Extenuados y abrumados, miles de mujeres y niños, pero también presuntos combatientes del Estado Islámico, salen del último reducto de los yihadistas en Siria. Hace días que las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), que llevan a cabo una ofensiva contra los yihadistas, prometen que las evacuaciones llegan a su fin. Pero cientos de personas siguen saliendo a diario de lo que queda del último bastión del EI, en el extremo este de Siria.
Las mujeres llegan hacinadas en camiones a una posición de las FDS situada cerca del pueblo de Baghuz, donde los yihadistas están atrincherados. Las revisan. Luego ellas se sientan en el suelo, con niños enclenques y sucios agarrados a sus niqabs negros cubiertos de polvo.
Cada vez hay más hombres. En camillas, apoyados en muletas, con vendas en la cabeza, en los tobillos. Los sospechosos de pertenencia al EI son detenidos. Las fuerzas de la coalición internacional liderada por Washington, que apoya a los combatientes kurdos y árabes de las FDS, supervisan el proceso.
Las mujeres se abalanzan sobre la ayuda distribuida: agua, pan, leche, pañales para los bebés que lloran, algunos de apenas unos meses de vida. Y hay muchos.
Esto es lo que queda del "califato" autoproclamado por los yihadistas en 2014 en un extenso territorio de Siria y de Irak del que formaban parte grandes ciudades. Este proto Estado, tan grande como Reino Unido, se quedó en un pequeño reducto en un pueblo.
Una mujer que arrastra un saco lleno a rebosar pide agua. Deja de hacerlo en cuanto ve en el suelo una botella medio llena, de la que bebe de un tirón. "Estábamos asediados (...) bebíamos agua sucia", cuenta.
Solo el martes, unas 3.500 personas, entre ellas 500 yihadistas que se rindieron, salieron de este reducto del EI, afirman las FDS. "Era horrible. Había bombardeos, francotiradores emboscados", dice Um Munes, rodeada de niños.
"Intentábamos escondernos bajo las carpas para no ser alcanzadas por las balas (...), estábamos abandonados a nuestra suerte", añade.
"Era un desastre", asegura una mujer originaria de Irak que rechaza dar su nombre. "Los autos salían disparados y las casas quedaban destruidas. Había niños y mujeres carbonizados en las calles" por los bombardeos, dice. "Lo juro por Dios, los he visto".
Una vez revisados e interrogados se les envía a un campo de desplazados. "Se acabó", resume Mahmud, un adolescente de 13 años de la ciudad siria de Alepo mientras se dirige a un camión que lo llevará a un campo de desplazados. "No queda nada que se llame Estado Islámico", concluye.