“Henry Kissinger fue uno de los secretarios de Estado más destructivos en la historia de este país. No es mi amigo”. Con esa frase, el entonces precandidato presidencial demócrata Bernie Sanders inició su sorpresiva arremetida contra su principal contendora, Hillary Clinton, en el debate que ambos protagonizaron en Milwaukee, en febrero de 2016. “¿A quién escuchas en política exterior? Todavía tenemos que saber quién es”, retrucó la ex primera dama en esa oportunidad. Y es que nadie veía su figura con indiferencia: a Kissinger se le amaba o se le odiaba.

Asesor de seguridad nacional y luego secretario de Estado en los gobiernos de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford, Kissinger era considerado por sus partidarios, según The New York Times, “como un gran estadista cuyas audaces iniciativas pusieron fin a la guerra de Vietnam, reforzaron la paz mundial y ayudaron a restablecer el poder estadounidense en una era de declive nacional”. Para sus detractores, en cambio, no era más que un “cínico inmoral que protegió a los dictadores y permitió matanzas espantosas en tres continentes”. Como fuera, la figura de quien es considerado el diplomático estadounidense más importante en el siglo XX de seguro seguirá dando de qué hablar tras su muerte, ocurrida el miércoles en su hogar en Connecticut, a la edad de 100 años.

Para el autor de la biografía Kissinger (2005), Walter Isaacson, esta permanente búsqueda del poder tiene sus raíces en la infancia del niño judío Heinz Alfred Kissinger, nacido en la ciudad alemana de Fürth, cercana a Nuremberg, en 1923. El sintió la discriminación y el antisemitismo. Según detalla el libro La saga Kissinger (2009), con apenas 10 años recibió una paliza a manos de un grupo de camisas pardas. A partir de entonces, las agresiones se sucedieron. Durante años, ya establecido en Nueva York, mantuvo la costumbre de cambiarse de vereda cada vez que un grupo de jóvenes avanzaba hacia él.

El Presidente Richard Nixon junto al vicepresidente Gerald Ford, el secretario de Estado, Henry Kissinger, y el jefe de gabinete, Alexander Haig, Jr.

La muerte de 13 de sus familiares en las alambradas obligó a la familia de Kissinger a escapar de Alemania en 1938, apenas tres meses antes de la Noche de los Cristales Rotos. Embarcados hacia Londres, llegaron poco después a EE.UU. Se instalaron en Washington Hights, barrio del norte de Manhattan. Allí sus padres ayudaron a Henry para que compatibilizara un oficio, empleado en una fábrica de brochas para el afeitado, con sus estudios, primero en el George Washington High School y luego en el City College de Nueva York, donde estudiaba para contador, siguiendo los pasos de su padre.

Naturalizado como ciudadano estadounidense en junio de 1943, Kissinger sirvió en la Armada. Como recluta regresó a Alemania para combatir en la II Guerra Mundial. Lo hizo como intérprete del Cuerpo de Inteligencia Militar. De vuelta en EE.UU. se formó como historiador y politólogo en la Universidad de Harvard, institución en la que luego enseñaría. En Kissinger: 1923-1968: The Idealist (2015), primer volumen de su biografía autorizada del ex secretario de Estado, el historiador británico Niall Ferguson lo presenta como un joven estudiante que forjó en Harvard su visión del mundo de la mano de profesores como William Yandell Elliott. Este docente contribuyó a sacar a la superficie las cualidades de un joven que, en los años posteriores a la II Guerra Mundial, no se caracterizaba por su sociabilidad, afirma.

Sus cargos académicos y sus conexiones políticas lo llevaron luego a formar parte del Partido Republicano. Deseoso de tener una mayor influencia en la escena política, Kissinger fue partidario y asesor de Nelson Rockefeller, gobernador de Nueva York, que buscó la nominación para Presidente en 1960, 1964 y 1968. Sin embargo, obtendría su tan anhelado ascenso político, con “el candidato más improbable” de ese partido: Richard Nixon.

Convencido de las habilidades de Kissinger, Nixon lo nombró asesor de seguridad nacional. Se convirtió así en el consejero más cercano del Presidente, si bien eran conocidos los desencuentros entre ambos. “Kisssinger se las ingenió para sobrevivir a las muchas sangrías ocurridas en la Casa Blanca ocurridas durante la administración de Nixon… Sobrevivió porque se afianzó en tantas áreas de la estructura política que eliminarlo habría llevado al caos”, según explica Robert Greene en su libro The 48 Laws of Power.

Incluso, en vísperas de su dimisión en agosto de 1974, acorralado por el escándalo de Watergate, Nixon le recomendó a su entonces vicepresidente Gerald Ford que no se deshiciera de su colaborador una vez que lo sucediera como nuevo inquilino de la Casa Blanca. “Mantén a Kissinger”, la habría dicho. “El y yo trabajaremos juntos en la búsqueda de la paz como hemos trabajado para lograrlo en el pasado”, dijo Ford tras anunciar que confirmaría a Kissinger como secretario de Estado, la primera designación que hizo el día previo a asumir como nuevo Presidente.

El Presidente de EE.UU., Donald Trump, se reúne con Henry Kissinger en la Casa Blanca en 2017. Foto: Reuters.

Vietnam, Allende y Mao

Al mismo tiempo que intentaba encontrar una salida para la Guerra de Vietnam, establecía la Détente con la Unión Soviética y delineaba una relación estratégica con a China, reforzando el peso de la diplomacia. Pero no todos coinciden en que la búsqueda de la paz fue precisamente el objetivo central de Kissinger. Su rol en oscuras operaciones durante la Guerra Fría contribuyó a su lado más polémico. Se le responsabiliza por, ejemplo, en los bombardeos secretos contra Laos y Cambodia en 1969. En su libro Making the Future, el intelectual norteamericano Noam Chomsky afirma que en Vietnam, Laos y Cambodia los soldados norteamericanos seguían las indicaciones de Kissinger para “destruir todo lo que vuela y todo lo que se mueve”.

También se le adjudica responsabilidad en el asesinato de 500.000 personas en Bangladesh en 1971 tras el golpe de Estado del general Yahya Khan, armado y respaldado por Washington; en acciones como el Plan Cóndor, para desestabilizar gobiernos latinoamericanos y apoyar golpes de Estado como el de Chile en 1973 (“No veo por qué tenemos que esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la irresponsabilidad de su propio pueblo”, comentó sobre el gobierno de Salvador Allende), o la invasión indonesia a Timor Oriental, que resultó en la masacre de más de 200.000 personas.

En su libro The Trials of Henry Kissinger, el escritor angloestadounidense Christopher Hitchens presentó pruebas contra Kissinger por ser el autor de la prolongación de guerra en Vietnam tras descalificar las conversaciones de Paz en Paris en 1968. Con todo, Kissinger recibió el Premio Nobel de la Paz en 1973, a sus 50 años, junto a su contraparte en las negociaciones para terminar la Guerra de Vietnam, Le Duc Tho. El asiático, consecuente, rechazó el honor, entre otras razones porque la guerra no había terminado (recién sucedió en 1975). No así el secretario de Estado norteamericano. La decisión fue tan controvertida que dos miembros abandonaron el comité en señal de protesta.

Pero a la luz pública, los acercamientos que Kissinger logró con China, al viabilizar el histórico encuentro entre el líder de la revolución cultural china, Mao Zedong, y Nixon, elevaron su fama mundial. Aún como asesor de seguridad nacional, Kissinger realizó dos visitas a China, en julio y octubre de 1971, que allanaron el camino para la posterior cita de los dos mandatarios. Aquel primer acercamiento entre Washington y Beijing es recordado como uno de los movimientos de la Casa Blanca para presionar y ganarle terreno a su gran rival de aquel entonces: la Unión Soviética. Este logro le valió a Kissinger ser nombrado junto a Nixon hombre del año en 1972 por la revista Time. Y en 1973 ser escogido como la persona más admirada en EE.UU., según un sondeo de Gallup. Finalmente China y EE.UU. normalizarían sus relaciones en 1979, con Mao ya fallecido y Nixon y Kissinger lejos de sus altos cargos.

“No era el Machiavello o el Bismarck norteamericano, que me habían llevado a esperar de él los libros anteriores”, dijo Ferguson sobre Kissinger, en una entrevista con CNN en 2015.

Aunque después de renunciar a sus funciones públicas en 1977, con sólo 53 años, ningún Presidente lo nombró para un cargo relevante en el gobierno, Kissinger se las arregló para permanecer vigente hasta sus últimos días. Independiente de su afiliación política, todos los mandatarios –desde Nixon a Trump- escucharon e incluso aplicaron muchos de sus consejos. El experimentado diplomático y académico se mantuvo activo además con la publicación de libros y dando charlas a lo largo del mundo. Según Hitchens, Kissinger aún era invitado a alguna que otra fiesta, simple y sencillamente porque su presencia producía frisson (escalofrío en francés), “el auténtico toque del poder impenitente y en crudo”.

Kissinger, junto a Gerald Ford, saluda a Mao Tse-Tung en Beijing, en 1975.