Los chats de WhatsApp con mi amiga Maytal Ross solían girar en torno a la planificación de citas para jugar con nuestros hijos de 6 años, que van a la misma escuela pública en el norte de Tel Aviv. Desde el ataque del sábado se ha hablado de terror, pérdidas y preparativos para la guerra.
El marido de Ross, piloto de helicóptero de reserva del Ejército israelí, se unió a la lucha poco después de que los militantes de Hamas que irrumpieron a través de la frontera desde Gaza comenzaron su arrasamiento en ciudades y pueblos del sur de Israel, matando al menos a 1.000 civiles israelíes.
“Aterrizó y dijo: ‘Era una jodida zona de guerra, nunca había visto algo así en mi vida’”, me señaló. Ross me contó que se escabulle al baño a llorar para que sus hijos no puedan oírla.
Continúan los enfrentamientos entre soldados israelíes y militantes que aún andan sueltos. Tel Aviv y otras ciudades están bajo ataques con cohetes, las redes sociales se llenan de imágenes de muertos y secuestrados, y los hombres están siendo llamados al servicio militar activo. Todo esto está dejando a la gente aquí conmocionada, horrorizada y temiendo por el futuro de sus familias y de su país.
Muchos padres en las escuelas de mis hijos me dicen que conocen a personas que han muerto o han desaparecido. Los padres ya se dirigen a la guerra y nadie sabe por cuánto tiempo.
“Mi hijo pequeño me preguntó: ‘¿Por qué tienes que irte?’ ¿Cómo respondes a esa pregunta?”, dijo el marido de Ross, que pidió no ser identificado de acuerdo con la política militar israelí. “Tengo que ir a defender nuestro país. Eso es todo. Salí y fui a mi escuadrón”.
Desde el ataque del sábado, las escuelas de mis dos hijos han estado cerradas. Muchos de nosotros en Tel Aviv hemos estado encerrados en casa con nuestros hijos, dudando en dejarlos salir mientras las sirenas antiaéreas suenan intermitentemente. En mi vecindario, los padres procesaron la conmoción de una tragedia nacional masiva y se prepararon para la guerra, mientras buscaban maneras de mantener ocupados a nuestros hijos.
Elysa Rapoport, cuya hija va a la escuela con mi hijo de 4 años, me dijo que pasó el lunes abasteciendo el refugio antiaéreo de la familia en su departamento con linternas y suficiente comida y agua para tres días, como recomendaron las autoridades israelíes. También escondió un cuchillo y un destornillador en un armario.
“Me siento como si estuviera viviendo en una película”, afirmó Rapoport, de 40 años. “¿Qué diablos está pasando que realmente estoy haciendo esto?”.
Tel Aviv está inquietantemente tranquilo, como si la conmoción y el horror de sus residentes se hubieran filtrado de alguna manera en la atmósfera.
Las populares playas mediterráneas de la ciudad cosmopolita están casi vacías y sus cafés, normalmente bulliciosos, tienen la mitad de personal. Muchos estantes de las tiendas están vacíos mientras la gente se abastece en preparación para lo que podría ser una guerra larga.
Las únicas zonas concurridas parecen ser las famosas plazas de la ciudad, donde los voluntarios llenan cajas con alimentos y suministros que se enviarán a los soldados en el frente, mientras otros recogen juguetes y ropa para las familias que han sobrevivido al ataque.
“Tengo el corazón partido. Estoy angustiada. Estoy confundida y dolorida”, dijo Rebekah Pearlman, de 34 años, otra madre en la escuela de mi hijo de 6 años.
Pearlman conduce diariamente para entregar suministros a los soldados en la frontera y está organizando colectas de ropa y juguetes para familias desplazadas. Originaria de Montreal, ha vivido en Israel durante 10 años, pero dijo que nunca había tenido tanto miedo como ahora. “No sé si algún día volveré a ser la misma”, señaló.
Muchos israelíes han estado enviando a sus familias fuera del país o a ciudades como Eilat en el Golfo de Aqaba, lejos de la guerra, mientras planean quedarse para realizar trabajos esenciales para el esfuerzo bélico.
Yo misma estoy pasando por esto y dentro de poco enviaré a mi esposo y a mis tres hijos pequeños a Nueva York mientras yo me quedo para cubrir la guerra. Mi hijo de 4 años sigue llorando: “Mami, por favor ven con nosotros, ven, por favor”, mientras trato de ocultarle mi dolor por nuestra inminente separación.
Josh Hartuv, de 34 años, otro padre de la escuela de mi vecindario, es médico de combate en las reservas del Ejército israelí. Se supone que debe presentarse a trabajar, pero no irá hasta que vuele primero a Londres con sus dos hijos y su esposa embarazada, quienes se quedarán con sus suegros mientras él regresa para unirse a la batalla.
Hartuv vivió durante cuatro años en un kibutz en el sur, cerca de donde tuvieron lugar algunos de los peores ataques. Le faltan dos amigos. Dijo que pensaba que algún día regresaría allí con su familia.
“Allí está lo mejor de la cosecha del pueblo de Israel”, aseguró. “Estas son las personas más dulces y sorprendentes que jamás hayan existido”. Todavía tiene muchos amigos allí, pero afirma que ahora no quiere vivir allí.
Como muchos en Tel Aviv, Hartuv está furioso con el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu por no proteger a sus ciudadanos y por embarcarse en un plan divisivo para reformar la Corte Suprema del país.
“Tenemos un gobierno que ha sido tan poco confiable durante el último año con todas estas prioridades confusas que han llevado a esta terrible catástrofe”, dijo. “Estoy increíblemente asustado”.
Rotem Sella, de 41 años, otro padre de familia, me dijo que cree que el ataque del sábado puso fin a lo que llamó la “edad dorada” de Israel, donde un auge tecnológico en las últimas dos décadas ayudó a impulsar al país a un nuevo nivel de riqueza y parecía que con el establishment de seguridad había encontrado una manera de vivir con la violencia, si no de erradicarla, en Cisjordania y la Franja de Gaza. Dijo que la batalla política por la reforma judicial, que había llevado a masas a las calles a protestar, ahora parece una reliquia de una época pasada.
“Esas divisiones falsas desaparecen”, comentó. “Este es un enemigo tan real como puede ser. Él sólo te quiere muerto”.