"Solo Dios, quien me nombró, me eliminará. ¡Solo Dios me eliminará!", vociferó el expresidente de Zimbabwe, Robert Mugabe, en 2008, durante las elecciones presidenciales de ese año. Pero el destino quiso algo muy distinto para el mandatario más longevo del mundo, que falleció esta madrugada a los 95 años, dos años después de dejar el poder que ocupó durante 37 años, En Singapur, lejos de su Zimbabwe natal.

El controvertido ex dictador africano -quien murió tras un tratamiento médico por causas desconocidas- dimitió en 2017 tras un golpe de Estado encabezado por el Ejército y el actual Mandatario de ese país, Emmerson Mnangagwa, además de una fuerte presión de parte del partido que él mismo fundó, la Unión Nacional Africana de Zimbabwe (Zanu). Con ello, Mugabe tampoco pudo asegurar, como él quería, la sucesión al poder de su esposa 41 años menor, Grace Mugabe.

El legado de Mugabe divide a los zimbabuenses, ya que para sus partidarios siguió siendo hasta su muerte un líder venerado que marcó el comienzo de la independencia del país después de poner fin a un gobierno de minoría blanca. Pero para sus críticos, Mugabe representaba la caricatura de un dictador que oprimió duramente a sus oponentes y arruinó a su país económicamente, para quedarse en el poder.

Un "héroe"

Un héroe de la independencia prometía ser Mugabe cuando llegó al poder en 1980, garantizando principalmente un reparto más equitativo de la riqueza. Así, tomó las riendas del país tras el fin de la antigua Rodesia, colonia británica gobernada por una minoría blanca, con un discurso de unidad y reconciliación.

Pero antes de eso, su figura ya hacía eco en Zimbabwe. En 1964 fue encarcelado sin juicio durante más de una década, después de criticar al gobierno de Rodesia. Una vez en prisión, continuó su activismo político y sus estudios, y obtuvo títulos universitarios en Educación, Economía, Administración y Derecho. En 1973, estando tras las rejas, fue elegido como presidente de su partido Zanu.

Una vez libre, se dirigió a Mozambique, desde donde lideró las incursiones guerrilleras a Rodesia. Y para las primeras elecciones de la república independiente de Zimbabwe en 1980, obtuvo una abrumadora victoria y se convirtió en premier, cargo que en 1987 se reemplazó por el de Presidente. Sus discursos atrevidos, antiimperialistas y "valientes" le jugaron a su favor.

Sin embargo, la figura de héroe se fue desdibujando con el tiempo. Mugabe comenzó a tener reputación de ser un líder "fuerte", todopoderoso, y que reprimía con mano dura a sus opositores. El exmandatario fue acusado de recurrir en repetidas ocasiones a fraudes electorales para perpetuarse en el poder. Para las elecciones de 2008, se desató una ola de violencia tras el asesinato de al menos 200 seguidores del opositor Movimiento por el Cambio Democrático (MDC). Por otro lado, la matanza de casi 20.000 personas de la minoría Ndebele en el año 1983, y los asesinatos de Gukurahundi contra sus adversarios políticos entre 1983 y 1987, entre otros episodios, le forjaron la imagen de un muy temido líder africano.

Sus políticas de línea dura también llevaron a que la floreciente economía del país se desintegrara, sobre todo después de un programa de incautación de tierras de agricultores blancos. Con ello, la producción agrícola se desplomó y la inflación se disparó. La Zimbabwe que heredó Mugabe era próspera y se le conoció incluso como "la joya de África". Per tras 37 años de gobierno, la economía del país es una de las más precarias del mundo. A enero de este año, Zimbabwe se convirtió en la nación con la gasolina más cara del planeta.

En 2017, Mugabe fue puesto bajo arresto domiciliario y obligado a renunciar. En ese momento, las calles se inundaron de celebraciones. Hoy la situación es algo distinta. Su figura de líder que llegó a la cima como un héroe de la independencia contrasta fuertemente con la de un tirano que dejó como "legado" un profundo caos económico. Mnangagwa, quien alguna vez lo sacó del poder, lo declaró como un "héroe nacional".