Los primeros 30 días tras la caída de Bashar al-Assad en Siria
Mientras la comunidad internacional decide si levanta o no las sanciones a Siria, la población se organiza en estos primeros días sin una dictadura que duró más de 50 años. La reconstrucción de la economía, la búsqueda de los desaparecidos y la esperanza de las minorías, son los temas que más preocupan
La mañana del 8 de diciembre de 2024, el dictador sirio Bashar al-Assad decidió que era el momento de huir de Siria. Y lo hizo tal y como se había mantenido en el poder durante 14 años de guerra civil: de espaldas a su propia población y con la ayuda de sus aliados.
Un Mercedes negro y blindado en una base militar rusa suponía el último rastro del presidente sirio en su país natal.
Los hombres de Hayat Tahrir al Sham habían completado una ofensiva fugaz y sorprendente. En menos de dos semanas, habían salido del enclave que gobiernan en el noroeste del país y se habían hecho sucesivamente con Alepo, Hama y Homs, algunas de las principales ciudades en Siria. Cuando alcanzaron el Palacio Presidencial, miles de sirios -tanto dentro como fuera del territorio- estaban preparados para celebrarlo.
El mismo día que al-Assad partió de Siria, multitud de sirios refugiados en el vecino Líbano se acercaron a la frontera. Sentían curiosidad y entusiasmo y, como a Fadi, Khaled, o Adham, les brillaban los ojos cuando hablaban de regresar a casa.
“Es la primera vez que voy a ver a mis familiares, a mis amigos, a mi hogar. Voy a ver la tierra de mi país. Voy a ver mi aldea, a la que me han prohibido acceder durante 13 años de vida”, indicaba Fadi, quien había estado refugiado en Líbano al igual que Khaled, que decía con emoción: “¡por supuesto! Todos los sirios estamos contentos porque ahora somos libres de nuestro Gobierno”.
“La verdad es que nosotros como individuos de una sociedad, estamos todos igualmente felices. La felicidad de la victoria por supuesto”, aseguraba Adham, que se encontraba con ellos.
La búsqueda en Sednaya
En el interior de Siria, la caída de 54 años de dictadura supuso un cataclismo. Miles de familias se dirigieron a las cárceles del país para buscar sus seres queridos desaparecidos durante la guerra civil.
Más de 100.000 sirios están en paradero desconocido desde hace años, y se cree que el Gobierno desapareció a muchos de ellos. La huida de al-Assad y de sus funcionarios permitió a los nuevos líderes la apertura de las celdas y civiles de todo el país acudieron en busca de respuestas a la cárcel de Sednaya, la más temida de Siria.
Ahmed Burkani, de unos 45 años, buscaba a su hermano pequeño. Burkani habló con RFI a las puertas de Sednaya solo tres días después de la fuga de al-Assad.
“Lo sometieron a torturas y se lo llevaron aquí, a Sednaya. Han pasado ya 11 años. En ese momento era solo un niño de 14 años de edad y nunca supimos nada más de él. Hemos venido aquí a preguntar, pero no hemos conseguido nada”, indicó.
Civiles sin constancia de que sus familiares hubieran sido jamás detenidos en Sednaya se desplazaban a la prisión. Como Raja Abdelrahouf, quien también echa en falta a su hermano. “He venido aquí a buscar a mi hermano. Lo he estado buscando sin parar durante tres días. Lo he buscado en todos los hospitales y no lo he encontrado. 10 días atrás oímos su nombre. Alguien dijo que mi hermano estaba vivo. Pero hemos venido aquí a buscarlo y no lo hemos encontrado”.
Se cree que en Sednaya había miles de presos, pero cuando abrieron las puertas, los islamistas solo se encontraron con 300 detenidos. Ello ha dado lugar a conjeturas sobre posibles ejecuciones masivas y traslado de cuerpos justo antes de la caída del Gobierno.
Abdelrahouf ya no sabe dónde buscar a su hermano y, entre lágrimas, pide ayuda al mundo. “Juro por Dios que no he dejado ningún hospital sin supervisar. Llevo tres días sin parar. Lo pido a todos los Gobiernos. Somos un pueblo al que ha sufrido muchas injusticias. Nos han tratado muy mal. Nos han tratado muy, muy mal. Pido a todos los Gobiernos que nos ayudan a buscar a nuestros niños”.
Grupos como Amnistía Internacional calificaron la cárcel de Sednaya como un “matadero humano”. Fuentes médicas locales aseguran a RFI que sus celdas de 5 x 5 solían encerrar más de 100 presos al mismo tiempo. La cárcel, ubicada en medio de la nada a media hora de Damasco, es todo hedor y oscuridad.
Su apertura también ha liberado los archivos del centro penitenciario. Familias enteras, con personas mayores y niños pequeños, se arrodillan por los rincones mugrientos de la prisión para leer estos documentos y buscar cualquier dato sobre sus desaparecidos.
Algunos de estos registros recogen los nombres de los presos muertos o ejecutados en la cárcel de Sednaya. Multitudes escuchan con inquietud la lectura en alto de estas listas negras.
Más de 300 kms al norte de Sednaya, los residentes de Alepo aún tratan de hacerse a la idea que Bashar al-Assad forma parte de la historia. La mayor ciudad de Siria ha sido el escenario de algunos de los peores episodios de la guerra civil. Como en 2016, cuando la alianza entre al-Assad y la Rusia de Vladimir Putin bombardeó Alepo para arrebatar la ciudad de fuerzas hostiles al Gobierno. Human Rights Watch llegó a denunciar crímenes de guerra y el sitio contra varios distritos del municipio.
Hoy, el mercado que se extiende a los pies de la ciudadela presenta una enorme destrucción y barrios enteros resultan indistinguibles. En los callejones que siguen en pie, algunos mercaderes abren sus pequeños negocios. Aseguran que la llegada de las fuerzas rebeldes a Alepo -al comienzo de diciembre- les hizo temer el retorno de las bombas de al-Assad y de Putin.
“Cuando entraron en Alepo, y teniendo en cuenta los bombardeos que han ocurrido aquí en el pasado, nos asustamos muchísimo. Dos días después, cuando supimos que Hayat Tahrir al Sham y el resto de fuerzas rebeldes se habían desplazado a Hama, nos sentimos aliviados porque supimos que no habría bombardeos en Alepo. Pero al comienzo estábamos aterrados por el recuerdo de los que nos pasó al comienzo de la guerra” señaló Hadi, un vendedor en Alepo.
El Gobierno de al-Assad metió el miedo en el cuerpo de la sociedad civil mediante la mano de hierro. Algunos de los comerciantes con quienes Hadi comparte esquina en el mercado de Alepo han sido torturados. Es el propio Abu Jihad, de unos 55 años, el que se acerca a los micrófonos de RFI para denunciar su paso por las celdas. “Nos dieron una cálida bienvenida con palizas e insultos. Me pusieron en una celda de 3x3 en la que estábamos 25 personas. Lo juro”.
Abu Jihad asegura que estuvo 90 días encarcelado, que le hicieron pasar frías madrugadas de invierno al raso completamente desnudo. Y que a veces, le negaban el acceso al baño durante días, haciendo que se tuviera que orinar sobre sí mismo.
Historias de vejación como la que sufrió Abu Jihad no son difíciles de encontrar en Siria.
La incertidumbre de la transición
La transición desde un poder hacia otro con lleva incertidumbre. Durante los primeros días tras la fuga del presidente, la alegría general por la caída del Gobierno supera con creces las dudas sobre lo que está por venir.
Pero existe un territorio que supone una posible mirada al futuro a lo que le espera a Siria. Se trata de Idlib, el enclave contrario a al-Assad -en el noroeste del país- donde los islamistas de Hayat Tahrir el Sham gobiernan desde 2017. Lo hacen mediante un Gobierno de Salvación que ahora extienden al resto del país. El reto es mayúsculo: Idlib es una sociedad más conservadora y menos diversa que otros territorios en Siria.
Hamza Kidah, residente de Idlib, ha sido parte del Gobierno local y confía que el proyecto triunfe ahora a nivel nacional. “El experimento político en Idlib ha sido exitoso. Quienes pudieron llevar a cabo este proyecto empezando desde la nada, podrán, si Dios quiere, aplicar el Gobierno de Salvación sobre todo Siria. Eso es lo que esperamos”.
Hamza Kidah también indicó que “tras la formación de este Gobierno en Idlib en 2017, se pudieron implementar ahí servicios básicos a pesar de las débiles capacidades de la administración local. Todo ello se hizo a pesar de que Idlib estaba sitiado por los enemigos, de que era atacado por el régimen de al-Assad y de estar económicamente boicoteado”.
En las calles de Idlib, donde cuesta ver mujeres con los cabellos al viento, es fácil encontrar vecinos, como Abdelrahman, que lamentan las condiciones que sufría la población civil bajo el Gobierno de al-Assad. “Nosotros sabemos cómo la población que vivía bajo el régimen de al-Assad sufría una vida miserable. Han ido a la carcel, han sufrido injusticia, han sufrido la falta de libertad de expresión. Aquí, nosotros hemos vivido cómodamente en libertad”, indicó.
Con los pies descalzos sobre la alfombra del interior de la mezquita, Omar reconoce que Idlib no es el cielo. Pero asegura que el territorio, de mayoría musulmana sunita como todo Siria, disfruta de convivencia entre distintos grupos religiosos. “Durante los tiempos del régimen, había opresión y humillación. Había mucha humillación. Ahora, en Idlib, no te digo que no se cometen errores, pero lo más importante ahora es que gracias a Dios tenemos seguridad, tenemos justicia, y todo el mundo tiene sus derechos. Nosotros somos musulmanes sunitas, pero aquí vivimos todos juntos los cristianos, los armenios, los alauitas, y convivimos todas las nacionalidades. No sabemos nada de racismo ni de divisiones. Esto no los quiso imponer el cerdo de al-Assad”, señaló.
Lejos de consideraciones sectarias, uno de los objetivos del Gobierno interino -liderado por Ahmed al Sharaa- es el impulso económico. Las nuevas autoridades en Siria se esfuerzan en decir y hacer aquello que suene bien en los oídos occidentales. El levantamiento de las sanciones internacionales que pesan sobre el país aligeraría la gestión de Gobierno.
“Lo más difícil es la economía. El trabajo no da bastante salario para comprar…”, dice Mohamed Khair al Ghabra, vendedor de perfumes en el mercado de Damasco, quien desea una Siria que salga de la depresión económica. Asegura que mucha gente del país no gana lo bastante para ir al mercado. Y sueña con el regreso de los turistas. “Realmente hace mucho tiempo que no hemos visto ningún turista. Aunque a veces algunos turistas venían a Siria, y cuando los veíamos nos sentimos como ‘oh, Dios mío’, los habíamos echado de menos” contó.
Los turistas no llegan todavía a Siria, pero el fin del Gobierno de al-Assad ya se percibe en el negocio familiar de los al Ghabra. Por delante de la perfumería damascena se pasean civiles sirios llegados desde territorios del país, como Idlib, antes divididos de la capital a causa del conflicto. Ahora, explican, tienen la esperanza que el mundo le pierda el miedo a Siria.
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