Hay un episodio que define muy bien la personalidad de Luis Arce, quien el domingo logró ganar en primera vuelta las elecciones presidenciales en Bolivia: a pesar de las extensas jornadas laborales cuando ejerció como ministro de Economía (2006-2016 y 2019), el futuro Presidente boliviano no solo le daba clases de economía a Evo Morales en sus “tiempos libres”, sino que no interrumpió su labor como docente en la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). También, hasta antes de la suspensión de clases debido a la pandemia, dictaba la cátedra de Economía Monetaria I dos veces a la semana durante su hora de almuerzo. Por eso, muchos en Bolivia consideran a Arce como un profesional competente y muy comprometido con sus labores.

Con entre un 51% y 53%, Arce (La Paz, 57 años) se impuso al expresidente Carlos Mesa (30%) y para sorpresa de muchos, evitó una segunda vuelta. Arce, que cultiva el bajo perfil, es considerado en Bolivia como el cerebro del sostenido crecimiento económico que sostuvo el país en los mejores años de la era de Evo (2006-2019). Gracias a los hidrocarburos, al ahorro y la estabilidad, el país llegó a crecer un 5,5% en 2014. A su vez, la pobreza bajó a 34,6%, entre 2006 y 2019. Con esos pergaminos, Arce se presentó como el candidato del Movimiento Al Socialismo (MAS), el partido de Morales.

En apenas un año Bolivia ha sufrido rutas traumáticas. A la renuncia de Evo Morales luego de las cuestionadas elecciones de 2019 en las que pretendía reelegirse por tercera vez consecutiva para gobernar hasta el año 2025, se sumó la pandemia, con una gestión del gobierno interino de Jeanine Áñez muy criticada, con hechos claros de corrupción, como la venta de ventiladores con sobreprecio. Eso, además de conflictos diplomáticos con México, España y Argentina.

Las posiciones adoptadas por el gobierno interino de Áñez explican de alguna manera el apoyo al MAS en las urnas. Áñez intentó borrar de un plumazo varios aspectos de la gestión de Evo Morales, polarizando aún más a la sociedad boliviana al excluir y menospreciar al electorado masista. Además, en vez de concentrarse en gestionar una transición en paz, quiso extender su mandato al presentarse ella misma como candidata, aventura a la que pronto renunció por falta de apoyo.

Pero también el triunfo del MAS tiene su raíz en las propias divisiones de la centroderecha boliviana. Luis Fernando Camacho, dirigente de Santa Cruz, obtuvo un 14%, pero de paso impidió que Mesa obtuviera una votación mayor para forzar una segunda vuelta. También influyó el hecho de que en una época de crisis y pandemia -lo que obligó a suspender en dos ocasiones los comicios-, la mayoría se volcacara por un rostro probado en materia económica, como el de Luis Arce.

¿El triunfo de Arce es una reivindicación para la figura de Evo? Sí y no. El MAS no se entiende sin la presencia de su caudillo, aunque esté autoexiliado en Buenos Aires y enfrente acusaciones de supuesta sedición, terrorismo y una presunta relación con una menor de edad. Sin embargo, Arce superó el 47% que consiguió el exmandatario en sus cuestionadas elecciones de 2019 e igualó la histórica votación que consiguió Morales en 2005 (53%), cuando se convirtió en el primer indígena en ganar la Presidencia en Bolivia.

Arce gobernará en el corto plazo con el fantasma de Evo acechando su espalda, aunque en el mediano plazo su propia gestión dirá si tomó un camino propio o si será un mero “títere” de Evo Morales como sostienen sus detractores. Arce bien podría terminar convertido en una suerte de Lenin Moreno, que rompió de manera brutal con Rafael Correa, u optar por la ruta kirchnerista, con Alberto Fernández y Cristina Kirchner codo a codo en la Presidencia.