Allí vive la minoría étnica uigur, un pueblo de religión musulmana que está cultural y étnicamente más cerca de las naciones de Asia Central que de China.
Según explica John Sudworth, corresponsal de la BBC en China, la policía local tiene cada vez más autoridad sobre esta región en la que la población está obligada a someterse a un análisis de ADN, y a entregar sus celulares para que se investigue si han consultado páginas de contenido religioso o sitios de internet vetados.
Ahora, dice el corresponsal, el gobierno ha extendido una red de campamentos de detención secretos en los que mantiene encerrados a miles de uigures sin mediación de ninguna clase de juicio.
En estos campos el gobierno encierra a las personas sospechosas de ir en contra de los mandatos del gobierno o a quienes considera "políticamente inestables".
Las condiciones allí son infrahumanas.
De acuerdo a un informe reciente de Radio Free Asia, una organización respaldada por Estados Unidos que ha producido algunos de los informes más detallados sobre esta región a la que la prensa extranjera tiene escaso acceso, el número de detenidos asciende a 120.000.
"Donde sea que vayamos en Xinjiang, nuestro equipo de filmación ha sido molestado, detenido, monitoreado y seguido de cerca", explica Sudworth.
Un informe de la ONG Human Rights Watch explica que los centros de detención están ubicados en edificios gubernamentales reformados, como por ejemplo antiguas escuelas, o en instalaciones especialmente construidas con este propósito.
"Mejor que las maten"
Sudworth logró hablar con Abdurahman Hassan, un uigur que, al igual que muchos otros, huyó a Turquía.
Su esposa y su madre se encuentran en uno de estos "campos de reeducación", y el paradero de sus hijos es desconocido.
"Desde muy temprano por la mañana hasta muy tarde por la noche, solo les permiten sentarse en una silla muy dura. Mi pobre madre tiene que soportar este castigo todos los días", le dice Hassan a la BBC.
"El único crimen que ha cometido mi mujer es haber nacido uigur. Por esta razón ella vive en un campo de reeducación, donde debe dormir en el suelo".
"Yo no sé si están vivas o muertas".
"No puedo soportar que mi madre y mi esposa estén siendo abusadas hasta la muerte por el gobierno chino", dice Hassan.
"Mejor mátenlas de un tiro. Yo pagaré por las balas".
China argumenta que atentados ocurridos en el pasado justifican estas medidas de seguridad, ya que la amenaza del terrorismo islámico es real.
El Estado policial inspira temor en la gran mayoría, que no se atreve a expresar su opinión sobre la situación, pero también, argumenta Sudworth, está generado resentimiento.
Un resentimiento que, justamente, es el que China pretende aniquilar.