A medida que pasan los días, nuevos detalles se van conociendo sobre las tensas horas que siguieron a la disolución del Congreso peruano declarada el miércoles pasado por el entonces Presidente Pedro Castillo, una decisión que terminó por valerle el cargo esa misma tarde. Fuentes de la escolta presidencial contaron a la prensa del país vecino los minutos de tensión en que el mandatario, junto a su esposa e hijos, salieron del Palacio de Pizarro camino a la embajada de México, en Lima.
Esa salida fue ordenada por el suboficial de policía Nilo Irigoín Chávez, amigo y “sombra” de la seguridad personal del expresidente: fueron en dos vehículos “salida reservada”, sin destino declarado a sus superiores. A las 11:42 de la mañana, el mandatario había anunciado, junto con la disolución del Legislativo, el estado de excepción y un toque de queda.
A las 13:20 de la tarde, mientras se hacía evidente el fracaso del “intento de autogolpe” y el Congreso votaba la destitución de Castillo, “el cofre” -vehículo presidencial- salía del Palacio de Gobierno. En el automóvil, además del mandatario estaba su esposa, Lilia Paredes, su hija Alondra y el exprimer ministro Aníbal Torres, todos sentados en los asientos traseros del vehículo.
Según fuentes del Palacio de Gobierno, en cuanto el coronel Walter Ramos, jefe de la División de Seguridad Presidencial, se enteró de esta salida, se comunicó con el general Iván Lizzetti, quien le ordenó “no perder de vista la comitiva”, ya que era necesario saber hacia dónde iba Castillo. Así, Ramos entró a su auto y fue detrás del “cofre”.
En un momento, el chofer le preguntó a Irigoín hacía donde iría el auto ahora, y al consultarle a Castillo, este respondió: “¡A la embajada de México!”, contaron las fuentes de la escolta presidencial al diario peruano La República.
Siguiendo la comitiva desde atrás, el coronel Ramos se dio cuenta de la situación y habría dicho: “¡Uy, se va a quitar! Si el Presidente Castillo se mete en la embajada, ¡los que van a ir a la cárcel somos nosotros!”. El coronel llamó entonces al general Lizzetti, y le preguntó: “Mi general, ¿qué hago? ¡El hombre se va a la embajada de México!”.
El general le dijo que consultaría, que esperase mientras. “En esos momentos, el coronel Walter Ramos no sabía qué hacer, si detenerlo o no, porque aún no tenía el respaldo de la institución. Además, estaban demorando. ¿Qué pasaba si detenía al Presidente Castillo y las Fuerzas Armadas apoyaban el cierre del Congreso? El que se iba preso era el coronel Ramos. El coronel Ramos se la jugó”, agregó otra fuente que estuvo en el lugar.
Pasaron esos minutos, en que Ramos llamó una y otra vez al general Lizzetti, hasta que este le respondió: “¡Detenlo, detenlo!”. Finalmente, el coronel y su chofer consiguieron adelantar la comitiva presidencial, ordenando que uno de sus móviles le cerrara el paso al “cofre”. Ahí, Ramos finalmente advirtió a Irigoín y las otras “sombras del presidente” de que Castillo estaba detenido por orden de la fiscalía.
Según la fuente, mientras todo esto ocurría, Lilia Paredes le habría dicho a su esposo: “¡Pero, qué has hecho, Pedro! ¡Por qué lo has hecho!”. En tanto, Castillo, señalan los testigos, mantuvo su mirada fija al frente, quedándose callado.