“Aburrido pero importante”. Esta frase, deslizada en uno de sus discursos, resume la manera con que Joe Biden encaró su trabajo al llegar a presidencia, hace seis meses: privilegiar el contenido sobre la forma, para volver a colocar a un Estados Unidos próspero en el centro del tablero global.
Al reunir a sus ministros en la Casa Blanca este martes para conmemorar su primer semestre en el poder, el presidente recordó nuevamente el análisis que repite una y otra vez desde enero pasado.
Según dice, Estados Unidos está en una “competencia” existencial con países como China, “que creen que el futuro pertenece al autoritarismo”.
Biden quiere demostrar por el contrario que “la democracia puede hacer más”, tanto para innovar como para luchar contra el cambio climático y garantizar la prosperidad.
Ello implica gastos faraónicos en carreteras, puentes, internet de alta velocidad, pero también en salud, educación y apoyo a las familias, señala.
En materia de política exterior, esa óptica supone reactivar las alianzas tradicionales del país, dejadas de lado en los cuatro años de gestión de su predecesor Donald Trump.
Temas importantes, pero que no necesariamente fascinan a la opinión pública, según admite el propio líder demócrata.
“Sé que es un discurso aburrido, pero es importante”, dijo el 7 de julio en un acto en los suburbios de Chicago en el que el público, entusiasta al comienzo, fue luego demostrando su cansancio a medida que el presidente iba detallando los gigantescos proyectos económicos y sociales que piensa emprender.
“Realmente debe ser aburrido, aburrido, aburrido para ustedes, especialmente los menores de 13 años”, bromeó una vez más el 15 de julio, frente a padres e hijos a quienes expuso una medida de apoyo económico para las familias.
Postura comunicacional controlada
A diferencia de Trump, que gustaba de las diatribas y las salidas de tono, el presidente demócrata y su equipo se apegan a una comunicación extremadamente controlada.
“Biden está tratando de revertir a su favor algo que ha sido problemático durante mucho tiempo, su forma muy erudita de expresarse”, dijo Robert Rowland, profesor de la Universidad de Kansas y experto en comunicaciones presidenciales. “Intenta proyectar la imagen de alguien aburrido pero competente y que produce resultados reales”.
Frente a la prensa, con raras excepciones, el presidente de 78 años confía en el teleprómpter y en sus notas, y su equipo de comunicadores se apresura a sacar de sala a los periodistas que intentan hacerle preguntas al final de cada discurso.
Todo lo contrario de Donald Trump, a quien le encantaba realizar monólogos improvisados y enviar tuits airados, mientras que la administración Biden hace un uso muy institucional de las redes sociales.
A veces el presidente no pasa del susurro. “Escucharlo puede ser doloroso. Se tropieza con las palabras, pierde el hilo (...)”, observa Lawrence Jacobs, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Minnesota.
Sin embargo, da “mayor seguridad cuando habla de asuntos exteriores o de seguridad nacional”, a los que se dedicó durante su dilatada carrera como senador.
El presidente “no subestima el poder retórico de su cargo”, observa Jacobs. “Sería un error creer que no puede marcar la agenda”.
El viernes pasado, antes de abandonar la Casa Blanca para tomarse un descanso el fin de semana, Biden acusó a Facebook y otras redes sociales de “matar gente” al dejar circular información falsa. Sus declaraciones no pararon de aparecer en los canales de noticias todo el fin de semana.
Pero el presidente es especialmente espontáneo cuando da rienda suelta a su empatía.
Marcado por las tragedias familiares -su primera esposa y su hija murieron en un accidente automovilístico, su amado hijo Beau sucumbió a un cáncer- no duda en consolar al público.
Recientemente habló durante largas horas con las familias de las muy numerosas víctimas del derrumbe de un edificio en Florida.
“Tiene un don para consolar a la gente”, dijo Robert Rowland.
El índice de popularidad de Joe Biden permanece por el momento anclado por encima del 50%, un nivel que Donald Trump nunca había alcanzado.