trong Duyet, 85 años. "Era tan testarudo, tan determinado, por este motivo me gustaba debatir y discutir con él", dijo. De paso, aclaró que él no lo torturó.
Cuando lo sacaron del régimen de aislamiento, McCain fue clave para el resto de los prisioneros, porque los ayudó a salir del aburrimiento al representar películas clásicas y discutir sobre la historia de las novelas. "Solo teníamos la mitad de los datos correctos, pero John decía que nadie sabía la diferencia. Estábamos muertos de hambre", dijo al diario The New York Times, Orson Swindle, un compañero de celda.
Recién el 14 de marzo de 1973 fue liberado. "No hay forma de describir cómo me sentí mientras caminaba hacia el avión de la Fuerza Aérea", escribió. Al año siguiente volvió a Vietnam para el día nacional de Vietnam del Sur y posteriormente jugó un papel clave en el restablecimiento de las relaciones entre ambos países.
La leyenda de héroe de guerra se amplificó en las primarias de 2000. Durante un acto de campaña una mujer le entregó su placa de identificación militar que le había regalado su padre cuando ella tenía siete años. McCain recibió la placa emocionado hasta las lágrimas. "En prisión me enamoré de mi país", escribió.