El 17 de diciembre de 2010, un vendedor de frutas se echó encima un bidón de gasolina y se prendió fuego en la plaza principal de la ciudad de Sidi Bouzid, en el centro de Túnez, luego de un altercado con una oficial de policía sobre dónde había dejado su carro. Mohammed Bouazizi murió unas semanas después en el hospital de Sfax, pero su acción cruzó las fronteras y tuvo consecuencias inesperadas para la región.
Así fue como estalló una serie de levantamientos en Medio Oriente y el norte de África, en la llamada Primavera Árabe. La noticia del acto de Bouazizi se difundió rápidamente y generó protestas a lo largo y ancho de Túnez, que en menos de un mes derivaron en el derrocamiento del entonces Presidente Zine El Abidine Ben Ali, que había estado en el poder durante 23 años.
Al mismo tiempo, surgieron enormes manifestaciones Egipto y Bahrein, y sangrientas guerras civiles en Libia, Siria y Yemen.
Aunque ahora los tunecinos son libres de elegir a sus autoridades y pueden criticar abiertamente a sus líderes, muchos lamentan que aún existan temas pendientes desde el 2010. En ese sentido, ni la justicia ni el aparato de seguridad fueron reformados, y la economía aún se encuentra bajo el control de algunos clanes.
Esto se ha visto reflejado en que las manifestaciones han estallado nuevamente en las últimas semanas en las ciudades más pobres del sur de Túnez, que protestan contra el desempleo, los deficientes servicios públicos, la desigualdad y la escasez.
El ejemplo más claro de esto ha sido la lucha de las familias por obtener suficiente gas para cocinar, en un país donde la economía está tan estancada que las personas están igual de molestas como hace una década.
La semana pasada una multitud utilizó piedras para bloquear una carretera cerca de Sidi Bouzid, buscando camiones que llevaran a la ciudad cilindros de gas para cocinar, para descargarlos en su aldea. En Sidi Bouzid tres camionetas de la policía antidisturbios debieron resguardar la puerta de salida de un local donde se almacenaba el gas, mientras cientos de personas hacían fila durante horas, esperando apoderarse de alguno de los cilindros llenos.
Los tunecinos enfrentan escasez desde que los pobladores que viven cerca de la principal fábrica productora de gas estatal cerraron la planta hace algunas semanas para exigir más empleos locales.
En medio de una creciente tensión, el jueves se cumplen 10 años desde que Bouazizi se autoinmoló luego de que confiscaran su carrito de frutas cuando se negó a salir por no tener una licencia, por lo que se espera que haya manifestaciones más grandes en Túnez ese día.
La noche de aquel 17 de diciembre cientos de personas se reunieron frente a la gobernación y gritaron consignas como “el pueblo quiere la caída del régimen”. Pronto, esa frase se convertiría en el eslogan de la revolución de Túnez.
En las semanas siguientes, las protestas crecieron. En enero de 2011, miles marcharon por las calles del país y ahí fue cuando Zine El Abidine Ben Ali se dio cuenta de que era tiempo de dar un paso atrás. Entonces huyó a Arabia Saudita, donde murió en el exilio en 2019.
Sin embargo, la revolución no se quedó en Túnez. En Egipto, las protestas obligaron a Hosni Mubarak a dejar su cargo tras 30 años en el poder. Los levantamientos posteriores sacudieron también a Libia, Siria, Bahrein y Yemen.
Lo que empezó como manifestaciones por un nuevo futuro democrático pronto se convirtió en un derramamiento de sangre, especialmente en Siria, Libia y Yemen. En estos países, las guerras civiles atrajeron a las grandes potencias por temor a que sus enemigos regionales obtuvieran ventaja.
Pese a que el camino de Túnez hacia la democracia ha tenido menos sobresaltos, la economía del país se ha deteriorado y los líderes políticos parecen paralizados ante la crisis.
Las elecciones parlamentarias de 2019 dejaron un Parlamento fragmentado, incapaz de formar un gobierno estable, con partidos peleando por puestos en el gabinete en lugar de enfocarse en tomar decisiones más urgentes.
En este contexto, más tunecinos que nunca intentan salir ilegalmente del país, mientras la Yihad atrae a jóvenes desempleados. Así fue como ocurrió el ataque en Niza de un joven migrante tunecino que mató a tres personas en una iglesia.
Como no hay trabajo, muchos jóvenes profesionales pasan el tiempo bebiendo y vendiendo o consumiendo droga. Diez años después del estallido de la Primavera Árabe, no mucho parece haber cambiado. De hecho, la oficial que le confiscó el carrito a Bouazizi aún patrulla las mismas calles, sacando a los vendedores sin licencia.
Desde 2013, la Organización Mundial contra la Tortura se ha hecho cargo de al menos 500 víctimas directas de la violencia en Túnez, y han denunciado la “casi total impunidad” de los autores.
En 2018, cuando los tribunales especiales empezaron a juzgar los asesinatos, violaciones y torturas perpetradas entre 1995-2013, los responsables de seguridad obstaculizaron el proceso, lo que derivó en que prácticamente todos los policías testigos o acusados se negaran a comparecer.
Una prueba clara de que la caída del régimen no logró poner fin a las malas prácticas es la percepción de que la corrupción ha aumentado después de la caída de Ben Ali. Túnez ha caído 20 puestos entre 2010-2017 en la clasificación de la ONG Transparency.
Varios creen que la respuesta son más protestas, y la evidencia parece respaldarlos. Los levantamientos masivos en Argelia y Sudán lograron derrocar a los líderes atrincherados en ambos países solo el año pasado.