En el discurso oficial de los dirigentes chinos, las referencias a esta enorme arma de la diplomacia económica son cada vez más escasas. Sin embargo, los proyectos son reales. Participan unos 150 países. Se han inyectado unos 3,5 billones de dólares desde 2017, tres veces más que gigantesco plan estadounidense para infraestructuras propuesto por Joe Biden. Dada la escala de la red, es difícil que Beijing se retire de repente. China necesita ahora recuperar su inversión. En primer lugar, necesita que se le reembolse el dinero que prestó. Pero los tiempos han cambiado, la promesa de una asociación beneficiosa para todos se ha desvanecido con el aumento de nuevos riesgos económicos y las fuertes críticas de los países afectados.
Los países beneficiarios están al borde de la quiebra por el sobreendeudamiento provocado por las “rutas de la seda”
El incumplimiento más dramático se da en Sri Lanka. La población, privada de todo, se ha rebelado contra el gobierno. También Pakistán tiene unas finanzas precarias, acuciadas, entre otras cosas, por la deuda vinculada a las “rutas de la seda”. Muchos otros países se han visto debilitados por estos proyectos faraónicos iniciados por Beijing. Una cuarta parte de los Estados miembros de las “Rutas de la Seda” se encuentran bajo tensión financiera. Inicialmente, al desempeñar el papel de acreedor del mundo emergente, China encontró una salida providencial para convertir su superávit comercial con Estados Unidos y limitar así la subida de su yuan. Pero la aparición de Covid y las dificultades económicas que la acompañan han frenado los proyectos. Las dificultades de reembolso se multiplican, lo que supone un gran problema para los países endeudados, pero también para China, que intenta recuperar su dinero.
La segunda crítica recurrente es que estas infraestructuras, que se supone deben acelerar el desarrollo, no siempre cumplen sus promesas
A veces el trabajo está inacabado. Es el caso de la línea de ferrocarril que debe unir Mombasa, en Kenia, con Uganda. Beijing se niega a financiar el último tramo de 300 kilómetros. Además, este nuevo modo de transporte es caro y, por tanto, no se utiliza para el transporte de mercancías. A veces, estas infraestructuras no se corresponden con ninguna necesidad real o no han conseguido crearla. Es el caso del aeropuerto internacional construido en Sri Lanka o del puerto de Hambantota, que los buques de carga ignoran. El reembolso de préstamos para estructuras que no se amortizan es una carga insostenible, por lo que muchos países están renegociando o rescindiendo acuerdos. Es algo que se ha visto en Indonesia, Malasia, Nepal y Bangladesh.
¿Estos contratiempos ponen en duda la durabilidad de las “Rutas de la Seda”?
Xi Jinping tejió su red por razones económicas internas. Su objetivo era facilitar el comercio mediante la búsqueda de nuevas salidas y la apertura de las provincias orientales. En este sentido, el futuro parece muy incierto. El comercio mundial se ralentiza y se regionaliza; la propia China trata de satisfacer ante todo su demanda interna y, sobre todo, se enfrenta ahora a una fuerte desaceleración del crecimiento, a causa de la política de Covid cero y de la guerra rusa en Ucrania. Todo ello pone en duda en parte este tejido sedoso.
Este proyecto también tiene un propósito estratégico. Aún más importante para Beijing. Es una ruta alternativa al Mar de China para las exportaciones. Y este objetivo sigue siendo una prioridad absoluta en un momento en el que la confrontación con Taiwán se vuelve tensa. Por lo tanto, las “Rutas de la Seda” siguen teniendo un futuro brillante, aunque tengan que reformularse en parte.