El papa Francisco llegó este viernes a Rumania, donde se quedará tres días, para reiterar su voluntad de diálogo con los ortodoxos, pero también para recordar la represión soviética y mostrar su cercanía con el pueblo gitano.
Francisco fue recibido en el aeropuerto de Bucarest por el presidente rumano, Klaus Iohannis, un proeuropeo de confesión luterana, que la víspera había mostrado su satisfacción por la reunión de "cristianos ortodoxos, católicos romanos y greco-católicos" en su país.
"Rindo homenaje a los sacrificios de tantos hijos e hijas de Rumania que enriquecen con su cultura, su idiosincrasia y su trabajo, los países donde emigraron y ayudan con el fruto de su empeño a sus familias que quedaron en casa" dijo el pontífice argentino tras su entrevista con Iohannis en el palacio presidencial.
Francisco celebró a continuación una misa conjunta con el patriarca ortodoxo Daniel en una catedral de la capital.
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El papa Francisco en su encuentro con el patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana Daniel. EFE[/caption]
Ambos rezaron en la nueva catedral ortodoxa de la capital, uno en latín y el otro en rumano, pero no estaba prevista ninguna otra aparición juntos en público, lo que algunos observadores interpretan como una señal de desafío de la Iglesia ortodoxa rumana al líder de los 1.300 millones de católicos del planeta.
"Vengo como peregrino y hermano", anunció el pontífice argentino en un video al pueblo rumano enviado la víspera.
Se trata de su 30º viaje al exterior en seis años de pontificado y se realiza 20 años después del que llevó a cabo Juan Pablo II, el primer pontífice que visitó un país de mayoría ortodoxa.
Francisco recorrerá en tres días buena parte de Rumania, un país de 20 millones de habitantes y compuesto por un mosaico de religiones y lenguas, con 18 minorías oficialmente reconocidas.
El sábado, el papa visitará el santuario mariano de Sumuleu Ciuc (centro), frecuentado principalmente por la minoría húngara, así como Iasi (noreste), el mayor centro de católicos latinos y, por último, el domingo, Blaj (centro), sede de la iglesia greco-católica.
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El papa Francisco sostiene un cuadro de san Andrés junto al patriarca de la Iglesia ortodoxa rumana Daniel durante su visita a la nueva catedral ortodoxa, este viernes en Bucarest (Rumanía). EFE[/caption]
Un reto para el papa
"El reto del papa es el de demostrarle a la comunidad ortodoxa que la iglesia de Roma no quiere latinizarla" explicó a la AFP el obispo Pascal Gollnisch, director general de la Obra de Oriente.
"La unidad que se busca no es institucional, no pretende reunir a todos los cristianos bajo la etiqueta de católicos, sino que todos se reconozcan como cristianos", añadió.
Francisco recorrerá el viernes las calles de Bucarest en un papamóvil hasta una catedral católica, donde oficiará una misa al final del día.
Situada entre Europa oriental y occidental, Rumania estableció relaciones diplomáticas con la Santa Sede en 1920, pero los vínculos se rompieron después de la Segunda Guerra Mundial, con la llegada de los comunistas al poder.
En la actualidad, el 85% de la población se declara ortodoxa y el 7% católica, cerca de 1,4 millones de fieles, que incluyen a los 200.000 que pertenecen a la Iglesia greco-católica o uniata.
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A partir de 1948, esa comunidad minoritaria se integró en la Iglesia ortodoxa y desapareció oficialmente. Varios sacerdotes y fieles fueron encarcelados y algunos ejecutados. Sin embargo, muchos conservaron sus ritos en secreto hasta el derrocamiento del líder comunista Nicolae Ceausescu en 1989, quien manejó con mano de hierro el país.
Para honrar la memoria de esa Iglesia, el papa beatificará el domingo en Blaj a siete obispos uniatas, que fueron detenidos y torturados por agentes del régimen comunista en 1948 y murieron en total aislamiento.
Otro momento importante será la misa del sábado en el santuario de Sumuleu Ciuc, en Transilvania, ante unas 200.000 personas, acontecimiento que es percibido por las autoridades locales como un reconocimiento de la identidad húngara de esta región con veleidades autonomistas.
El papa completará su viaje con una visita a la comunidad romaní, el pueblo gitano, que reside en el distrito de Barbu Lautaru de Blaj.
Allí será recibido por un sacerdote greco-católico perteneciente a ese grupo étnico, que sufre diversas discriminaciones en toda Europa.