A Viktor Orban el título de converso le queda chico. En 1989, ante el inminente colapso de la Unión Soviética, era un joven idealista de pelo largo al que le bastó un discurso de menos de 10 minutos en el centro de Budapest para exigir el retiro de las tropas soviéticas y elecciones libres en Hungría. En ese entonces Orban tenía 26 años y había estudiado Derecho, a pesar de que lo que realmente quería ser era futbolista profesional. Con el paso de los años, su férrea defensa de la democracia, su simpatía con las ideas progresistas y su ateísmo, los cambió -según sus críticos- por la autocracia, el conservadurismo y el catolicismo. Hoy su figura es despreciada por los líderes más importantes de Europa al punto que el Parlamento Europeo abrió esta semana un procedimiento contra Hungría por dañar la democracia y las normas regionales.
Orban es el hombre fuerte de Hungría desde 2010, cuando fue electo primer ministro, cargo que también ocupó entre 1998-2002. A ojos de sus mayores antagonistas, como la canciller alemana Angela Merkel, el gobernante húngaro se ha desviado de la ruta democrática y de los "valores" de la UE. Esto, principalmente debido a su durísima política antiinmigración. En 2017, 3.350 personas solicitaron asilo en Hungría pero se tramitaron apenas 100. Hasta el año pasado, el país registraba 1,3 migrantes por cada mil personas, mientras que en Italia son 3,7.
A juicio de Orban, las medidas contra su país responden a una "venganza" y advirtió que no cederá ante ningún "chantaje". "Hay una invasión de inmigrantes, hay que enviarlos de vuelta", dijo en junio. "Nunca permitiremos que Hungría se convierta en un país objetivo de los inmigrantes. No queremos minorías con culturas y antecedentes diferentes entre nosotros. Queremos mantener a Hungría como Hungría", advirtió.
"Desde su llegada al poder Orban ha utilizado su mayoría parlamentaria para presionar a tribunales, medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales de una manera que sus opositores dicen que viola las normas de la UE", señaló Reuters. "Orban representa la línea dura antimigración, crítica con la UE y autoritaria, símbolo de la ola populista de derecha en Europa", agregó, a su vez, France Presse.
Precisamente el discurso de Orban ha alimentado a las formaciones de la derecha populista europea. Y es más. Pese a que en su momento fue muy crítico de Moscú, ahora se convirtió en aliado de Vladimir Putin, el mayor adversario de la Unión Europea.
Orban no se anda con cuentos. No tuvo problemas para aliarse con Putin y tampoco los tuvo para renunciar en su juventud a la causa que abrazó su padre comunista. Se dice que la propaganda marxista a la que fue sometido durante su servicio militar lo llevó a odiar al comunismo.
Fútbol, fútbol, fútbol
Viktor Orban nació en mayo de 1963 en Szekesfehervar, una ciudad a 60 km. al sur de Budapest. De acuerdo con la BBC, "de niño fue un alumno brillante y un talentoso futbolista". De hecho, jugó de manera semiprofesional en el club de tercera división Felcsút FC. Era un delantero con talento.
Ya como primer ministro, Orban convirtió su pasión futbolera en una disciplina deportiva subvencionada por el Estado. Así, mandó a construir un lujoso estadio de 3.500 asientos en su pueblo de 1.800 habitantes. Para ir a los partidos, sólo debe cruzar la calle, ya que su casa se encuentra frente al recinto deportivo. El estadio fue bautizado como Pancho Arena, en honor a Ferenc Puskás, leyenda del fútbol y la mayor estrella húngara que brilló en los 50. Pero también Orban transformó su fanatismo por el fútbol en un millonario negocio.
Durante su gestión el primer ha ocupado la disciplina que tanto le gusta del fútbol, con lo que aprendió de las sociedades civiles cuando estudió en Oxford. Eso le sirvió para que su partido, el conservador y ahora euro escéptico Fidesz-Unión Cívica Húngara, se transformara en el mayor conglomerado político del país.
Tras alcanzar el poder en 1998, lo perdió de manera sorpresiva frente a los socialistas en 2002. Cuatro años después volvió a ser derrotado pero recuperó lo perdido en 2010. Desde entonces, se ha aferrado a su cargo y no parece probable que dé un paso al costado.